A Yassin Bono cada vez se le está poniendo más cara de Andrés Palop. Y eso, en la historia del Sevilla, es mucho decir. El marroquí ya es historia del equipo nervionense por lo que hizo y viene haciendo desde hace más de un año. Pero está alcanzando cotas que lo empiezan a elevar a los altares divinos, donde San Andrés Palop ocupa el puesto principal de los guardametas. A su derecha o a su izquierda empieza a hacerse sitio Bono. Un meta que hace un año nadie veía con el nivel mínimo para el equipo tras aquella eliminatoria ante el Cluj. Y que un año después posiblemente esté certificando su mejor año pero también se está convirtiendo en uno de los mejores jugadores, probablemente el mejor, de toda la temporada en el Sevilla. Y viene todo esto a colación porque el meta nacido en Canadá se convirtió un día más en héroe del equipo, pero esta vez por hacer lo inusitado, marcar, no salvar goles, sino marcar uno. El gol de Bono, en el descuento, en el 93 de 94, aunque debieron ser bastantes más, permitió al Sevilla igualar un encuentro ante el Valladolid que hasta entonces perdía casi sin recibir remates, casi sin sufrir, pero por causa de un penalti bastante absurdo. No había sido ni mucho menos un buen partido del Sevilla, más bien discreto, aunque con esa discreción envió un balón al palo, pudo hacer algún gol y quizás mereció mejor suerte. Al menos ese gol de Bono le hace cerrar la semana con 7 puntos de 9 antes del parón e irse a descansar, que lo necesita, precisamente con un buen ánimo, un buen sabor de boca pese a no haber ganado en Pucela. El partido había sido bastante discreto por parte del Sevilla. Estuvo metido realmente en él los primeros 20 minutos y los últimos 15. Entre medio, un nivel bastante bajo para lo que acostumbra el equipo de Lopetegui. Quizás porque no tenía piernas, ni atrevimiento, pero tampoco cabeza. Las correcciones de sistema durante la segunda parte atestiguan también que no fue el partido mejor dirigido por el gran entrenador vasco. El Sevilla salió al partido aparentemente bien. Controlando la pelota, presionando arriba e impidiendo que el Valladolid se sintiera cómodo en el encuentro, más bien al contrario, agobiándolo al menos en intensidad. Pero ese buen periodo en algunos aspectos del equipo nervionense, presión, circulación, intensidad, adoleció de la verticalidad, de la mordiente, del instinto asesino, que nadie en el equipo sevillista mostró. Después de hacer una buena tarea de manual, presionar tras pérdida, recuperar en campo contrario, circular la pelota, alcanzaba posiciones en las que se precisaba ya alguna determinación, algún pase lateral medido, algún remate desde la frontal, algún pase en profundidad definitivo... lo que es la calidad en los metros finales. Y ahí nadie la puso. El Sevilla no remataba la faena y a veces parecía preferir el juego horizontal antes que el vertical, cuando gozaba de espacios. Y no fue ni una ni dos veces, sino varias, en las que prefirió elegir la opción 'conservadora', la más segura, a la más vertical, aunque fuera clara. Eso, poco a poco, fue empequeñeciendo al propio Sevilla, que se acomodaba en el partido jugando a lo demasiado sencillo, sin esfuerzo ni idea que aportar. Y eso lo fue convirtiendo en previsible. El Papu (ocasión incluida) y Suso, que arrancaron muy activos, empezaron a desaparecer, Óliver y sobre todo Jordán ralentizaban el juego, y con Rekik por la izquierda el equipo abortaba una de sus salidas en combinación. Y así poco a poco el Sevilla, ya a la media hora, desapareció del partido para dejar que el Valladolid creciera en la presión, creciera en la presión adivinando las muy adivinables elecciones andaluzas en la salida de la pelota. Poco al primer toque, mucho al manoseo y a pases cercanos. No es que todo esto convirtiera al Valladolid en un equipo temible y al Sevilla en uno superable, no. Pero sí permitió a los locales acercarse al área. No le bastó más para adelantarse. Ni una ocasión real tuvo. Una pelota colgada al área le bastó para que entre Diego Carlos y Rekik no solventaran una acción de Weissman. El holandés acabó haciendo un penalti absurdo que llevó al Sevilla a los vestuarios por detrás en el marcador. La segunda parte arrancó con unos cambios algo extraños por parte de Julen. Cambió de sistema, a una especie de 5-4-1, que en absoluto funcionó, porque el equipo se amodorró, no encontró salida con la pelota y pasó inadvertido por el partido. Lo corrigió el mismo técnico, que puso toda la artillería en el campo, todos sus jugadores ofensivos. Con eso y el empuje logró empezar a pisar área, empezó a llegar más y generar ocasiones, hasta el punto de tener De Jong dos claras, una estrellada en el palo. No es que hubiera mucha claridad, pero sí llegada. Con eso, con un Valladolid perdiendo tiempo y un Estrada que dio solo cuatro minutos, forzó Ocampos un córner que tras un par de rechaces llegó a los pies del más decisivo en el Sevilla, Bono. Acostumbra a serlo en su área, ahora también en la contraria.