El Sevilla ha sufrido un duro golpe, muy duro. De esos que se quedan dentro del cuerpo sevillista. Con un 2-0 a favor de la ida ante el Barça, con un pie en la final en el minuto 93 de partido, viéndose ya en La Cartuja... todo se derrumbó con esa pelota caída que Diego Carlos rescató para que el Barça marcara un 2-0 que a la postre era el definitivo tales las circunstancias. Todo, desde el inicio del partido, fue una consecuencia de malas decisiones en el Sevilla. Empezando por un once bastante antinatura de Lopetegui, siguiendo con un plan totalmente equivocado, timorato, como en LaLiga, que eliminó cualquier opción sevillista de hacer algún gol que elevara la eliminatoria a otra dimensión. Y continuando con malas decisiones también particulares. Desde los continuos voleones, desde unos cambios en parte obligados por un once raro, desde una actitud timorata y sin personalidad en cada balón dividido, en cada rechace, en cada jugada con la pelota en los pies, que parecía incandescente. Desde la elección de Ocampos en el penalti, la de Fernando a la hora de hacer una falta innecesaria que conllevaba su expulsión. Hasta la de Diego Carlos de no mandar esa pelota a córner. Incluso decisiones malas arbitrales, como la de no expulsar a Mingueza o no pitar el penalti por manos de Lenglet ya con 3-0. Toda esa sucesión de malas decisiones apeó al Sevilla de la final. Y lo peor es que en ningún momento hubo atisbo de revertir esa tendencia. La gestión del partido por parte del Sevilla fue nefasta desde el principio. Lopetegui sacó una alineación algo antinatural, con dos delanteros, con En Nesyri en la banda, con Acuña de inicio y con Aleix por Navas. Prescindió además de jugadores como Rakitic o el palaciego de inicio, presumiblemente más experimentados. Además, tampoco estaba Bono por lesión y salió Vaclik. El caso es que por jugadores o por planteamiento, el partido salió mal. El Sevilla salió a la presión muy alta, presión que superaba con total facilidad, con apenas un par de pases, el Barça. Pedri se liberaba, Dembelé aparecía y el equipo de Lopetegui no acertaba con balón ni sin balón, porque el equipo hispalense no acertaba a sacar la pelota ni con una combinación. Solo pases largos buscando equivocadamente a un En-Nesyri que ni por arriba ni al espacio superaba a su marcador. El gol de Dembelé a los 10 minutos obligó al Sevilla a reajustarse, buscar nuevas alternativas para sobrevivir, pero sufrió de lo lindo. Lo mejor de la primera mitad fue que el Sevilla se marchó al descanso con uno cero en contra... nada más. La pelota quemaba, la defensa se desajustaba. El Sevilla parecía un desconocido comparándolo con el sobrio rictus del conjunto de Lopetegui durante toda la temporada. El Sevilla no mejoró con la pelota en la segunda mitad. Nadie articulaba una jugada, nadie utilizaba el criterio ni la cabeza fría, lo que provocó un monologo azulgrana en ataque casi sin interrupciones. Es cierto que el equipo hispalense se cerró más, cerró huecos y pasillos y no concedió tantas ocasiones como en la primera mitad, pero seguía siendo nulo con balón. No salía nunca de la cueva, o casi nunca, y no exigía al Barcelona en defensa. Se sentía en realidad bastante cómodo, aunque no encontrara más remate. Lopetegui movió el banquillo, pero se lesionó Aleix Vidal y los cambios tampoco alteraron demasiado el partido. De hecho, salieron dos laterales por los lesionados Aleix y el agotado Acuña, Navas y Rekik. Y Rakitic por un De Jong que había actuado más como centrocampista que como delantero. Pero no hubo síntomas nuevos. No había pelota, no había salida, solo defensa. Con todo, la tuvo. La tuvo Ocampos. Él mismo se fabricó un penalti a pase de En Nesyri en el que Mingueza debió ver la segunda amarilla, que no vio. Y en el que las opciones del Sevilla se esfumaron. El argentino se la dio a Ter Stegen. El que nunca falla, falló. Ya no solo era física, anímicamente al Sevilla, con el penalti fallado, cada vez se le veía más agotado. Fernando se perdió, y el Sevilla se agarraba a la agonía, a la defensa y a la épica para repeler las acometidas balugranas, que aumentaron con los minutos y la acción de los cambios. Parecía que lo tenía, lo acariciaba, a pesar de que Fernando se expulsó con una segunda amarilla. Era el minuto 93. Pero llegó entonces una jugada fatídica. La falta de Messi desembocó en córner, el córner en un rechace que Diego Carlos activó de nuevo para que Griezmann recogiera, recortara y se la pusiera a Piqué. El central la coló y ahí mató la eliminatoria, los sueños y la ilusión sevillistas. Porque con el 2-0, con el Sevilla con diez, la prórroga era prácticamente una cuenta atrás hacia la eliminación. Ni tardó el Barça en hacer el 3-0, de Braithwaite, en cabezazo ante una defensa con la cabeza no se sabe dónde, o sí, quizás sí, en el gol de Piqué aún. Hubo más tiempo para algo de polémica, para una mano de Lenglet que Sánchez Martínez y el VAR no sancionaron con penalti, dejaron pasar. Con eso también había que contar, con esas decisiones arbitrales. El partido se agotó con un Sevilla muerto, tomando malas decisiones, como desde el principio del encuentro. Muchas malas decisiones y ningún acierto, ese fue el Sevilla en el Camp Nou y el final del partido, de la eliminatoria, del sueño copero del equipo hispalense, que dejó ir una final que acarició con los dedos.