El Sevilla, más allá de polémicas arbitrales, más de allá de una expulsión de Messi que habría sido en casi todos los casos si la camiseta no llevara escrito el apellido de Leo, ha caído con toda justicia ante el Barcelona este sábado en un partido que era una lucha por la parte alta de la clasificación y también una previa de la gran batalla del próximo miércoles, en la que habrá en juego ni más ni menos que una final. Fue un 'mini' Sevilla, un Sevilla demasiado tímido, demasiado cagón, que por una parte no pudo y por otra pareció, durante gran parte del partido, preferir la contención a la agresividad ofensiva. El Sevilla no fue el Sevilla que acostumbra, no fue el mejor Sevilla posible, ni mucho menos. Jugando a un ritmo ínfimo, perdiendo valores como la presión intensa, como la agresividad, apenas pudo oponer fútbol a un Barça muy serio, que apenas sufrió en defensa durante toda el partido, y que sumó tres puntos que lo mete en la pelea por el campeonato liguero. La versión del Sevilla fue decepcionante. No porque fuera demasiado defensivo, porque otras veces lo ha sido. Sino porque nunca fue atrevido, pareció rehuir de esa faceta del juego. Hubo jugadas en las que prefirió incluso alargarlas que intentar acabarlas, confundió conceptos, confundió términos, y permitió a los de Koeman ser más intensos, más valientes, más agresivos. Una muestra muy notable fue la resolución de casi todos los balones divididos, que se marcharon casi siempre del lado azulgrana. Y si el Barça te gana en intensidad, te gana en esa faceta del juego, luego en calidad casi siempre te supera. Y eso ocurrió. El equipo hispalense nunca incomodó al Barcelona. Con la pelota se perdía en el camino, no era vertical. Sin la pelota llegaba tarde a la presión, no echó el aliento en el cogote a su rival. Y aunque el conjunto de Koeman también respetaba al Sevilla en algunas facetas, poco a poco se fue imponiendo en muchas facetas, en todas prácticamente. El gol de Dembelé, en un control sencillo y cómodo de Messi, fue un buen ejemplo. Luego llegó la polémica, que quién sabe... Messi en apenas dos jugadas debió ser expulsado. Lo habría sido si llevara otra camiseta, es lo que todo el mundo lógicamente tiene en la cabeza. Es impensable que no mostrara Hernández Hernández amarilla en esa acción de Messi a Koundé cuando este salía a la contra. Pero era Messi, intocable, era el Barcelona, y las conciencias arbitrales se ponen a funcionar, y a perdonar. Los enfrentamientos contra el Barça, contra Messi, tienen este componente arbitral también en contra. Lopetegui percibió, como todos, que la primera parte del equipo fue horrorosa. Intentó una revolución con tres cambios, mitad por tarjetas mitad por malas prestaciones. Se cargó Julen a un Papu desaparecido, decepcionante, por más que juegue o no donde prefiera, y luego a Diego Carlos y a Munir, otro que no percutió por la banda. Y no tardaron en llegar más cambios, Óliver y Óscar, para intentar dar una vuelta de tuerca más al encuentro. Algo logró el Sevilla, al menos llegar y pisar área con cierta frecuencia, aunque sin claridad, sin peligro real. No había ni profundidad ni llegada ni convicción. Siguió siendo el Sevilla muy pobre, algo mejor, sí, pero bastante pobre y bastante por debajo de las que suelen ser sus prestaciones. Seguía vivo el Sevilla porque el marcador era apretado, pero las ocasiones más claras volvían a ser del Barcelona, como un palo de Dest. Llegó, en todo caso, la sentencia, de Messi, con algo de suerte. Ese Messi que sin duda debió ser expulsado, como sin duda fue un Sevilla que dejó dudas incluso de si hubiera podido hacer peligro ante un Barça con diez.