Al Sevilla se le fueron dos puntos ante el Valladolid de forma absolutamente merecida. El equipo de Lopetegui, que firmó una muy buena primera media hora, fue luego, tras lograr el 1-0, conformista, especulativo y hasta mezquino con el marcador. Prácticamente desapareció tras ese gol para convertirse en un equipo lánguido, reservón y que apenas volvió a buscar la portería contraria en el resto del encuentro, y eso que tras el gol de Ocampos quedaban 60 minutos de partido. Fue la actitud de los jugadores en el campo y hasta los cambios y la tendencia del partido, en todo caso buscando que pasara lo menos posible en el terreno de juego. El Sevilla desperdició una magnífica oportunidad para recortar distancias con la cabeza, con los puestos Champions. Y debe servir como aviso para un equipo que siempre vive en el alambre, incluso a veces de manera innecesaria. Con 1-0 ante el Valladolid a la media hora, con una hora de partido por delante, es inexplicable que un conjunto como el sevillista no ponga en el césped, por pesado que pudiera estar, más ambición, más agresividad y más mordiente en la búsqueda de un segundo gol para rematar el partido. Por el contrario, se dejó ir, desapareció de las zonas influyentes del campo, y acabó pagándolo con justicia, porque el Valladolid sí que buscó el empate y se lo mereció cuando Carnero clavó su golazo. La primera media hora del Sevilla fue bastante buena, de los mejores arranques de partido de la temporada. Sacaba la pelota aseada aprovechando la presión imperfecta del Valladolid, Rakitic distribuía la pelota con mucho sentido y con profundidad (asistió a Ocampos en una jugada que acabó en el palo tras una vaselina), el mismo Ocampos era un incordio continuo para los pucelanos apareciendo por la izquierda, desde donde partía, desde la derecha o por el centro, y en conjunto el Sevilla se sentía seguro como su defensa y con cierta alegría a la hora de manejar la pelota. La búsqueda del gol bien pudo encontrar fruto antes con la jugada reseñada de Ocampos, pero hubo también varios remates desde la frontal, apariciones de Navas y Acuña y buenas combinaciones. En eso la verdad es que se nota la presencia del argentino en el lateral zurdo. Tanto en largo como en corto es una alternativa más en la salida de la pelota y desahogó por sorpresa en varias ocasiones buscando las carreras de su compatriota Lucas o de En-Nesyri. El gol no llegó en ninguna de esas aproximaciones pero sí de forma merecida. Una falta lejana provocó una mano de Fede San Emeterio, exsevillista por cierto, bastante clara, por la posición de la mano sobre todo, arriba y al lado de la cabeza, totalmente antinatural. Ocampos, que se lo había merecido previamente, resolvió el envite de los once metros con seguridad y poderío, como lo hacía prácticamente todo en el partido. Curiosamente, a partir del 1-0 fue cuando el Sevilla menguó y creció el Valladolid, que a través de combinaciones de Orellana y Plano empezó a tener más presencia en campo rival. Ayudaba que el equipo hispalense encadenó varios fallos y varias pérdidas a la hora de sacar la pelota, por precipitación queriendo buscar la contra demasiado rápido. La segunda mitad fue la confirmación de la dejadez del Sevilla. Dejadez, relajación, conformismo... el caso es que se vio un equipo muy mezquino, horizontal, plano, que buscaba a cuenta gotas la verticalidad y avanzar metros en el campo, que se conformaba con tener la posesión aunque fuera para nada, y que fue cediendo poco a poco terreno confiando en su normalmente solvente defensa. De hecho así fue, pero tras varios avisos, tiro al palo incluido de André, Carnero enganchó en uno de los muchos córnereres de la segunda mitad una volea antológica para castigar con justicia y lógica una imagen del Sevilla que no gustará se supone a Lopetegui ni a ningún sevillista. Todo es comprensible, el cansancio, la climatología, los minutos, pero si el Sevilla va a jugar siempre a esta suerte de contemporización, dosificación, o tiene más efectividad arriba o va a sufrir merecidamente reveses como el de este sábado.