La Liga de Campeones es la mejor competición de clubes del mundo. Y esta realidad ha abofeteado en la cara fría del Sevilla este noche del miércoles, en la que el Chelsea ha vapuleado al conjunto hispalense en su propia casa, por 0-4 ni más ni menos. Un resultado casi desconocido en la era Lopetegui. Y tan desconocido el resultado como desconocida la imagen, porque el equipo sevillista ofreció una nula oposición al rival londinense. Nula y pobre. Lopetegui mandó un claro mensaje desde la alineación. El liderato del grupo de la Liga de Campeones no era una cuestión prioritaria. Habrá que esperar al sorteo de la eliminatoria de octavos de final para sopesar cuánta relevancia tiene ese planteamiento. Pero esa segunda posición, entre otras lindezas, lo expone a jugar los octavos ante Liverpool, City, Bayern... y a dificultar por supuesto su futuro en la competición. Porque el Sevilla ni ha podido ni ha querido de verdad acabar como primeros. Lopetegui lo tuvo claro desde el inicio. El partido había que jugarlo con la 'Unidad B'. Lo mismo hizo Lampard con el Chelsea, pero claro, la segunda fila del Chelsea demostró ser más efectiva que la sevillista. El técnico vasco se la jugó, entre otras decisiones, con el Mudo e Idrissi como titulares por primera vez, con Sergi Gómez en la defensa, con varios cambios en el once que debilitaron su posición y sus posibilidades ante un Chelsea que va a más y que salió desde el inicio a buscar al rival y a comérselo, y a ser primeros. Pero más allá de los nombres, el cambio principal fue la actitud. Si inédita era la alineación, inédita fue la imagen, porque el principio de partido del Sevilla fue vergonzante. Le regaló ocasiones al rival y ni el ánimo y las ganas del debutante Alfonso Pastor pudieron evitar que más pronto que tarde llegara el tanto, de Giroud, que empezaba su festival ante la permisividad defensiva del Sevilla. El 0-1 ya puso cuesta arriba el encuentro, pero el Sevilla, descolocado, perdido, intentó ordenarse algo. Lo consiguió a duras penas durante la primera mitad, con alguna llegada y con alguna ocasión. Pero la realidad es que el mediocampo hispalense, con Gudelj, Rakitic y ÓScar, estaba perdido, el Mudo en la banda derecha no existía, e Idrissi y Rekik en la izquierda evidenciaban falta de ritmo y soluciones, al menos por ahora. La segunda parte fue realmente dolorosa. Tras un espejismo de los primeros minutos de arreón sevillista, el Chelsea se puso serio y aprovechó las debilidades defensivas, sobre todo ante Sergi Goméz. Giroud hizo sangre ante el central y aprovechó para anotar goles. El 0-2 ya mató a los de Lopetegui, que se dejaron ir, que tiraron por tierra la imagen y que empezaron a encajar tantos casi en cada llegada. El 0-3, de nuevo del francés, y el 0-4, de penalti, castigaron duramente la dejadez sevillista, que empezó con la alineación y que acabó con las capacidades y actitudes sobre el campo. Porque este 0-4 doloroso, manera triste de festejar el partido centenario del Sevilla en Europa en el Sánchez Pizjuán, no compensa ningún descanso. Realmente dar refresco a ciertos jugadores difícilmente compensará el impacto de haber dejado ir la primera posición, el impacto anímico de encajar una goleada tal y la evidencia de que ciertos jugadores pueden encajar en una maquinaria de cierto funcionamiento, pero que tantas piezas nuevas no conforman una nueva maquinaria. El tiro le salió por la culata al Sevilla y a Lopetegui.