La cabeza de Lopetegui

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Lopetegui, entrenador del Sevilla FC.
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A Julen Lopetegui es fácil dispararle. Es el sino de su carrera, desde que cogió la selección española para sustituir al laureadísimo Del Bosque, pero sobre todo desde que el Real Madrid, el club de su vida, se cruzó en su camino mientras preparaba en Rusia el Mundial de 2018. Pocos se lo perdonan. Al menos la más de la mitad de España que no abraza el credo madridista. Normal, por más que intenten venderte que por Chamartín todo lo hacen bien y no admiten discusión. No estuvo especialmente fino Lopetegui aquellos días, desde luego. Tampoco Rubiales, que convirtió aquello en una afrenta a nivel nacional poniendo al de Asteasu a los pies de los caballos. Incluso aquellos que presumen de que la selección no le importa un pimiento -España, país de clubes- se sumaron al carro que le atizaba por una situación surrealista al máximo. A aquel Mundial llegó España como una de las favoritas y se fue sin pena ni gloria y con uno de los escándalos más importantes de la historia de los mundiales. Desde entonces, la cabeza de Lopetegui es una de las más cotizadas del fútbol mundial, y la número uno para los segadores de banquillos españoles. ¿Cuántos ansiaban desde aquel extraño día de Krasnodar que Florentino se cansara pronto de él? No llegó a octubre. ¿Cuántos creían que Monchi se había vuelto loco cuando lo puso en la punta de lanza en el proyecto de su regreso al Sevilla FC? La inmensa mayoría, y muchos de ellos no han sido capaces de bajarse del burro a pesar de los éxitos. Escondieron al équido, pero muy cerquita para volver a montarse en él en cuanto pintaran bastos.

¿Cuántos creían que Monchi se había vuelto loco cuando lo puso en la punta de lanza en el proyecto de su regreso al Sevilla FC? La inmensa mayoría, y muchos de ellos no han sido capaces de bajarse del burro.

Los mismos que en febrero se salieron de la manta para pedir su salida en cuanto hubo un bajón de resultados, con Mirandés como pico de la curva de la crítica, han regresado ahora. Que si es inconcebible que el Sevilla pierda tres partidos seguidos, que si se equivoca, que si no lee el juego, que si los cambios… los que nunca reconocerán lo que la mayoría de sevillistas sí ha hecho, que es un entrenador de una categoría que nunca habrían esperado allá por junio de 2019. A Lopetegui le queda crédito de sobra en Nervión, no sólo por haber tocado la plata de la sexta Europa League y haber firmado una temporada de ensueño, sino porque su gran valedor es Monchi, santo y seña del club y nada amigo de dejarse llevar por la presión externa a la hora de decidir quién debe estar en los banquillos de sus equipos. Que se lo pregunten a Juande Ramos, a Unai Emery y, sobre todo, a Eusebio di Francesco, por el que agarró la puerta de la Roma cuando desautorizaron su opinión. Bendita puerta de salida aquella, tan bendita como aquella destitución de Florentino que, a la larga, posibilitó al Sevilla a acceder a un entrenador top, con defectos, como todos -no existe el hombre perfecto-, pero ninguno tan importante como tener miles de hachas pendiendo sobre su cabeza.

 Lopetegui, en San Mamés.