En Dios hay que tener fe. Hay momentos malos, sacrificados, duros, en los que parece que todo es imposible, pero entonces es cuando hay que tener fe en Dios. Y no porque vaya a aparecer un milagro, sino porque la fe te permite no perder la esperanza, no dejar ese último balón, pegar esa carrera, la fe permite creer en que es posible revertir todas las situaciones. El Sevilla es el Dios de la Europa League. En su medida, el Dios de Europa, la que mide los rendimientos conforme a posibilidades. Y cuando en Dios se tiene fe, la fe responde. El Sevilla tiene fe, llegó a este siglo XXI con un gen, un ADN, que lleva instalada esa fe. Y en Europa es donde la saca a relucir, donde la luce. Incluso para salir indemne de los infiernos, incluso para poder con los Diablos Rojos, o negros, o amarillos. En Colonia, ciudad alemana donde está el relicario de los que dicen que fueron los Reyes Magos, ciudad en la que hay que creer, en la que hay que tener fe, el Sevilla emergió de los infiernos, entre Diablos, para remontar y ascender a los cielos, al paraíso. Porque alcanzar una final más, alcanzar la sexta final de la Europa League, es ascender a los cielos, pase lo que pase. El Sevilla logró en Colonia una auténtica proeza. Alcanzó su sexta final de la Europa League eliminando al Manchester United, todo un Manchester United. De esas proezas que no se entienden sin fe, sin su fe particular en el cielo europeo. Proeza porque eliminó a un súper equipo, el Manchester United, que por momentos acosó, arrolló y casi hundió al Sevilla. Pero en los malos momentos sacó su nuevo profeta en el campo el equipo de Lopetegui. Como ante el Wolverhamptom volvió a ser Bono. Los profetas no entienden de religiones, y el marroquí salió emergente entre diablos para ir sacando una tras otra ocasiones que parecían juicios finales, manos a mano, opciones claras, repelidas por el meta sevillista. Sufrió como pocas veces esta temporada el Sevilla. Sufrió al principio, al final de la primera parte, y sufrió muchísimo al inicio de la segunda mitad, en la que se salvó de la quema. De las primeras acometidas, de nuevo con un penalti tempranero y un gol en contra, el Sevilla salió herido, pero se rehízo, no tardó demasiado en empatar con una buena acción de ataque y un empate de Suso. Pero a partir de ahí, de ese empate, llegó el momento del sacrificio, del sufrimiento, de la supervivencia. Todo lo que llegó hasta el descanso, todo lo que siguió, fue sufrimiento. El Manchester United se imponía físicamente y tácticamente, tocaba, corría, llegaba y remataba, era muy superior de hecho, con un Sevilla por primera vez inferior físicamente en esta ronda final. Pero emergió Bono, que mantuvo a su equipo, y el partido y las aguas se fueron calmando. Sacó Lopetegui a De Jong y Munir, y esos dos cambios ya dieron aire y salida al Sevilla, luego el Mudo, y hasta el Mudo en el tramo final. Eso frenó al United y permitió al conjunto hispalense crecer. Hasta poder estirarse. Y en toda historia celestial hay un ángel, que se llama Jesús, presente en todo lo bueno del Sevilla este siglo XXI. Ese Ángel llegó hasta arriba ante todos, dispuesto a tener fe más que nada, para meter una pelota, como tantas, para que De Jong, el holandés sin gol, hiciera el gol definitivo, el 2-1 que culminaba la remontada ante un equipazo. La fe, ese fue el valor del Sevilla ante el Manchester United. No jugó tan bien como otros días, no brillaron tanto sus estrellas, salvo las nuevas emergentes como Bono, pero apareció el alma del Sevilla, el del Dios de esta competición, el que todo lo puede, el que todo lo hace. A la Final Sevilla. Otra vez. Todos los resultados en https://resultados.eldesmarque.com