El proyecto del Sevilla de Machín se tambalea. Está en la picota. Ha vuelto a caer, algo que desgraciadamente ya no es noticia, y ha vuelto a hacer el ridículo fuera de casa, algo que tampoco es ya noticia. Puede salir incluso de puestos europeos, eso sí es noticia, y puede perder comba en la pelea por la Liga de Campeones, donde había quedado instalado desde el principio de la temporada. Eso también es noticia. Como también lo es que, ya, después de la tenebrosa racha de 2019, donde solo ha ganado en LaLiga al Levante en casa, Machín esté cuestionado y en la picota. Porque no se debe permitir ni a un entrenador y a ninguno que se le caiga el equipo de tal forma, y Machín no da muestras de encontrar soluciones, recursos. El Sevilla está en problemas. Muy serios. Como lo está Machín, que una vez más insistió en Huesca con una disposición previsible, sin cambios, sin fórmulas para atenazar al rival. Y lo que es peor, sin actitud. Solo le llegó al equipo con el marcador cuesta arriba, algo preocupante. Luego, el técnico soriano tarda un mundo en mover al equipo, recurre a cambios extraños que casi nunca solucionan el partido o aportan. Y lo que es peor, el equipo se tambalea, no se mantiene en pie, ya no es un equipo maduro, le tiemblan las piernas, se derrumba, como en Huesca. No es verdad que haya razones indescifrables por las que el Sevilla baja su nivel fuera de casa. Y no es verdad que sea un gafe, como no es verdad que el Sevilla salga igual en Nervión que a domicilio. Hay en el Sevilla una dejadez absolutamente instalada y lo que es peor, casi asumida, cuando juega fuera de su estadio. El mejor ejemplo de todos fue el 1-0 de Huesca, marcado por laxas actitudes defensivas, siendo suave en la calificación, de Navas, Sarabia y, extremas, de Kjaer y Mercado, que dejaron desmarcarse y rematar a Juanpi en el área pequeña. Toda la jugada en sí, con rechaces, segundas jugadas incluidas, y otras tantas llegadas en la primera mitad, fueron ejemplo precisamente de eso, de la menor intensidad defensiva por parte sevillista. En sus filas, en las del equipo de Machín, apenas había intensidad cuando la pelota estaba en pies propios. Casi siempre en los de Banega, de largo el más implicado y el más responsable del equipo. El problema era que si no era Banega, nadie tenía ideas, nadie rompía líneas. Rog era un quiero y no puedo, Navas insistía pero sin precisión, André Silva no apareció y Sarabia y Ben Yedder casi nunca podían superar sus marcas. El Sevilla, que tuvo ocasiones, eso sí, para empatar, solo logró crear peligro al Huesca en una jugada con robo de Kjaer en tres cuartos con doble ocasión para Promes y Ben Yedder salvadas ambas en la línea de gol. Fue un único robo el que generó esa doble oportunidad. Único. Porque el Sevilla, y es una de las razones de su bajón, ya no presiona, ya no es valiente, ya no es agresivo, ni intenso. Más allá de eso, algunos pases de Banega que superaban las líneas defensivas locales. Pero luego, ni una jugada individual, ni un regate, ni un desequilibrio. El Sevilla intentaba llegar, llegaba a veces, pero con una operativa demasiada monótona, pesada, debían pasar demasiadas cosas para que hubiera peligro en el área del Huesca. Y sin embargo, a lo poco que tuvo, casi marca Juanpi el segundo, su segundo, en otra siesta defensiva sevillista y en un córner, que para los rivales sí son útiles, porque el laboratorio de Machín no genera nada. Tuvo más de 10 acciones entre saques de esquina y faltas, y nada. En la segunda mitad el Sevilla dio un paso adelante. El que no se atreve a dar de inicio. Metió la defensa en el centro del campo, y el equipo en campo contrario. Fue un acoso y derribo del equipo nervionense, pero con una falta de precisión desesperante. En los metros finales, que el Sevilla alcanzaba con relativa facilidad, nunca había acierto, ni casi remate. Los pases al área de Navas, de Banega, de Sarabia... nunca encontraban una bota, una cabeza... Así, entre jugadas en barullo, entre fueras de juego, entre intervenciones del VAR, y entre cambios controvertidos de Machín, sacando a Wober por Promes, tardando en meter al Mudo por un nulo Rog, el partido alcanzó su tramo final, que fue una auténtica locura. Primero, llegó el tanto de Ben Yedder de penalti, un penalti que fue claro, a Mercado, que vino eso sí de una posición de controvertida, en línea. El VAR intervino y tras cinco minutos, dio el penalti, que fue gol. Luego, al poco, llegó un nuevo tanto concedido de inicio al Sevilla, que luego fue anulado por el VAR por un fuera de juego de Munir, que lo era. Pero claro, también había un más que probable penalti en un primer remate antes de que Munir se aprovechara de la posición ilegal. El tanto no subió al marcador, y el partido siguió igualado y alocado. Porque lo del final fue de locos. Tuvo el Sevilla oportunidades de sobra para hacer un segundo gol, tuvo llegadas por doquier, un disparo de André Silva... pero no marcó, y siguió desperdiciando y desperdiciando saques de esquina, jugadas a balón parado. Y todo, hasta llegar al minuto final del encuentro, en el que una mala salida de atrás, en la que Banega se quedó enganchado, posibilitó la acción que sume al Sevilla en una situación complicada, muy difícil, al Sevilla, que no gana fuera desde septiembre, que puede salir de puestos europeos, que está en plena crisis y con Machín muy cuestionado. Un 2-1 dramático para el equipo hispalense ante el colista.