Pablo Machín. El hombre que llevó al Sevilla en esta media temporada a cotas de rendimiento, resultados y felicidad loables, ha sumido igualmente al equipo en una crisis de resultados, rendimiento y decepción llamativa. El equipo se le ha caído. Totalmente, de forma llamativa. En Villarreal, como en Vigo, se presentó el equipo nervionense ante un equipo moribundo, 10 partidos sin ganar acumulaba el rival. Y no tuvo ni capacidad de réplica. No tuvo argumento decente que oponer ante un conjunto que no ha tenido nada que decir prácticamente ante el resto de equipos de LaLiga. Y eso es, evidentemente, porque el Sevilla tiene a día de hoy poco que decir en cada partido de LaLiga. Tiene buenos jugadores, sin duda, y por eso se mantiene en muchos encuentros, cada vez en menos. Pero el planteamiento, el espíritu, la idea, la filosofía, los argumentos... todo lo que tenía el equipo y que le ha llevado a la cuarta plaza que ahora subasta, lo ha perdido. Ha desaparecido. Y lo peor es que el entrenador ni ha sabido ni, peor aún, parece saber cómo solucionarlo. Se está metiendo en un callejón peligroso el entrenador soriano, que fuera de casa sigue planteando partidos sin planteamiento. En el estadio de La Cerámica recibió un buen rapapolvo, muy merecido además. El Sevilla ha perdido su norte, Machín sigue sin encontrar su libreta. Ante el Villarreal, volvió a salir alelado, sin sangre, sin juego, sin tensión, sin intensidad. Y sin saber qué hacer. Para colmo, sin Banega, sancionado, no tenía ni forma de juego, y sin Ben Yedder, en el banquillo, ni chispa arriba. El caso es que el Sevilla, de negro, parecía estar de luto no se sabe muy por qué. Se dejó dominar por el Villarreal desde el principio. No impuso ni su forma de juego ni su ritmo. Es más, facilitó bastante las cosas, porque la presión, esa especie de faro, de guía o de símbolo de los equipos de Machín, ya ni existe. Lo intenta el equipo arrancando con una presión timorata arriba de dos o tres jugadores, que casi nunca son acompañados por el resto del equipo, ni por la medular ni, de lejos, por la defensa. Lo que provoca es que el equipo se parta, genere espacios entre líneas y le facilite las cosas al rival, en este caso el Villarreal. Si Machín no se ha dado cuenta tiene un problema mucho más gordo que esta sarta de derrotas que asetean a su equipo fuera de casa en la Liga. Sin balón, pues, el Sevilla estuvo en manos del Villarreal, no había manera de robar. El mismo Cazorla desnudó el solito dos veces la vergonzosa presión sevillista. Y luego, con la pelota, la realidad es que tienen que pasar demasiadas cosas para que la pelota llegue a zonas de peligro con asiduidad y con sentido. Aún ya cuando perdía el Sevilla, con el equipo más arriba, no había líneas de pase, no había espacios, ni ideas claras. El centro del campo Amadou-Roque-Mudo naufragó. Apenas el canario se la jugó un par de veces y generó algo. Pero en invidivualidades, nada en juego colectivo. Y arriba, André Silva, como siempre, se mueve bien, lo intenta, pero nada recibe. Y Munir, que salió de inicio, se movió bien, pero estuvo impreciso, en zonas de remate y en zonas sin remate. Falló dos goles claros que pudieron meter al equipo en el partido. A todo esto hay que sumar la inutilidad del Sevilla en el balón parado, atrás y adelante. Atrás recibió un gol en una siesta de Wober. Adelante, es el equipo que más saques de esquina lanza y menos aprovecha. El laboratorio de Machín anda cerrado por obras. Todo ello deparó una primera parte de vergüenza fuera de casa, sin personalidad, sin peligro apenas y sin juego. Lo que viene siendo el Sevilla de Machín en 2019. Y un resultado muy cuesta arriba tras la lección local en el segundo gol, justo antes del descanso. Machín cambió en el descanso de jugadores y hasta de sistema. Ya había hecho un amago en la primera mitad con defensa de cuatro, y con los minutos lo confirmó. Salieron Ben Yedder y Sarabia por el Mudo, nulo, y Navas, y a los pocos minutos Escudero por lesión de Kajer. Atacaba el equipo de Machín con cuatro atrás, creando, o intentando, crear superioridad en las bandas con un lateral y un interior, Roque y Promes por la derecha, Sarabia y Wober, luego Escudero, por la izquierda. Mejoró el Sevilla, claro que mejoró, porque empeorar era imposible. Y llegó, cercó y tuvo ocasiones el equipo nervionense, pero de nuevo anduvo falto de precisión y remate, y las ocasiones se fueron al limbo. Especialmente romo estuvo Munir, que desaprovechó otro par de buenas oportunidades. Fue una versión del Sevilla mejorada y más intensa, lo que ridiculizó aún más la actitud y el planteamiento de la primera mitad. Pero ni esa versión, tampoco para tirar cohete, mejorada, dio para meter mano al Villarreal.