Una. Una Supercopa de España ha ganado el Sevilla en toda su historia. Una, y no más. Es pertinente la aclaración, porque parece que el club nervionense no quiere ganar más. La cosa es que teniendo una Supercopa, un título, a 12 de agosto, el Sevilla está a medio construir. El club nervionense reitera sus faltas de respeto a este título, a nivel español o europeo. Y proyecta sus planificaciones sin querer verlas. Hasta Caparrós lo ha menospreciado en las horas previas. El Sevilla dejó ir la Supercopa de España. No hizo el ridículo, como en la Copa del Rey. Porque compitió, porque incluso pudo empatar en el minuto 90 con un penalti fallado por Ben Yedder. Pero dejó claro que el proyecto de Machín está todavía incompleto. Y lo está por la falta de efectivos o por la poca fiabilidad de ellos. Ante el Barcelona Vaclik (primer gol) o Sergi Gómez arrojaron bastante dudas, y el sistema, sobre todo atrás, aún no está asentado. Además, los de Machín, que compitieron e intentaron ejecutar un plan coherente, estuvieron faltos de valentía. Con un Barça a medio gas se mostró dubitativo, no tuvo mordiente, ni instinto, quizás porque sus jugadores no lo tuvieron. El Sevilla fue correcto, decente, solo eso. Y eso no merece, seguramente, un título. La cosa se puso interesante pronto porque el Sevilla se puso por delante a los 10 minutos. Apenas un periodo de tanteo antes de que el mejor del equipo nervionense en la primera mitad, Luis Muriel, se aprovechara de un despeje de Jordi Alba para explotar su potencia y servir a Sarabia el primer gol. Tuvo que llegar la celebración VAR mediante, el primero de la historia en el fútbol español. Prueba de lo que puede resolver la tecnología cuando el banderín fácil tercie hacia los grandes, como en esta ocasión. El tanto era validísimo pese a la invalidación del asistente, por lo que subió al marcador. El tanto casi obligó al Sevilla a adoptar una actitud secundaria con la pelota, pero competitiva en todo caso. El equipo de Machín se cerró atrás. Su 3-4-2-1 se transformó en un 5-4-1 sin miramientos, con un Muriel a sus anchas, sacando petróleo de su potencia y convirtiéndose en peligroso para el Sevilla. Pero claro, se echó tan atrás el conjunto sevillista que el Barça, aun sin chispa, empezó a crear peligro, y cerca de la portería el peligro es doble. Con Jordi Alba, Dembelé, Sergi Busquets, incluso Piqué sumándose al ataque, las llegadas se sucedieron con peligro. El conjunto de Machín intentaba salir a la contra pero la salida de la pelota en los primeros toques no era idónea, y las contras se perdían. Además, pese a la acumulación de hombres atrás, la defensa no se mostraba férrea, tampoco Vaclik. Uno de tantos malos despejes originó una acción de falta que llevó, tras mala cobertura de su palo del meta checo y siesta de la defensa, al empate de Piqué. Dos jugadores del Barça llegaron a rematar, los del Sevilla... Con el empate cambió poco el partido, porque en la segunda mitad el guion fue el mismo. El Barça dominando y el conjunto de Machín a la espera. Se echó en falta entonces un paso adelante de un Sevilla ante un Barcelona algo cansado, que ejecutó rápido los cambios (Coutinho, Rakitic). Siguió a su merced y de nuevo el Barça gozó de ocasiones. Los catalanes ganaban siempre la zona de rechace, fruto de un conjunto sevillista tan aculado, y ni Roque ni Banega acertaban a sacar la pelota rápidamente, lo que provocaba el monólogo. Aún así tuvo un par de ocasiones el equipo de Machín, sobre todo un remate de Vázquez al larguero. Los cambios tampoco dieron otro aire a un Sevilla muy monótono. Ni el prematuro debut de André Silva por Muriel ni el de Aleix por Sarabia. Más al contrario, porque el Barça siguió llegando con peligro ante una zaga que era de todo menos solvente. Malos despejes, malos rechaces, e incluso algo de relajación acabaron por condenar a los sevillistas. Dembelé penetró por la derecha y tuvo tiempo de preparar, acomodar, tocar y perfilar su remate antes de colarla junto al larguero. El segundo gol, pese a todo, no mató del todo al Sevilla, que se fue arriba, ya tarde, y pudo empatar la final en algún que otro remate inocente del Mudo, pero sobre todo en un penalti que Ben Yedder regaló al Barça. El galo se la tiró a las manos de Ter Stegen en el minuto 90. Y así, fallando, con dudas, con un proyecto a medias y apenas construido en sus cimientos, dejó ir el Sevilla, una vez más, un título, una Supercopa.