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¡Sevilla de finales!

Los jugadores del Sevilla celebran el gol de Banega.
  • Así vivimos el Celta-Sevilla

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A la final, a otra; sí, a otra, una más. La 13ª final del Sevilla en 10 años, un espectacular registro al alcance de pocos equipos en este periodo de tiempo. Solo al alcance de los grandes, y de algunos. Pero es que el Sevilla lo es, el Sevilla es cada vez más grande. De nuevo se planta en una final tras eliminar en esta ocasión al Celta en la semifinal cuyo desenlace se ha vivido este jueves. Qué más da si hubo momentos de sufrimiento, qué más da si Sergio Rico fue un auténtico desastre, lo que importa es que el equipo nervionense se ha plantado ya en Madrid, donde parece y debe de ser la final de mayo, y se enfrentará al Barcelona para pelear por un nuevo título. Habrá tiempo para pensar en esa final, que es ya todo un éxito, habrá tiempo para elogiar hasta la efigie a don Ramón Rodríguez Verdejo, de alabar el trabajo de don Unai Emery Etxegoien, pero es momento de celebrar una nueva alegría, un nuevo desplazamiento, una nueva cita con la historia, con la ilusión, con la felicidad. Pues en eso consiste, y realmente consiste en eso, el sevillismo, este sevillismo de éxitos, felicidad y alegría en este siglo XXI. En eso consiste, y realmente consiste en eso, el sevillismo, este sevillismo en este siglo XXI, en éxitos, felicidad y alegría. En el balance de la eliminatoria el Sevilla ha sido tremendamente superior, porque lo fue en la ida y porque en este partido de vuelta, aunque sufrió y tuvo momentos de inferioridad, al final se mantuvo e incluso también empató el encuentro con el gol postrero de Konoplyanka.    El Sevilla salió con los cinco sentidos puestos en el partido. No se dejó sorprender en los primeros minutos, tuvo la pelota, se fue al ataque incluso y hasta pudo marcar en un disparo de Krohn Dehli. Agotó el equipo hispalense de hecho esos minutos psicológicos con el 0-0. Y además del resultado el conjunto de Emery daba sensación de no dar concesiones (era el mensaje que había dado el técnico con su alineación). Banega la pedía, Vitolo se mostraba y el danés aparecía, y en defensa se mostraba el equipo solidario y atento. Pero ocurrió que pasados esos minutos importantes con el resultado sin alterar, algo magnífico para el equipo sevillista, sí que empezó, si no a relajarse, sí a verse con cierto exceso de confianza en el partido. Coincidió además con unos malos minutos de Banega, que pasó de la excelencia al individualismo, y a algunas pérdidas que alentaron a un Celta voluntarioso pero bastante improductivo. El caso es que el equipo y la afición celestes se alimentaron de ilusión aprovechando ese pequeño valle sevillista en una acción a la contra que empezó Aspas con un gran pase y que remató él ante las lánguidas coberturas de los blanquirrojos y ante la precipitación de Sergio Rico, que se venció demasiado pronto cuando debería haber continuado la acción. El caso es que el Celta marcó el gol que al menos mantenía abierta la eliminatoria y el partido, aunque de nuevo tuvo el Sevilla una buena reacción en los últimos diez minutos e incluso pudo empatar en dos remates de cabeza a balón parado, de nuevo una fuente fiable de peligro para los andaluces. Iborra, incluso, estrelló la pelota en el palo. La segunda parte contó de inicio con dos actores principales que iban a intervenir y mucho en el desarrollo del encuentro en la segunda parte. El primero fue la lluvia incesante, que dejó el campo impracticable y abortó cualquier posibilidad de contragolpe para el Sevilla. No es que beneficiara al Celta, pero sí afectaba menos al ataque estático. La incertidumbre de los balones divididos daba cierto pábulo a quien más cerca jugaba de la portería contraria, y ese era el conjunto gallego. El segundo protagonista del choque, más inesperado, fue Sergio Rico. El meta sevillista se vino abajo nada más recibir un par de disparos lejanos. Uno, cómodo, casi se lo come al intentar atraparlo. Y luego se comió un pase lateral que no aprovechó Aspas de forma incomprensible. No acabó ahí su horrible actuación, pues otro remate lo dejó muerto en el área chica para que Iago Aspas hiciera el segundo y metiera el miedo en el cuerpo a todo el Sevilla y a todos los sevillistas. Al fin y al cabo estaba el Celta a solo dos goles de empatar la eliminatoria.  Banega resolvió de forma impecable una acción de ataque dos minutos después de que el Celta metiera el miedo en el cuerpo al sevillismo. Pero por suerte, el Sevilla cuenta con jugadores como Éver Banega, que en cualquier acción, en un pase, en un regate, en un remate desequilibra. El argentino resolvió de forma impecable una acción de ataque y tumbó las esperanzas viguesas, al tiempo que hacía respirar a los sevillistas, que con ese 2-1 volvían a ver a la final en el bolsillo. Con todo, aún hubo lugar para algún susto más. Martínez Munuera señaló penalti en una salida de Rico ante Guidetti. El penalti era bastante dudoso, y quizás ese remordimiento de conciencia evitó que Munuera sacara la tarjeta roja a Sergio Rico, que le habría impedido jugar la final por cierto. Guidetti permitió que la eliminatoria no volviera a tener otro giro de tuerca y la estrelló en el palo, por fortuna para los sevillistas, los que estaban en casa y los que se mojaban en Vigo. A partir de ahí, el Celta se vino abajo, moral y físicamente. El partido se iba muriendo poco a poco. Ya todo lo que podía ocurrir casi que era negativo para ambos equipos. Pero dio tiempo para que Konoplyanka hiciera un segundo y el Sevilla tenga el prurito de haber llegado a la final sin haber perdido un partido. Y sobre todo, dio tiempo para que N'Zonzi viera una amarilla (recurrible quizás si no se hubiera expulsado en vestuarios) que de momento le impide jugar la final de la Copa del Rey. Un fastidio por el minuto, 89, y por la segunda, que ya fue en vestuarios, pero que igualmente es irrelevante al lado de otro logro más, el de este Sevilla, que peleará por su sexto título de Copa en su final número 13 de los 10 últimos años. Ahí es nada.