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El campeón come niños

Los jugadores del Sevilla celebran uno de los goles.
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El fútbol es un juego de hombres, y la Europa League, es un juego serio. Esas dos cosas las entiende el Sevilla a la perfección, por eso es tricampeón de esta competición, ni más ni menos, y por eso el Sevilla se presenta en noches como las de este jueves como campeón que es pero como un equipo competitivo, de los de verdad, de los que saben pelear y de los que saben qué hacer en cada momento. No es, valga la insistencia, este Sevilla tricampeón por casualidad. Y por todo ello el conjunto de Emery (vaya lección) se viene de Villarreal con medio pase en el bolsillo y con una pinta para este final de temporada para relamerse los dedos. Porque jugar pueden saber jugar muchos, pero competir, no todos. El Sevilla, por ejemplo, puede que a veces no juegue tan bien como el Villarreal, que combine, que toque, que merodee, que rice. Pero en competitividad, a día de hoy, y en Europa, a falta de la vuelta, claro está, la distancia es sideral. En El Madrigal, un ejército de hombres se comió a una guardería de niños. Cada balón dividido, cada balón aéreo, cada acción que precisaba de ejecución, fue sevillista, que supo jugar como hay que jugar estos partidos, con templanza, inteligencia y definición. Todo ello, por si a alguno se le escapó, por un auténtico baño desde el banquillo de Unai Emery a Marcelino García Toral. Uno vio lo que precisaba el partido, el otro no vio más allá. Pasaron 13" para que la pizarra y el plan de Unai Emery diera resultado. Un balón largo, la cabeza de Iborra peinándolo, Gameiro recepciona y asiste de manera excepcional a Vitolo. Y recibiendo el canario en el área, tal y como está (5 de los siete últimos goles del Sevilla), asestó un golpe helado y tempranero al Villarreal mismo y a todo El Madrigal. Ni un minuto tardó el Sevilla en ejercer de campeón y ni un minuto tardó el equipo castellonense en dar réplica... aunque sin reflejo en el marcador. Porque Vietto estrelló la pelota en el larguero en una acción de casi reacción. El Sevilla lo tenía realmente claro. El Villarreal es un equipo combinativo, dinámico y rápido con la pelota en los pies. Antídotos que planteó el técnico sevillista: líneas muy juntas, cerradas cerca del área propia y pocos espacios que otorgar al conjunto de Marcelino. El Sevilla es un equipo potente, físico, que también sabe tocar la pelota, pero que sabe perfectamente explotar sus virtudes. Soluciones de Emery, explotar el contacto, balones largos a Iborra y salida rápida a la contra cuando el Villarreal se volcaba casi a lo loco en ataque. Sufrir podía sufrir el Sevilla, claro está, porque jugaba muy cerca de su área, concedía remates y cedía metros para que el rival lo invadiera, pero el plan intentaba minimizar las virtudes del rival, anularlas del todo era difícil, y aumentar las propias. Y las propias vaya si las explotó. Cuando la pelota ascendía más de 190 centímetros se convertía en sevillista, casi sin excepción; cuando la pelota no estaba en las botas de uno o de otro conjunto, también era del Sevilla, porque por corpulencia, por físico los balones divididos caían del lado de los de Emery; y cuando la pelota, igualmente, rondaba las áreas, acababa asiduamente en las redes de Asenjo pero no en la de Rico. Y por un poco de todo, más un despiste de los asistentes, que no vieron el fuera de juego de M'Bia, llegó el segundo tanto sevillista, buen ejemplo de cómo la fortaleza física puede ser utilizada para fines ofensivos. El camerunés se peleó y zafó de su marcador para sacarse un remate de cabeza con una potencia inusitada para la poca fuerza que traía la pelota de Tremoulinas. La segunda mitad empezó realmente ajetreada, como la primera. Dos ocasiones por bando, pero esta vez con goles para sendos equipos. Primero Vietto, en un pequeño despiste en la frontal que originó una acción ofensiva que bien pudo acabar en penalti pero que acabó en gol, a pesar de las discusiones eternas del árbitro con los asitentes. El gol era legal y así fue concedido justamente.  Como fue también concedido, porque también lo era, el gol del Sevilla, que volvió a matar al Villarreal cuando parecía meterse en el partido. Un balón largo aparentemente insulso se puede convertir en un misil tierra aire si arriba tienes futbolistas como Iborra, M'Bia, Krychowiak enfrentándose a algunos inocentes pipiolos defensas. Sacó Pareja desde Sevilla casi, Iborra saltó, la tocó y se la dejó a Gameiro para que la enganchara de cine y volviera a hundir las aspiraciones locales y las de Marcelino, al que le pudo el partido y fue expulsado. Ese tercer gol, de nuevo por potencia, por físico, por ese fútbol en el que el Sevilla es tan superior al Villarreal, dejó tocado, no podía ser de otra forma, al conjunto amarillo. Tanto, que por unos minutos parecía el equipo de Emery tener vía libre hacia la portería de Asenjo en cada contra. Fueron minutos espléndidos de Iborra, que ya no solo las bajaba, las prolongaba y casi las remataba, sino que además las paraba y daba salida al equipo. Entre esas ocasiones, ya con menos convicción pero con calidad siempre, el Villarreal también se sacó sus oportunidades, que resolvió de forma notable Rico, que se mantuvo erguido y acertado hasta el final del encuentro, pues salvó de forma evidente un resultado más ajustado con dos paradas seguidas a sendos cabezazos a Gerard. Bien por el chaval... y mal por el árbitro, que a su error en el 0-2 del Sevilla unió un clamoroso error dejando pasar un evidente penalti en el 92 a Vidal. No se alteró el 1-3 finalmente y el Sevilla le dio un repaso al Villarreal que deja bastante franca, que no finiquitada, la eliminatoria. Los cuartos de final están más cercas, el campeón sigue dejando su sello por Europa... aunque sea en España.