Arcarahopipa

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Arcarahopipa es una pedanía de Cádiz adonde va todo aquello que está desahuciado y perdido, lo irrecuperable, lo que ya no merece la pena, lo que no se puede salvar ni reciclar de ninguna manera. No sólo van amigos y amores, sino cacharros de todo género, como ilusiones, esperanzas, causas y porvenires. Durante estas últimas semanas ha llegado la política andaluza. Pero de camino vienen otras tantas. Arcarahopipa es como La Venta el Nabo que regenta mi amigo Yuyu, con la diferencia de que en la Venta aquella se cena la especialidad de la casa, se pasa la noche y, a la mañana siguiente, se puede volver al mismo lugar de procedencia para intentarlo de nuevo. En cambio, cuando algo o alguien va Arcarahopipa sabe de sobra que va a un destino sin retorno. Aunque mi indignación y depresión post-electoral ha sido mayúscula, al menos mis entornos me han ayudado a aceptar la realidad como un castigo lógico y justo que, aunque no todos merecemos, es lo que hay cuando se comparte sociedad con chulos a caballos y esclavos por naturaleza. Y es absurdo pelearse con unos y con otros, pues en la Edad Estúpida el respeto a la diversidad lidera el ranking de los falsos valores públicos. No vale distinguir entre diversidades aceptables e inaceptables. O se aceptan todas o no es posible la pluralidad. Es lo bonito de la Edad Estúpida, la coexistencia pacífica —y a idéntica altura— de lo sublime, lo normal y lo degenerado. El espectáculo post-electoral va desde los que celebran una victoria por 1-0 con gol en propia meta hasta el llanto de los que han perdido después de jugar un partido de 36 años echando balones fuera y renunciando al ataque sin siquiera aprovechar su aplastante superioridad numérica. El favorito se lo creyó tanto que al final se terminó confundiendo de portería. O no… Luego, sales a la calle y hablas con la gente y te das cuenta de que la mayoría ni siquiera sabía —ni aún sabe— de la trascendencia del partido que se estaba jugando y que, salvo a los individuos y colectivos directamente perjudicados, les importa un nabo como el de La Venta. La mayoría cree que esto no va con ella. Y aquí, un servidor, también ha ido pasando de la indignación a la risa, en un ejercicio terapéutico de irresponsabilidad social que, aunque reconozco que no me identifica plenamente, sí es correcto, pues en la Edad Estúpida lo más rentable es nadar en la misma dirección que tus vecinos. Sin embargo, quizá mi risa no sea muy correcta. Pero entiéndalo. Algo de mí tengo que mantener. Y acepten mi diversidad como yo acepto la suya. Quizá ésta haya sido mi mayor catarsis. De hecho, durante estos días han ido avanzando que al descalabro andaluz han acompañado terribles anuncios de ERES en Vodafone, Caixabank, Ford… y lo que queda. Ya no están en peligro la mercería, la imprenta y el bache del barrio. Las grandes financieras y las multinacionales ya también están buscando en la Wikipedia el significado de “Arcarahopipa” y muchas hasta lo han localizado en el GPS. ¿No queríais neoliberalismo? ¿No votabais a quien os daba de comer? No me río. Pero no lloraré con vosotros hasta que no os deis cuenta de que la culpa de todo esto es la contradicción interna de los sistemas que defendéis, tanto unos como otros. Yo leo la Biblia. Siempre la he leído para aprender a protegerme de Dios y del hombre. Pero quienes defienden el neoliberalismo no leen a Marx y, por tanto, no son capaces de diagnosticar el origen de sus miserias. Al igual que la Biblia está escrita para los ateos, El Capital está escrito para los capitalistas. Pero al final, a San Pablo solo lo leen los cristianos y a Marx los comunistas. Por eso los cristianos pierden la fe con la misma rapidez con la que los capitalistas pierden el dinero, sin que los ateos secularicen la vida pública ni los comunistas controlen los medios de producción. Si realmente fuésemos plurales sabríamos caminar con la misma agilidad en nuestra dirección y en la contraria. O dicho de otra forma. Occidente va Arcarahopipa. Andalucía ha llegado antes porque siempre ha estado más cerca. Pero el resto viene detrás. Con una diferencia. A Andalucía siempre le quedará la Semana Santa, los toros y Juan y Medio. Al resto del mundo no le va a quedar ni Apple. Cádiz resiste.JUAN CARLOS ARAGÓN