El resfriado de Dani Mateo

Por un error informático (como son ahora todos los errores) mandé a mi estimado socio de ElDesmarque el domingo pasado la penúltima versión del artículo 'Cubiertos con la bandera', al que faltaba la última sentencia que me servía como conclusión, y que era esta: “No me hablen de conciliación con la bandera mientras esa bandera siga siendo el pasamontañas del franquismo”. Nos pasa a muchos. Realmente no es que no queramos que la bandera nos una, sino que la marca España no nos convence, y la bandera de España, lejos de unirnos, nos distancia más aún. Pero eso ya no tiene remedio. No se trata de cambiar la marca ni la bandera, sino la historia. ¿Es acaso posible? ¿No? Po ea. Al carajo pipa. Quien flipe con la bandera que la ponga en el balcón, en el condón o en la toalla, y quienes no flipemos la seguiremos viendo como un símbolo más del franquismo (lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible), y puestos a tener una bandera, nos conformaremos con la andaluza o con el pendón morado (o con ninguna, que ninguna da de comer). Creo que hasta ahí estamos de acuerdo. Otra cosa muy distinta son los límites del humor. El sentido del humor es con diferencia la arista más selecta de la inteligencia crítica. Cuando el humor pretende llegar a todos los públicos (y eso se hace a menudo por y solo por dinero) se ve obligado a reducirse a sí mismo hasta el punto en que ya no es humor. Ese, justo ese, es su límite y ya no tiene otro. LOS LÍMITES DEL HUMOR LOS MARCA EL HUMOR MISMO, jamás su contenido. Al humor no hay dimensión humana que se le resista por sagrada que parezca. Toda fe, ideología política, personaje público, gobernante, drama, obra de arte, defecto o excelencia han sido históricamente blanco del humor. Los límites del humor solo se plantean cuando el humor no supera o traspasa sus propios límites. No es —como pretende justificar el humorista sin acierto— el contenido ni el mensaje, sino la forma del humor lo que falla tantas veces. O dicho de otra forma: no falla el humor, sino el humorista. Por eso el término “payaso” se usa despectivamente para quien va de gracioso y es obvio que nunca lo consigue. Con la crítica pasa igual. Todo es criticable. Pero la crítica es un ejercicio de lógica que parte de unas premisas para llegar a una conclusión. Y aunque —insisto— todo es criticable y toda conclusión puede valer, si las premisas son gratuitas o no están hilvanadas siguiendo las leyes de la lógica, la crítica presenta el riesgo de aparecer como mera ofensa. Por eso el término “borde” se usa despectivamente para quien va de crítico y es obvio que nunca lo consigue. El humor y la crítica no son patrimonio de todo sujeto que lo pretende. No son un solo un simple derecho, sino una virtud. Sonarse los mocos en la bandera de España no es gracioso, igual que no es crítico cagarse en Dios, ni enaltecer el terrorismo entre rap malo y rap peor. Te lo dice un convencido antipatriota, ateo, anticlerical y defensor de la autodeterminación de los pueblos. Es cierto que la libertad de expresión está pasando por malos momentos. Que hay mucho pijo redomado cogiéndosela con un papel de fumar. Pues mejor. Para eso está el ingenio: para atravesar con vaselina las alambradas de la libertad. Más morbo da. Mas cuando el ingenio falla, lo que no vale es fortalecer la cagada desplazando el centro de gravedad hacia el falso argumento de los límites del humor o la crisis de la libertad de expresión. Es como cuando el estudiante de filosofía se defiende del suspenso alegando que para aprobar hay que pensar como el profesor, sin detenerse a analizar si lo que ha escrito tiene el menor sentido lógico. Todo puede valer, pero no de cualquier forma. Las formas las marca el ingenio. El ingenio es un don. Y todos no somos ni donantes ni donados. A los obreros del humor y de la crítica nos duele que los payasos y los bordes reclamen el humor ilimitado y la libertad de expresión cada vez que la cagan. Y no la cagan cuando dicen lo que dicen, sino cuando no saben decirlo, o sea, cuando su humor no tiene gracia ni su crítica atraviesa ninguna conciencia. ¿De verdad me quieres convencer de que eso es humor? Te garantizo, querido Mateo, que tu sketch de la bandera lo mete una chirigota en el popurrí y no pasa la preselección. ¿Por ofender a la bandera? No, picha, no: POR OFENDER AL HUMOR. Te lo dice un chirigotero a quien la bandera de España le causa la misma “emoción” que a ti, que le ha vacilado al himno, al patriotismo de balcón y a todo dios que se le haya puesto delante. Y aunque los humoristas de la tele, los ricos, sigáis mirando a los chirigoteros gaditanos por encima del hombro, te aseguro que hay más payasos en la tele que en el Falla.
JUAN CARLOS ARAGÓN