La resurrección de Filosofía

Enhorabuena a mí y a los que siempre apostamos por ella, que somos pocos: los que hemos disfrutado de su estudio y aplicación multidimensional; y también a los que habéis vivido en un mundo mejor que el que os hubiera tocado de no haber sido por determinados filósofos… que sois muchos (aunque no lo sepáis). De camino, mi más sentido pésame a los carceleros del pensamiento, desde el catolicismo institucional hasta la ultraderecha analfabeta (valga la innecesaria redundancia). Personalmente, no esperaba tan grata sorpresa. Desde el atentado terrorista del aquel siniestro Wert, el castigo educativo y cultural que sufrió la clase estudiantil española parecía irreparable, mientras la nueva humillación a la que era sometida la filosofía la devolvía a ese estatuto académico inferior (o nulo) que padece en regímenes tiranos. El antecedente político de los gobiernos del PP, el franquismo, ya se había encargado de eliminarla. Y cuando parecía que recuperaba el rumbo a imagen y semejanza de los países civilizados, el expolio de la LOMCE la volvió a limitar a la antesala de su disolución —hasta cierto punto— de modo lógico y coherente con las pretensiones doctrinales de un gobierno empeñado en terminar de atrofiar la ya de por sí escasa capacidad crítica de la ibérica juventud. Por ilustrarte, querido lector, la importancia de la filosofía en la formación integral de las clases estudiantiles, te vengo a contar que, por ejemplo, yo fui educado (maleducado) en un colegio de curas en el que la las leyes de la lógica —la estructura profunda del sentido común— estaban tan ausentes como el agua caliente en las duchas del gimnasio. Pero esa ausencia me vino tan bien que buscarla desesperadamente se convirtió en una de las direcciones prohibidas que mayores orgasmos vitales me ha provocado. Intuía que, bajo la irracionalidad de la doctrina religiosa y conservadora (vuelvo a disculparme por la repetida redundancia), tenía que haber por cojones un universo de consideraciones humanísticas y científicas que justificaran la definición de “hombre” como “animal racional”, pues, de momento, no las había encontrado. No se trataba solo de resolver ecuaciones ni problemas de física, de apuntalar el análisis sintáctico cuya importancia es relativa si no se pone a disposición de la elaboración de discursos que desmonten la farsa cultural que heredamos del franquismo. Y bajo la cripta de la filosofía descubrí la realidad histórica que presentía desde que el desarrollo de la conciencia crítica empezó a acribillar mi adolescencia. Evidentemente, cuando conocí la filosofía “de verdad”, fuera de la escuela concertada y de la mano de Don José María Vinardell —la mayor autoridad docente conocida hasta la fecha— no dudé en tirarme sin paracaídas por el excitante tajo de la búsqueda de las verdades veladas por un sistema que falsificaba la razón y la historia como estrategia didáctica para el bloqueo ideológico de una generación tras otra. Aunque la filosofía no te hace rico, sí te hace libre de la necesidad de serlo, con lo cual, me hizo comprender que en esta vida no merecía la pena más que dedicarme a menesteres que le dieran sentido (el carnaval, por ejemplo, ese que miran por encima del hombro los presos en libertad). Y también me hizo darme cuenta de que no vacila tanto quien conduce un coche de lujo como quien es capaz de ridiculizar a quien lo conduce. Y no por envidia, precisamente, sino por lástima. Fíjense si es poderosa y necesaria la filosofía. No obstante, la filosofía sirvió y servirá solo a quien la quiera; necesitarla, la necesita todo el mundo. Ahora solo queda que se remate la faena, si no con la supresión, sí con la flexibilización del temario, de modo que no haya que someter al alumnado a los caprichos teológicos de muchos “grandes” de la Historia de la Filosofía Occidental, que sólo son grandes para los enemigos de la filosofía, dado que quitaron bastante más de lo que dieron, como el Platón de la Teoría de las Ideas o el Descartes del Discurso del Método, las dos losas que aún constan como autoridades filosóficas de las que se tienen que examinar en selectividad esa mínima clase extraterrestre a la que todavía le pondera la filosofía para el grado escogido. Esperemos, pues, que la filosofía salga finalmente del hermetismo, el dogmatismo y la confusión con la erudición y la teología, o sea, que salga a la calle antes de volver a las aulas y, en todo caso, que vuelva con un registro idiomático apropiado para la ocasión, una traducción espontánea que enganche de menos a más a unos estudiantes, como los andaluces, que llevan dos años de retraso con los precoces e ilustres castellanos. Menos “mundo inteligible” y “divina res” y más Jardín de Epicuro y filosofía a martillazos del bigotudo que puso a la cultura occidental boca abajo, que es lo que le falta a la aburrida perspectiva de presente y futuro que atesora la juventud sin tesoro. Agradecer también al partido que propuso la resurrección de esta necesidad cultural —con 2.500 años de antigüedad— que los bárbaros del anterior gobierno decapitaron a traición (por enésima vez en la historia y como se ha hecho cuando ha impuesto su doctrina un tirano). Al resto del Congreso, no tengo tanto que agradecer: la mayoría votó que sí porque no tienen ni puta idea de lo que es la filosofía. Si lo llegan a saber bien, lo mismo se abstienen…
JUAN CARLOS ARAGÓN