Mal de sevillistas, consuelo de tontos
El coronavirus puede quedarse en hernia de hiato en comparación con la úlcera que cada día más supone el Real Betis para una importante mayoría de béticos. Sentimiento rima con sufrimiento y esta pasión parece condenada a abandonarse a un estoicismo inmune al dolor. Esa irredenta ilusión que el seguidor verdiblanco renueva cada día con más fidelidad que los votos de su propio matrimonio perece cada vez que llega un partido. Y el mal de sevillistas no es sino consuelo de tontos. La hipotética incidencia negativa que pudiera tener la derrota ante el Villarreal CF para el rival de la acera de enfrente no pasa de placebo ansiolítico para atemperar la ansiedad que provoca el equipo propio. Sólo cabe entenderlo como mecanismo de autodefensa para lidiar una realidad sonrojante que te persigue y es más rápida que tú. Una venda apretada para no ver lo que tienes delante.
Otro ridículo más
El Real Betis protagonizó otro ridículo más esta temporada ante un rival bueno, pero no tanto como para hacerte parecer tan débil. Esa debilidad está ahí, casi crónicamente instaurada, y no puede cobijarse en las lecturas más provincianas de la eterna rivalidad sevillana. ¿De verdad que un bético cabal, a día de hoy, puede verle algo positivo al partido de anoche? Menos mal que la pandemia ha puesto el Villamarín en mute, porque el papelito fue para guardarse los pañuelos y protestar con los corazones en la mano.
Tampoco creo que deba valer la excusa, por momentos clamorosa, de la actuación arbitral. Porque lo normal es que la contienda hubiera acabado 0-6 aunque se hubiera jugado sin árbitros. El problema es demasiado grave para quedarse en ese tipo de análisis fanático y primitivo; es la impotencia; es el Fekir de ayer, desquiciado quitándose del cartel. El Real Betis es, a día de hoy, un cadáver verdiblanco en un velorio que no parece tener fin y donde miles de allegados esperan absurdamente que el muerto resucite. Así, por arte de magia blanca, negra o verde.
El consuelo de la pena ajena
Encima, esos béticos tienen que darle gracias a dios de que la muerte esté siendo plácida, en el sentido de que aún podría estar siendo peor a poco que los de abajo estuvieran algo más vivos. Una vez más, el consuelo por la pena ajena. Hay tres o más tan malos que, si no media una hecatombe (tampoco descartable del todo), el equipo se quedará en la máxima categoría. Y eso, por lo visto, es lo que hay. Guardar el luto de este benigno y gradual deceso mientras se espera a una resurrección sustentada por una fe eterna e incorruptible. La resurrección de la ilusión. O la ilusión de la resurrección, lo mismo da que da lo mismo. Mientras, en algún cuarto de la casa de algún bético se escuchará un “ole, que le den al Sevilla”. Y en los de la mayoría de las demás casas verdiblancas languidecerá el “illo, ¿dónde cae el puente más cercano, que me voy a ir tirando?”.
