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La más grande de las derrotas

Beto y Tremoulinas se lamentan durante la final.
  • Así vivimos la Supercopa de Europa

  • Messi, más bestia negra que nunca

  • Esta Supercopa ya tiene un hueco en la historia

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El Sevilla ha redefinido la épica en esta final de la Supercopa de Europa ante el Barcelona. Cayó, sí, pero seguramente será la más grande de todas las derrotas, más grande que todas las que dejó ir en otras finales, en otras Supercopas. El Sevilla demostró ser campeón, pero demostró más cosas. Demostró tener un corazón y un alma de equipo estratosférico, de equipo histórico, de un equipo que dolido, magullado, lesionado, limitado, mermado, se sobrepuso de tal forma que de un 4-1 logró igualar la final y llevarla a la prórroga, a un 5-4 que pasará a la historia del fútbol europeo y que pudo, debió, mereció ser un 5-5. No pudo ser, y lo lamentará el Sevilla, lo llorará incluso, pero sin embargo cada sevillista sale este martes henchido de orgullo en su pecho, en su escudo y en sus colores, como no puede ser de otra forma tras apoyar y comprobar cómo estos irreductibles se dejaron la piel para convertir en posible lo que era un imposible. Enorme Sevilla, enorme campeón, por mucho que el Supercampeón de Europa sea el Barcelona con ese gol de Pedro en el 114... en el 114. De cómo un equipo se levanta tras tocar la lona dio un tratado el Sevilla, un tratado de bemoles, de corazón, de alma. De fútbol, claro, sin ello no podría haber llevado adonde llevó la final. Tras remontar un 4-1, tras mostrar debilidad, el conjunto de Emery creció hasta un imposible, hasta poner contra las cuerdas al todopoderoso Barcelona y hasta convertir en históricos a estos jugadores que tienen por delante una hermosa campaña, y si se deja la piel el equipo como en Georgia, será hermosa, seguro que lo será, como hermoso fue ver fajarse a los sevillistas en cada balón ya sin piernas, sin efectivos. El partido arrancó a balón parado, de forma trepidante, con goles y con buenas ejecuciones de golpes francos. El primero, que hizo soñar a los sevillistas, de Banega tras una falta de Mascherano sobre Reyes que debió conllevar una tarjeta, de esas naranja porque el utrerano se colaba. Eso lo pudo echar de menos el equipo nervionense, pero no la ocasión, pues el centrocampista argentino hizo el primer tanto del partido de forma impecable. Solo tres minutos de partido y el Sevilla adquiría una ventaja que ante el Barcelona siempre es escasa, pero era ventaja al fin y al cabo. En esos tres minutos dio tiempo a ver un gol pero aún no a ver cómo estaba Messi, en qué estado afrontaba el encuentro. Tardó poco en demostrarlo. Espectacular réplica del también argentino para colarla por la escuadra en una nueva falta al borde del área. Siete minutos y dos goles de falta, un inicio emocionante y, poco después, una remontada. De nuevo Messi, de nuevo de falta directa, aunque esta vez mucho más lejana y con cierta condescendencia del meta Beto, que pudo hacer quizás algo más en ese 2-1. Sumaba el marcador 15 minutos y lo que había quedado claro, en ese poco tiempo, es que Messi estaba intratable, que la portería del Sevilla sigue dejando dudas y que la capacidad defensiva del equipo era limitada. Se siguió demostrando en los minutos siguientes, hasta el tramo final de la primera mitad. Krohn-Dehli y Banega no llegaban a tapar a Messi ni a Iniesta, tampoco recibían ayuda del resto de jugadores de la medular, y a ello se sumaba la falta de entendimiento de los centrales, con un Rami a medio gas y un Krychowiak fuera de sitio. Precisamente al polaco era al que se echaba en falta en el centro del campo, su presión, su perfil infatigable e incómodo para los rivales.  Cuando Messi bajó algo los brazos, descansó o se dosificó y el Sevilla quiso la pelota, poco a poco empezó a trenzar y crear jugadas el equipo nervionense. Incluso tuvo una ocasión clara que salvó Daniel bajo palos. Pero curiosamente fue entonces, en una contra tras un ataque numeroso del Sevilla en una acción a balón parado, cuando el Barcelona hizo el tercero. Salvó Beto ante Suárez primero, pero luego llegó Rafinha para aprovechar el desbarajuste defensivo en la línea de atrás y hacer el tercero. La segunda parte ya empezaba cuesta arriba y cabía esperar un arrebato de intensidad, de orgullo, de atención. Se hizo esperar, desde luego, porque de inicio demostró el equipo hispalense precisamente lo contrario. Salió más relajado, algo más dejado. Faltas de concentración y fallos que escenificó Tremoulinas regalando un gol que parecía matar definitivamente el partido y que colocó al Sevilla en una complicada franja para una final de esta índole. El choque, decíamos, parecía estar definitivamente muerto, pero he aquí que dice el himno del Sevilla que nunca se rinde, por muchas adversidades que tenga, por muchas contrariedades y muchos problemas. Sin defensas, con tres goles de desventaja, el equipo nervionense fue arriba por arrojo, como el que tuvo Vitolo con una primorosa galopada que acabó en magnífico pase al segundo palo para que Reyes apareciera y acortara distancias. Parecía que el partido se calmaba, pero todavía le quedaban balas al Sevilla, vaya si le quedaban. Empezó a crecer en el partido, a crecer y crecer, a creer y a creer hasta empezar a anular al Barcelona, que ya apenas se acercaba al área de Beto mientras que el equipo de Emery se asentaba en el terreno contrario. Incluso Tremoulinas llegó para redimirse con un pase desde la izquierda que se transformó en claro penalti de Mathieu a Vitolo. Gameiro no perdonó y acongojó al Barcelona, que vio cómo el campeón de la Europa League se le subía a las barbas... y hasta lo alto de la cabeza.  Los cambios de Konoplyanka, Mariano e Immobile, además, dieron nuevos bríos al Sevilla. Nuevos bríos y una nueva dimensión se abrió para el sevillismo cuando el italiano hizo un reverso tras un saque de banda y se la dio al ucraniano para que a placer hiciera el empate y para que los gritos de orgullo y alegría recorrieran obstáculos hasta atravesar toda Europa y acariciar los oídos de cada jugador del Sevilla en el Boris Paichadze mientras se abrazaban y celebraban la épica firmada ya por los campeones nervionenses, a falta todavía de minutos por delante. Con el increíble 4-4, el equipo hispalense incluso tuvo arrestos para asustar aún más al Barça, y al Barça para asustar al Sevilla, lógicamente. Pero se agotaron los 93 minutos con ese empate para dar paso a una histórica prórroga, de entrada por cómo se había alcanzado. La primera parte de la prórroga dio para que el Barcelona tuviera la pelota, para que el Sevilla defendiera con más agresividad, más orden incluso, a pesar de que las piernas respondieran menos, y hasta de tener una oportunidad, de Mariano Ferreira, que paró Stegen. Realmente dieron mucho aire los cambios y el Sevilla se asentó en ellos, en un enorme Banega y en un enorme sacrificio de los todos los jugadores sobre el campo. En la segunda mitad, eso sí, llegó un nuevo mazazo, esta vez definitivo. Una falta en la frontal pudo convertirse primero en penalti pero se convirtió en gol, de Pedro, tras una gran parada de Beto en un segundo remate de Messi. Un 5-4 celebrado por todo lo alto por los culés que clavaba un doloroso puñal en un Sevilla prácticamente irrecdutible. No merecía ese doloroso final un equipo que se vació. Pero pasarán los días, y esta final se verá de otra forma, como debe verse en el fondo, como un ejemplo de lo que es este Sevilla y de lo que debe llevarlo a grandes cotas futuras, más aún, a pesar de lo conseguido.