La cabeza visible de la Tercera Vía no desfallece en su intento porque el club siga controlado por sevillistas
Antonio Lappí tiende la mano incluso para evitar la venta del Sevilla: "Un legado más que un activo"
Si usted no juega al mus, ya está tardando en aficionarse al mejor juego de cartas de baraja española que existe. Si lo hace, sabrá la tensión del que lanza el órdago cuando la pareja rival está cerca de los 40 amarrakos, y la satisfacción que se produce si la jugada resulta triunfadora. Y si tiene entre sus dedos ‘la real’ y gana el juego sin tener mano, eso es ya…
Hay que ser muy valiente, u oler la derrota muy cercana, para buscar los tres ‘7’ y la figura que le hagan triunfar. Antonio Lappí está lejos de tener las mejores cartas para hacerse con la gobernabilidad del futuro, pero este lunes, en la Junta General Ordinaria del Sevilla FC, se convirtió en uno de los grandes protagonistas, y para ello no le hizo falta siquiera intervenir en la asamblea.
El empresario de industrias gráficas, cabeza visible de una Tercera Vía que cuenta con Fede Quintero y Monchi -sí, Monchi-, como acompañantes de altura, estuvo en todas las miradas de la Junta. A su llegada, junto a su hijo, mientras se sentaba junto a Rafael Carrión hijo, y en las intervenciones de los pequeños accionistas que se agarran a su clavo ardiendo para evitar la venta a capital extranjero, con la consecuente pérdida de identidad del club. Gestos, todos estos, que no pasaron inadvertidos, o no debieran hacerlo.

Lappí como opción sevillista
La idiosincrasia del fútbol sevillano está muy ligada en estas tres décadas de sociedades anónimas deportivas a la identidad de una ciudad que vive sus clubes como nadie. La atomización como forma de ser, un club de todos, en el caso del Sevilla capaz de levantar su estadio mediante las participaciones de sus abnegados aficionados. Todo un ejemplo que el sevillismo ni quiere, ni debe olvidar. Más allá de los deslumbrados con el dinero que pudiera aportar -o no- el yanki de turno, el sevillismo cabal quiere que su club siga siendo gestionado por un corazón como el suyo, sevillista. De otros, claro, no de estos que están y se empeñan en continuar estando completamente amortizados.
Lappí sabe que la presión social es su única baza en estos momentos. Deslizó una oferta de 320 millones de euros por un club con 88 millones de deuda neta oficial. Un dineral. Pero para algunos no tanto. Por lo visto, dicen, ni se acerca a lo que dan desde el otro lado del charco. Más dólares, pero nulo sevillismo.
Palabras como “legado”, y no “activo”, resuenan fuerte en el órdago de la Tercera Vía a los que están llamados a decidir cuál será el futuro de un Sevilla que siempre ha sido de los suyos, incluidos ellos, y cuando no ha sido así se han levantado en armas para acabar con aquellos. Una mano tendida, incluso, para si es posible, cambiar la gestión sin que la serpiente del capital extranjero pudra las entrañas del Sevilla como ya hiciera en otros lugares no tan lejanos como Valencia o Málaga. Para ello, el diálogo, inexistente desde el maldito pacto de 2019, es fundamental. Sentados en la mesa, con las cartas por delante, y todos sabiendo que Lappí es postre. Pero y si empieza a sacar ‘sietes’.


