Mitos rojiblancos en entredicho

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El Sentimiento Athletic no lo tiene fácil en 2020.
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Un mito es un relato tradicional que se refiere a unos acontecimientos prodigiosos protagonizados por seres extraordinarios tales como dioses o héroes que busca dar una explicación a un fenómeno. Los mitos se representan como creencias de una comunidad donde son considerados como historias verdaderas. Ni se imaginan la cantidad de argumentos, energía y saliva que he empleado fuera de la órbita Athletic Club para defender y justificar a pies juntillas en algunos foros descreídos y hasta hostiles la exclusividad del mito rojiblanco y lo magnífico de su pertenencia al clan. Como un devoto confeso me he ido empapando de todas esas leyendas y mantras que con tanta naturalidad repetimos los aficionados más idealistas o quizá los más ilusos. Cuantas veces presumimos de esos tótems innegociables haciéndolos nuestros y defendiéndolos con la misma pasión que si los hubiéramos creado nosotros mismos. Ya saben a qué mandamientos románticos nos referimos. Porque nos gusta presentar al Athletic como una institución ejemplar. Porque nos sentimos cómplices de un sentimiento único y profesamos con auténtica fe el conocido catecismo de máximas rojiblancas irrenunciables.

 Gran respuesta de la afición del Athletic en San Mamés.

Y sobre todo porque admiramos, respetamos y exigimos con mentalidad paternalista a ese equipo arraigado al pueblo al que describimos con orgullo como una cuadrilla de amigos que ha crecido en la factoría de Lezama bajo el sobreprotector manto rojiblanco. Hasta aquí una rápida lección sobre la mitificada filosofía primigenia zurigorri. Todos nos podemos sentir identificados con esta forma de vivir el fútbol tan sentimental y pasional como la inmaculada marca Athletic. Modélica, ejemplar e intocable hasta que llega una crisis de resultados como la actual. Ay amigo, entonces toda esa palabrería manida y cursi sobre las bondades de nuestra doctrina, sobre el compromiso de nuestros jugadores o sobre la capacidad y la habilidad de nuestros gestores, todo, absolutamente se discute, se cuestiona o directamente se borra de un plumazo. Lo que era nuestra fortaleza, la apuesta por los futbolistas del país, es un yugo que nos llevará al sufrimiento porque (ya lo habrán oído más de una vez) la ausencia de competencia en las etapas de formación hace que el jugador propio llegue con poco colmillo a la jungla del futbol profesional. Cuando las tercas dinámicas nos impiden levantar el vuelo -como ahora- lo que era una comunión en la añorada grada se convierte en una jauría de rabiosos oportunistas escupiendo mensajes apocalípticos y corrosivos en las redes sociales.

 La afición se hizo notar en el silencioso Coliseum.

Lo que nos llenaba de orgullo, aquél compromiso extra que sólo tienen los de casa, se ha convertido hoy que pintan bastos y a los ojos de los críticos en una mercantilización mercenaria del futbolista. Un profesional que pasa al centro de la diana porque no acierta, porque no se deja el alma o salta al campo sin el amor propio necesario para defender en el verde el orgullo de representar nuestro escudo. Ni una cosa ni la otra. Los proyectos románticos hace tiempo que se están cuestionando, lo mismo ocurre con cualquier actividad de la que formemos parte. Cada vez cuesta más encontrar compromiso y entusiasmo, solidaridad, esfuerzo, sacrificio y talento, y no solo en el fútbol. El negocio y el ansia de sostenibilidad (mas aun en tiempos de COVID-19) está llevando a las urgencias y el cortoplacismo, que suelen entrar en colisión con el concepto más romántico de una forma de entender el deporte tan particular y compleja de defender como la nuestra. Aunque nos duela quizá haya que empezar a desmontar algunos de los mitos que desde los tiempos de Mr Pentland han alimentado la leyenda del Athletic.