Traidor

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Felipe González abraza a Pedro Sánchez. EFE
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Siempre recordaré como uno de los grandes traumas políticos de mi juventud el interminable muro de la carretera de Astilleros, el emblema gaditano de la lucha de los trabajadores, presidido por una enorme pintada que, durante años, anduvo zigzagueando mi Vespino cada vez que la leía: "Felipe, Cabrón". Así de simple, rotunda y magnicida. Escrita con las manos encalladas de un obrero que, a buen seguro, lo votó en el 82. Siempre intuí que realmente el obrero quiso decir "traidor", pero en Cádiz, al traidor, cuando su traición es definitiva y consciente, se le llama "cabrón", y así ahorramos matices y notas a pie de página (principio de economía del lenguaje, que aquí lo usamos como el que lo inventó). El impacto de aquella pintada me invitó a buscar su porqué en periódicos de segunda mano, en los que fui descubriendo con innegable dolor que El Padrino había traicionado a la izquierda de este país, vendiéndose al neoliberalismo incipiente del que fue unos de sus más aventajados delfines. ¿A cambio de qué? De todo lo que tiene ahora, primo ¿te parece poco? Fue el pionero de la destrucción de la política como vocación, para convertirla en profesión, sustituyendo el principio de servicio a la ciudadanía por el de servicio a sus cojones, bajo una línea maestra que aunaba ambición por el poder y dinero en un solo cargo. El resultado es su patrimonio personal y el de los que siguieron su sentido profesional de la política, o sea, el de la inmensa mayoría de los que llegaron detrás. Poder, dinero y corrupción política y personal a partir de las siglas del Socialismo Obrero, una obra de ingeniería inmoral que cedía en bandeja el Estado al neofranquismo opusino de Aznar y compañía.Después de todo eso, ya este país no se recuperaría jamás. Ni lo hará en décadas, pues España pasó de ser un teórico Estado globalizador a uno de los más globalizados del sur de Europa, dígase más propiamente ‘norte de África’, desde que los efectos devastadores del sunami de 2008 la expulsaron de aquel ficticio Estado del Bienestar. Y dentro de esa obra de ingeniería inmoral, aún posan erguidas sus dos torres gemelas: haber convencido a la banca de que el socialismo puede enriquecerla tanto o más que el franquismo, y haber combatido el terrorismo con terrorismo de Estado saliendo impune, sentando las bases para la transformación del socialismo en poscapitalismo y allanando el camino para el triunfo político de la Ley Mordaza, respectivamente.

Felipe González, el gran traidor de la izquierda, del socialismo obrero y de la ilusión política de varias generaciones, quería que su pelele Sánchez volviera a hacer presidente a Rajoy cuatro años más

  A partir de ahí, me gustaría saber qué pinta el PSOE en la política española. Menos cada día. Debió haber sido absorbido en su día por la Izquierda de Anguita, pero el obrero andaba demasiado embaucado entre segundas viviendas y aparentes volkswágenes como para oír discursos a su medida, amén de que los Barones aún estaban en activo. Hoy siguen estándolo, aunque a la sombra, donde los peces gordos y viejos se mueven mejor que a la luz. No obstante, mantengo la esperanza en que los pocos socialistas de verdad que aún resisten románticamente en su partido, se dejen de estériles nostalgias y fortalezcan Podemos, de donde pueda surgir una gran izquierda política que represente a la social con posibilidades efectivas de gobierno, que aún no las hay. El pobre Sánchez me llevaba la soga al cuello desde que fue investido como líder de una fuerza retroactiva, nacida con la exclusiva intención de dar por culo; o sea, como líder de nada. Había caído en una emboscada. Era la víctima de una nueva Operación Mangosta, la que mató a Kennedy, que en España ha matado al PSOE. Hay emperadores que cuando saben de la conveniencia de abandonar el trono, son capaces de trabajar desde dentro para la disolución del propio imperio, antes que alguien pueda volver a ocupar su vacante con púrpura y oro. Felipe González, el gran traidor de la izquierda, del socialismo obrero y de la ilusión política de varias generaciones, quería que su pelele Sánchez volviera a hacer presidente a Rajoy cuatro años más, por tal de que no pactase con el enemigo real de El Padrino. ¿Qué esperabas, primo? Ya le regaló el país a Aznar. Quien traiciona sus principios, cambia a su madre por un camello si es preciso. Sánchez no le hizo caso, y su intolerancia ante la desobediencia del infante le ha provocado un ataque de soberbia de consecuencias no calculadas: lo que era una venganza contra Sánchez se ha convertido en el principio del fin del partido que, para lo que era —derecha disfrazada de izquierda— más vale que no sea nada. Pablo, Íñigo y demás tienen ahora la oportunidad histórica de convencer a los huérfanos, que aún quedan muchos que merecen la pena. En mi currículum moral, ondea gallardo el no haber votado nunca a ese partido. Los anarquistas no votamos salvo en situaciones límites y como mal menor. Y, por desgracia, para salvar las situaciones límites que se han dado en este país, el PSOE nunca ha sido un mal menor... JUAN CARLOS ARAGÓN