La libertad, la estelada, la barbacoa y el carnaval

A los políticos pido que no ensucien el nombre de mujer más bello de cuantos existen, Libertad, que cada vez que lo pronuncian, además de hermosura, pierde sentido y significado. Libertad, sustantivo femenino, sinónimo de creación, que en los códigos penales quieren verla como desorden, en los morales como exceso, en los divinos como pecado y en los civiles como castigo. De ahí el premio para los esclavos, que no es otro que el de vivir sin libertad, encadenados al trabajo, a Dios, a la moral y a la ley. El que prefirió morir de pie fue el Ché, que así murió. El resto vive, de rodillas pero vive, que es de lo que se trata (para el resto, claro). Dijo Aristóteles que había esclavos por naturaleza (no dijo cuántos, pero imagínense). No seré yo quien lleve la contraria al sabio más grande de todos los tiempos, entre otras cosas porque vivo en tierra de esclavos, a los que hasta su propio himno le dice que se levanten. Ni por esa. Coño. Para el partido de esta noche a punto estuve de hacerme del Barça, no por darle la tabarra a mi primo —hasta ahí no llego—, sino por alzar yo también una Estelada, que mientras fuese una bandera inconstitucional y prohibida, para mí era una bandera de libertad, en toda regla. Obviamente, Cataluña ocupa en mi corazón lo mismo que Nepal. Por ello, con malicia, algún demagogo podría inquirirme si del mismo modo no son para mí ‘banderas de libertad’ otras como la nazi, que también cumplen los requisitos de prohibidas e inconstitucionales. La respuesta es que no. La diferencia estriba en que, mientras a la Estelada no se le ha dado la oportunidad de ver cómo se comporta representando a un país reconocido como tal, el resto de las que están prohibidas se ganaron el estatuto de inconstitucionalidad por los enormes crímenes perpetrados mientras fueron reconocidas, incluidas varias de las españolas, que hasta al mismo viento salpica la sangre cuando todavía ondean. Pero en esto que llega un juez con inteligencia, que también los hay, y —oh— autoriza la Estelada. Ya no es bandera prohibida. Solo inconstitucional. Eso es muy poco. La mera inconstitucionalidad no da ningún morbo. La constitución española no vale nada: sus presuntos garantes son los primeros que se cagan en ella. Entonces ya, puestos a escoger, que gane la Copa del Pito el Sevilla, que para eso es uno de los 13 ó 14 equipos de mi hijo —depende del lugar en el que le pregunten “y tú de quién eres”—. Siempre me provocaron morbo las cosas prohibidas. No solo las banderas. El placer que se experimenta con lo prohibido es de una naturaleza distinta y superior al del resto de los placeres. No sabe igual un bocadillo de jamón que un porro. El jamón es exquisito, pero un porro también, y además te hace libre. ¿Por qué? Repasa la definición y verás cómo participa del desorden, el exceso, el pecado y el castigo: no ocurre lo mismo con el jamón, que hasta lo usan las monjas para hacer croquetas. Si queremos ser libres tenemos que defender las cosas prohibidas. De hecho, las cosas se prohíben cuando nos hacen libres, por ejemplo, la Barbacoa del Trofeo, que surgió como la Estelada, del deseo del pueblo de hacerla, en la playa, de noche, sin hora, sin medida. Era nuestra independencia, nuestra libertad. Poco a poco, según se fue sublimando como manifestación espontánea, individual y colectiva, popular y culta, moderna y castiza, universitaria y obrera, en los códigos penales empezaron a verla como desorden, en los morales como exceso, en los divinos como pecado y en los civiles como castigo. Las magnas autoridades de la estirpe de Teófila Jardínez la acotaron, la dejaron sin el fuego que brotaba del fondo de la arena, le pusieron fin antes de se fuera la luna y le quitaron el encanto hasta el punto de convertirla en La Cumbre del Gilipollas. Si al menos la hubieran prohibido… Ahora Kichi I de Roterdamm proclama su muerte anunciada. Al final, con Estelada y sin Barbacoa. Joder. Pues a ver qué nos inventamos ahora en nombre de la libertad, algo que lo prohíban, que lo declaren inconstitucional, pero que sea nuestro, que nos diga algo, que nos devuelva la vida, que nos haga libres. ¿Podría valernos el carnaval?Perdón. Estaba haciendo un cuplé y sin querer he puesto el chiste al final del artículo. JUAN CARLOS ARAGÓN