Aleluya de qué

Aleluya de qué. El Señor ha resucitado, pero Cruyff no. El país sin gobierno, Del Bosque sin equipo, Europa sin seguridad, los bares sin vergüenza, la prensa muda y yo avergonzado con mi artículo de la semana pasada. No lo soporto más. El silencio para los cobardes. Aquí va éste. Maldigo con toda mi alma el punto de vista del que afirma que hay que mantener un respeto a las tradiciones, cuando hablamos de tradiciones que no respetan ni a su puta madre, como la de los Toros del Aleluya, que no es más que el correlato ibérico de una forma muy nuestra de practicar la religión, y ya empiezo a estar un poco harto del sadismo institucionalizado. Cada Semana Santa certifico preso de espanto que el fervor cofrade es directamente proporcional a la crueldad representada en el paso. La Borriquita no levanta pasiones porque no hay sufrimiento, pero al menos conserva intacta la esperanza de saber que va a haberlo. La Santa Cena pone al personal mucho más. De hecho, la mayoría de los ojos buscan a Judas a ver si ha reunido ya la bolsa con el dinero. Los Prendimientos y Sentencias suben tres o cuatro peldaños en la escalera del morbo que conduce al éxtasis místico de la crucifixión, pasando por las cruces a cuestas —algunos las prefieren con caída y rodillazo, otros a palo seco sin Cirineo que le ayude—, y las sumisas Columnas, que son más atractivas de espaldas que de frente porque así es como muestran todo el esplendor de la saña y la sangre de los latigazos. Por último, los Perdones, Expiraciones, Últimas Palabras y demás episodios previos al instante de la muerte, constituyen el auténtico orgasmo cofrade porque representan la apoteosis del dolor. Siempre he mantenido sin poderla resolver la enigmática duda de quién disfruta más con la perversión de la tortura, si el verdugo o el espectador, aunque me inclino más por el segundo, ya que el primero cumple con su deber pero el segundo contempla por gusto. De hecho, el Cristo muerto marca el principio del fin del fervor porque, como en todo proceso que conduce a un orgasmo de tipo lineal, cuando se consuma, comienza el proceso disolutivo de la pasión y el crecimiento vertiginoso del desinterés. De hecho, los Descendimientos de la cruz —con los rostros inexpresivos en el yacente y seca la poca sangre que conservan— no pueden jamás tener el encanto de una buena lanzada en el costado, salpicando sangre fresca, y con el Cristo entre la cumbre de la agonía y la entrada en el umbral de la “Buena Muerte”, como llaman los más sádicos a una muerte en estos términos, que manda cojones. Si no, pregúntenle a un publicista adónde pagaría más por colocar su espónsor. Ya lo del Santo Entierro es un coñazo. Además, no suele verse. Los niños piden que los suban a hombros a ver si hay algo que merezca la pena dentro de tanta pompa de cristal y plata. Pero que va. Parece que hay uno dentro, pero ni se le ve la campanilla ni echa sangre por ningún lado. A estas alturas del artículo, en las que ya he cabreado a buena parte del personal —sólo por aplicar lo que la teoría psicoanalítica del inconsciente humano demostró hace más de un siglo—, quiero que levante la mano todo aquel fervoroso cofrade que haya ido a celebrar la Resurrección contemplando tan refrescante imagen de buenaventura y esperanza, participando del sentido completo y único a su vez de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, tal como ordena la religión cristiana y —ojo— la tradición. Admito que alguien me diga que cree en Dios a su manera, pues el concepto de Dios es tan relativo y abstracto que es imposible que dos mentes converjan en una única idea de lo divino, ni aunque sea para negarlo. Pero en modo alguno admitiré mientras viva que —en nombre de la tradición— cada cual pueda convertir una religión en una perversión particular de la doctrina que exija —para más inri— RESPETO, cuando son ellos los primeros que faltan el respeto a la propia doctrina que pervierten. Una apuesta. Ya que lo cofrade es un arte, como la tauromaquia, vamos a mantener las corridas de toros y la Semana Santa sin rastros de tortura, centrándonos exclusivamente en lo artístico, esto es, celebrar ambos festejos sin la presencia de una puta gota de sangre, ni real ni pintada. Si el espectáculo sigue funcionando, la teoría de lo artístico habrá vencido y me comprometo a ser yo quien pague la conviá. ¿Sí o qué? JUAN CARLOS ARAGÓN