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La pobreza alternativa
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La pobreza alternativa

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Juan Carlos Aragón

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Y mientras no doy el paso y arranco el motor, y atravieso la cancela y pico a la entrada, y saludo sin ganas con la sonrisa estrecha, y tardo en abrir cremalleras y luces, y hora tras hora se me convierte el reloj en gotera, el día en fecha y la sirena en unidad de tiempo perdido, miro a mi alrededor por si encuentro a la importancia, aun sabiendo en el fondo que ya nunca viene. La importancia es la inspectora del trabajo con sentido, y el sentido en el trabajo con la rutina se evapora. En un instante en que la mirada se escapa a través de los pequeños espacios de la celda, oigo el canto de los pájaros como si fueran pescadores libres. ¿Quién ha envenenado a la juventud con mentiras y otros libros? Hoy hay que hacerlo al contrario. La revolución tiene que empezar en la ciudad y de allí a la selva. No hay más parlamentos que los campos ni más discursos que el de la lluvia sobre la tierra, ni más riqueza que su fruto, ni más órdenes que la del sol que calienta y alumbra. Y si así la rutina se disuelve, lo mismo vuelve la importancia a habitar entre nosotros.

Y mientras no doy el paso, ese maldito paso, me conformo con haber superado el número cien de las noches sin humo, el grado superlativo de la estupidez estética entendida como placer. Puedo sumarle a esto correr por vez diez mil los metros no del todo lisos que me separan de La Caleta, oliendo la sangre menstruada en la cangreja adolescente. Parece de pronto que puede haber puerto en la noche, cantina en el camino, país a la izquierda y libertad a la deriva, canto entre los dientes, palabras nuevas, con el mismo amor y los mismos perros. El mediodía rompe con el pulgar hacia arriba, suena la música detrás de mis frontales y la primavera excelente sonroja al guardia urbano.
Que nadie pregunte qué oscuras golondrinas sobrevuelan de nuevo nuestros empinados gólgotas, que no es el testamento de un tío lejano, sino un equipo de fútbol compuesto por un pueblo con once generales, un estadio y un corazón compartido. Parece mentira, parece imposible. Se puede trepar por encima de los días cotidianos, con una bufanda roja y blanca y un grito de amor residente en los labios, que se alarga cuando se dice y suena mayor al apagarse. El viejo continente mira de reojo y contempla una historia de ciento diecisiete años de paz en el alma y de guerra en el campo.
Llevo un curso entero sin poder escribir sobre fútbol, el oro de los pobres, el amor de los miércoles. Tengo varios equipos que hago míos cuando los necesito. Y como ser sólo puedo ser del Cádiz, pues hace años que los necesito a menudo, como ansiolíticos culturales que devoro sin receta, ni ideológica ni geográfica. La selección ya no me funciona porque, además de poco patriota, no soporto a los brutos, y Vicente Del Bosque hace un excesivo honor al complemento preposicional de su nombre. El Dortmund de mi churumbel me dio el disgusto del año en la UEFA, el más cruel, quizá por vender la piel de un oso inglés antes de haberlo matado. Y por si mis males vienen de camino, aprovecho y me río de los del vecino; pero el vecino, para mi rabia, tampoco va tan mal como para reírme si acaso para alegrarme. Esperaba que en la final del Campeonato de Carajotes de España, Luis Enrique y Eduardo Inda terminaran empatados, pero entre la ansiedad culé y la repetición de las elecciones, cualquiera puede golear al otro. En fin, que sólo me quedaba el Atleti. Esta vez parece mucho pedirle. El Barça. Sin Torres. La liga. El Bayern... Que va. Frente a los 12 apóstoles si hace falta. Ojalá gane y Europa se rinda ante su coraje, pues no he visto nada que se le parezca. A mí me ha hecho rezarle de nuevo a Neptuno y comer manzanas rojas. Y lo más inaudito: tararear un himno. Me estaré volviendo loco, pero como gane la Champions soy capaz de llamar otra vez a Subiela.
Pd.: es broma, Javier.
JUAN CARLOS ARAGÓN

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  1. Breca

    Juan Carlos: lo del paso, cuanto más lo pienso más me acobardado y más aún cuando sé que "Pero aquéllas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquéllas que aprendieron nuestros nombres... ésas .... ¡no volverán !". Me siento mal.

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