Triana sin ti
El destino hace putadas, pero en la música no recuerdo ninguna como la de Jesús de la Rosa, con solo 35 años, hace también 35 años, un día como hoy de 1983. Se marchó de la manera más absurda e inoportuna uno de los más brillantes genios andaluces de todos los tiempos, genio hasta el punto de inventar un género que nació y acabó con él: el rock andaluz, una mágica fusión improvisada por Jesús y consagrada en el altar de la música universal. Desde que lo escuché por primera vez comprendí que Triana era otra dimensión del sonido andaluz, tan nueva y fresca como eterna y clásica. Era algo que estaba ahí pero que nadie atinó a hacerlo hasta que llegó Jesús. Y después de él, el listón quedó tan alto que mereció la pena no volverlo a intentar. Tenía 16 primaveras cumplidas y fue la primera de las muertes públicas que no acepté. Y confieso que, 35 años después, y hasta el mismo nicho de tener que aprender a aceptar muertes públicas y privadas, lo de Jesús a largos ratos sigo creyendo que solo ha sido una pesadilla. Mayores pues son los escalofríos cada vez que vuelvo a escuchar Triana. Parece que está ahí. Que no se ha ido. Que no es un vinilo. Que es él que sigue con su alma bajo el agua del entrañable giradiscos de mi padre. Seguí creciendo y descubriendo a los más dispares genios de la música. Pero a Jesús no era capaz de situarlo en la foto de grupo, en la orla del siglo XX, ni en el cielo ni en la tierra. Mira que me cautivó hasta el límite de la mímesis. Pero, he ahí su infinita grandeza, era —es— inimitable. Como Paco Alba en la comparsa pero en el rock andaluz, salvando la distancia (o sin salvarla). 35 años después de su jodida muerte, y a excepción de Camarón, no ha habido en la música gitano-andaluza ninguna revolución integral que haya consagrado a un genio distinto. Me provoca una desoladora sensación de pobreza musical el panorama televisivo y el éxito (más que relativo, pero éxito) de concursos como OT y, sobre todo, “Se llama copla”. Si Andalucía sigue pariendo glorias musicales, así es poco probable que nos enteremos pues, en todo caso, esos géneros y esos espacios a los genios suele darles alergia. El último tercio del siglo XX fue especialmente generoso con la música en todos los frentes; tal vez la esperanza en la democracia, tal vez el equilibrio entre los gigantes, tal vez el miedo al fin de la civilización… de alguna forma la historia quiso que mi adolescencia coincidiera con el estrellato de los más grandes (inalcanzables, quizá). Pero está claro que el viento que sopló en la velada final de aquel capítulo de la historia fue mucho más favorable para el desarrollo de la genialidad que el que empezó a soplar al abrirse el capítulo nuevo. Otras veces lo entiendo como la imposibilidad de que en tan corto espacio temporal pueda surgir otro genio de esa dimensión, aunque estemos en la tierra con más artistas del mundo por metro cuadrado. Cuando lo veo así, se me hace aún más trágica la ausencia de Jesús. Me dirán lo de “queda su música”, y es cierto, pero no me consuela. No sé por qué, siempre imaginé cómo hubiera sido su obra completa si el destino no hubiera sido tan cabrón. Y ese es el dolor: el vacío de aquella parte de la época de madurez de su obra que pudo haber sido y no fue. Cada vez que me he dispuesto a fabricar muchas de mis presentaciones y cuartetas, me ha asaltado al instante el recuerdo y la impronta de Triana. No sé si se me nota, pero tampoco he hecho por disimularlo: rock gaditano a pretendida imagen y semejanza del que un día fundara Jesús para una patria más grande que la mía. A ratos creo haberlo conseguido… hasta que escucho de nuevo algo así:
“Dormidos al tiempo y al amor, un largo camino y sin ilusión que hay que recorrer, que hay que maldecir. Hijos del agobio y del dolor, cien fuerzas que inundan el corazón te separan de ti. Quiero sentir algo que me huela a vida, que mi sangre corra loca de pasión, descubrir la música que hay en la risa, la luz profunda y el amor. Un largo camino y con ilusión que hay que recorrer desde ahora hasta el fin. Hijos del agobio...” Hijos del Agobio. 1977. TRIANA.JUAN CARLOS ARAGÓN
