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Las mentiras de la filosofía

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Estimados lectores. Sé que hoy no seréis muchos los que haréis RT y corazón a mi artículo, ya que la inclusión en el título de la palabra “filosofía” lo hace poco o nada atractivo para la mayoría, incluso cuando actúa como complemento preposicional del sustantivo “mentira”, denuncia que —normalmente— suscita interés. Quizá os extrañe que un profesor de filosofía proponga que la enseñanza de esta materia sea retirada de los planes de estudio de bachillerato. Pero el motivo es sencillo: es una de las mayores mentiras —y peor contadas— de la civilización occidental. Al estudiar en un colegio donde la verdad era única e incuestionable, irracional y dogmática, al alumno que durante la adolescencia despierta la conciencia crítica solo le queda la posibilidad de buscar la verdad lejos de allí (en el fondo, todos los colegios son así). Me aconsejaron críticos mayores que yo que estudiara filosofía, pues en ella hallaría argumentos racionales para fundar otras verdades. La enseñanza religiosa es mentira desde el momento en que su concepto de verdad y razón se encuentra subordinada al de fe en un dios de cuya existencia nadie puede probar nada, ni por deducción ni por experiencia. Marcho, pues, a la facultad de filosofía con el deseo de encontrar todas aquellas realidades y ángulos de la existencia que los padres salesianos me habían negado y ocultado durante doce años. El resultado no puede ser más frustrante. Estudiando la filosofía oficial que venden en Occidente como producto de la perversa alianza Iglesia-Estado, desde el siglo IV hasta la actualidad, voy desvelando que la educación religiosa tiene su origen precisamente en esa filosofía, la cual no debería llamarse filosofía, sino teología y, como tal, esoterismo. En la historia de la filosofía hay dos corrientes enfrentadas y —como en el resto de las historias— en nuestros libros de texto solo han escrito la de los vencedores. Cuando el inocente estudiante —ignorante de partida en la materia— se planta ante los textos de los Platón, Descartes, Aquino o Kant se desploma. Estudia de memoria porque no comprende. Le asalta la duda acerca de si la filosofía es para gente mucho más inteligente o si es un rollo macabeo. Tanto si es lo uno como si es lo otro, suele acabar el bachillerato tomando a la filosofía como una pesadilla inútil, estéril, residual y hermética, y en las estanterías de su casa no vuelve a plantar un libro de filosofía más. Lógico. Y hace bien, entre otras cosas porque lo que le han vendido por filosofía es mentira. Por eso es preferible su supresión. Si la gente no estudia la estafa de filosofía que venden en los libros de textos, es posible que algún día alguien le desvele la auténtica filosofía, la lea, la estudie, la siga y le sirva para vivir mucho mejor de lo que vive. Si estudia la estafa huirá de ella como de la peste. La auténtica filosofía hedonista, racionalista, materialista, atea, pragmática y corporal —la de los vencidos— constituye la mayor afirmación posible de la vida, en contra del sufrimiento, la resignación, la inmortalidad del alma, el idealismo delirante, la religión, el dogmatismo, la falsa democracia y el desprecio por el cuerpo que los sacerdotes católicos y los apóstoles laicos de nuestras instituciones imponen como filosofía. La sola presencia de Platón y compañía en la programación de segundo de bachillerato y sus infames textos en las pruebas de selectividad constituyen uno de los mayores insultos contra la inteligencia y el sentido común que padecen nuestros jóvenes estudiantes, cuya inocencia académica es vilmente aprovechada desde la instituciones para generar acólitos de este nuevo poscristianismo laico llamado sistema capitalista. Y otra gran mentira institucional en cuya trampa está cayendo la mayoría: los bachilleratos científico-tecnológicos tienen más salida que los socio-humanísticos. Los primeros son útiles para el sistema. Los segundos, muy peligrosos. Las matemáticas no dicen nada acerca del mundo, las humanidades sí. Del mundo actual es conveniente que sus habitantes no sepan nada —o lo sepan mal—: de ahí la falsa primacía de las matemáticas y la física sobre la historia, la literatura, la filosofía o el arte. El sistema público de enseñanza —amén del concertado— es una prolongación más de los telediarios, una manipulación-confusión que vela las atrocidades de la historia pasada y presente e impide que el joven descubra ese infinito abanico de inmensas posibilidades ante sí que supone la vida. No obstante, si quieres saber la verdad, querido lector, te doy un consejo basado en mi propia experiencia. Estudia lo oficial. Aunque el sentido común te advierta de lo contrario, esfuérzate en concebir como verdad los cuentos para niños que enseñan los libros de texto, en especial, los de filosofía. Si las mejores escuelas de ateísmo son los colegios de curas y los seminarios, la mejor escuela de la auténtica filosofía es el estudio previo de su propia mentira, a riesgo de que dichas escuelas inviten al abandono antes que al descubrimiento de la verdad, porque ambas tienen en común la tremenda habilidad para quitarnos las ganas. Eso explica por qué aún hay gente que trabaja explotada por una mierda de sueldo y encima se siente afortunada. EL RUBIO (el último presocrático)