El estigma del Carnaval
Carnaval top secret
Golpe de Estado al Carnaval
Un estigma es una marca impuesta con hierro candente como signo de esclavitud, así que no hay muchas vueltas que darle. El carnaval lo es. Unos lo llevamos con orgullo, otros con resentimiento, unos con agradecimiento, otros con frustración, unos lo exhiben como una bendición, otros lo esconden como una vergüenza; todos, en general, lo llevamos de algunas de estas maneras según circunstancias y avatares, según el día, según nos vaya, según nos toque, según nos paguen: “maldito carnaval, bendito sea” ha salido de los labios de todos los que somos sobrinos del de la Tiza. Pero la contradicción irresoluble se adueña de los carnavaleros militantes cuando se aproximan las noches de los cuchillos largos y las madrugadas de los cañones cortos… Muchos de los que hoy estamos aquí, estamos porque hemos vuelto. Unos llegaron hasta Madrid, otros nos dimos la vuelta en Alcalá de Guadaira. ¿Adónde íbamos a ir sin nuestras comparsas y con los hierros candentes del Gran Teatro impresos en el alma como si fueran su funda, su tumba, su cruz, su sombra y su anillo? ¿Adónde mis artículos, mis libros, nuestras canciones? Como mi admirado Antonio —no el que se va, sino el que ha vuelto— me recordó en cierta ocasión, “tenemos la mala costumbre de comer tres veces al día”. Aunque algún bestia lo repudie, afirmo que es noble el uso honesto del Carnaval como trampolín para intentar otros sueños porque, además de comer tres veces al día, también necesitamos soñar todas las noches, y siempre será mejor el sueño a la pesadilla. Descubriendo la infinitud de caminos que la vida te ofrece se hace uno más rico que andando siempre por el mismo, aunque en el mismo mantengas el equilibrio y por los infinitos resbales. Hasta ahí casi todos de acuerdo en casi todo. Pero