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Salió muy mal

  • Determinar el paso de un director deportivo por un club al rendimiento del primer entrenador elegido es absurdo y erróneo

  • Culpa, más que de Alonso, de quienes decidieron traerle y, sobre todo, mantenerle cuando el cadáver lleva un mes oliendo a muerto

No han llegado los turrones futbolísticos -en los supermercados están desde septiembre-, y el Sevilla FC se enfrenta al difícil trago de encontrar a su tercer entrenador para una temporada que, ojo, pinta incluso peor que el año pasado a estas alturas. A la continuidad que no convencía a nadie de José Luis Mendilibar, siguió la negligencia de poner un polvorín en las manos de un Diego Alonso del que ni un solo hombre de fútbol en España conocía su relación con el fuego. Ahora, acertar es imprescindible, cuestión de vida o muerte, porque este equipo lleva dos años apestando a Segunda División, y pocas veces un club de esta entidad es capaz de pasar más de una vez por encima de las brasas sin quemarse.

El Sevilla tardó dos eternos días en confirmar que Diego Alonso iba a ser el sustituto de Mendilibar. El vasco estaba sentenciado antes de empezar, y ya sabían en la cúpula que al primer traspiés cogería camino de Zaldívar, pese a llevarse la séptima Europa League bajo el brazo. La paciencia con él fue mínima, todo lo contrario que con su antecesor, pesó el primer tramo agosteño de la temporada a pesar de que la plantilla parecía la cola del SAE, con gente saliendo y entrando. La mejoría no fue suficiente para frenar una guillotina que se venía afilando desde el mismo mes de junio, desde el mismo día que se sentó junto al trofeo y frente a la cara larga de un Monchi que ya solo pensaba en Birminghan. Nadie quería que siguiera, pero no tuvieron más remedio. Acertados o no, es el riesgo que se corre al gobernar una entidad de este prestigio a golpe de tuitazo y con una camisa que no le llega al cuello por los que aprietan desde atrás, caiga quien caiga.

El uruguayo era un total desconocido en España a su llegada. De hecho, los vagos recuerdos de él eran de un delantero aguerrido de pelo rapado que colaboró con nota a sacar al Atlético de Madrid de ese año en el infierno que acabaron siendo dos, por lo que ni siquiera su aspecto actual ayudaba a recordarlo. Su última experiencia había sido mala con Uruguay, que no pasó de la fase de grupos en Catar. Posiblemente el país más futbolero del orbe en cuanto a densidad de población, bicampeón mundial, que venía de unas semifinales en 2010, unos octavos en 2014, y unos cuartos de final -eliminado por el campeón- en 2018, cayó a las primeras de cambio. Antes, había pasado por países de menor nivel como México y Estados Unidos. Esperaba como agua de mayo su primera oportunidad en Europa y no calibró con la cabeza fría lo que suponía enrolarse en este Sevilla, hasta el punto de haberse convertido en el peor entrenador de su historia y el peor de los seis grandes equipos españoles en su tramo en Nervión. Culpa, más que de él, de quienes decidieron traerle y, sobre todo, mantenerle cuando el cadáver lleva un mes oliendo a muerto. Una mancha que nunca podrá borrar y que, seguramente, lastre una carrera -al menos en España- que, a la fuerza, no puede ser tan mala. Ahora, horas después de abandonar por última vez el Sánchez-Pizjuán entre gritos de algunos adolescentes descerebrados que esperaban allí para insultar a cualquier bicho viviente que saliera del estadio -y más si lo hacía como tratando de huir de algo-, pensará si no hubiera sido mejor aceptar la oferta del Oviedo.

Horas después de abandonar por última vez el Sánchez-Pizjuán, Diego Alonso pensará si no hubiera sido mejor aceptar la oferta del Oviedo

Cometió además la torpeza Víctor Orta de contar cómo había contactado por primera vez con el charrúa y cómo se había sentido encandilado por su personalidad. Cómo un entrenador, en un asado, le había convencido hasta el punto de brindarle el salto a Europa diez o doce años después. A un profesional en su cargo se le suponen muchas cosas, que si el dato, que si las estadísticas… pero también tener un ojo clínico bien calibrado. Al madrileño se le estropeó con la salida de Mendilibar, y bien haría en volver a ajustarlo en las próximas horas. Determinar el paso de un director deportivo por un club al rendimiento del primer entrenador elegido es absurdo y erróneo, de ser así ni siquiera existiría ese puesto, pero en situaciones límite como la que vive el Sevilla cualquier mínima desviación puede ser catastrófica.

“Esto puede salir muy bien o muy mal, pero al final la culpa la tenemos yo o tú”, dijo tres grandes verdades ese día José Castro

Esto puede salir muy bien o muy mal, pero al final la culpa la tenemos yo o tú”. Dijo tres grandes verdades ese día José Castro: lo de Jesús Galván como relevo de Antonio en el filial está saliendo estupendamente -acabará 2023 como líder-, el fichaje de Diego Alonso ha pasado de arriesgado a negligencia, y las culpas, siempre, siempre, siempre, están en la zona más alta de la jerarquía. Salió muy mal, Pepe.

Castro y Del Nido Carrasco, durante el primer entrenamiento de Diego Alonso (Foto: Kiko Hurtado).
Castro y Del Nido Carrasco, durante el primer entrenamiento de Diego Alonso (Foto: Kiko Hurtado).

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  1. Juan Luis

    Y el Victor Orta lo mismo

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