¿Compro una réflex o una compacta?

 

 
Se acercan las navidades y con ellas los reyes magos, y uno de los regalos estrella en los últimos dos o tres años son los relacionados con la fotografía digital. Las cámaras, antes prohibitivas, han ido bajando sus precios hasta ponerse a un nivel que prácticamente cualquiera puede hoy día permitirse una máquina de calidad. Entonces surge la pregunta: ¿Me compro una de esas compactas? ¿O doy el salto a la réflex? ¿Cuál es mejor de las dos?
 
Para empezar habría que entender qué se entiende por cámara réflex. En esencia, la réflex no es más que un sistema de espejos que permiten que la imagen que se observa por le visor provenga directamente del objetivo. Es decir, que la foto que voy a tomar es exactamente la misma que la aparece en pantalla, sin desviaciones ni cosas extrañas. Las antiguas compactas de la era de los carretes no tenían esta peculiaridad, y el visor por el que se miraba tenía siempre un error respecto a la toma del objetivo. Esta característica hizo que, con el tiempo, las réflex fueran evolucionando hacia prestaciones más profesionales, mientras que las que no lo eran se quedaron para usuarios de andar por casa.
 
Hoy en día las réflex tienen cientos de opciones: se puede cambiar su objetivo, obteniendo zooms mayores o mayor amplitud de imagen, se pueden ajustar los tiempos, las aperturas y la sensibilidad, consiguiendo regular la luz, se cambia el balance de blancos modificando el color de las fotos y un sinfín de cosas más. Por contra, pesan más, son más caras y requieren de horas de estudio, de pruebas y manutención.
 
Las compactas son más ligeras, más pequeñas y baratas. Difícilmente se encuentran algunas que permiten cambiar de objetivo, y, según modelos, se pueden ajustar la luz, los colores u otras cosas.
 
Ahora bien, ¿cuál es mejor? La respuesta, como siempre me decía un profesor, es “depende”. Depende de cuánto queramos gastar. Depende de cuánto queramos estudiar. Depende del peso que queramos transportar. Y, sobre todo, depende de para qué la queramos.
 
Las réflex no siempre son mejores. Son, eso sí, más flexibles, más ajustables, más profesionales. Con una réflex se puede hacer todo, pero requiere paciencia, estudio y dedicación. Las réflex salen más caras, no sólo por la cámara en sí, sino porque para desplegar lo que pueden hace falta comprar complementos, objetivos, flash, trípodes, que nos pueden salir más caros que el cuerpo de la máquina en sí. Las réflex son un bulto grande, que en vacaciones o en escapadas pueden suponer un engorro. Por último, las réflex no siempre son tan buenas como parecen, habiendo sólo dos marcas: Nikon y Canon. Las demás no dejan de ser una burda imitación de éstas.
 
En las compactas lo que hay es de todo. Desde las simples “dispara-y-corre”, pequeñas y rápidas pero de calidad cutre hasta maravillas tecnológicas que dejan con la boca abierta. Una buena compacta no sube mucho de los 200 €, puede tener más megapíxeles que una buena réflex, puede llevar unos zooms extraordinarios y hacer unas fotos excepcionales. Una buena compacta se identifica por tener muchas opciones, y, por encima de todas, una: si ves una compacta con un modo “manual” en el que puedes modificar la velocidad, la apertura y la ISO, ésa es normalmente una buena cámara. Y, sobre todo, tres marcas: a las anteriores Nikon y Canon se une también la Sony.
 
Así que si estás pensando si regalar (o regalarte) una cámara, piensa un momento: ¿Para qué la quiero? ¿Cuánto estoy dispuesto a invertir, tanto en tiempo como en dinero? ¿Quiero ajustar lo ajustable, o lo que pretendo es plasmar recuerdos de vacaciones, encuentros y reuniones familiares? Si lo que quieres es poco, hazme caso: una buena compacta puede darte más juego que una réflex de calidad media.