Fumata rojiblanca en San Mamés

Ir al futbol se está convirtiendo en un marroncete para quienes lo hacemos acompañados de nuestros hijos. Solo así se puede definir la manera en la que digerimos los aitas más o menos responsables los frecuentes momentos glubs que se terminan produciendo en peregrinaje al estadio. ¿Por qué nadie ha dicho aún que sea necesaria la mayoría de edad para acudir, no?

Desde los canticos xenófobos, las reivindicaciones patrias –irrespetuosas, a los insultos gratuitos. Por no hablar de la recua de juramentos que se sueltan en esas gradas. No pido que se module el lenguaje pero a veces el futbol parece jugarse alrededor de un salón del salvaje oeste.  Voy al grano. 8 de la tarde, partido reciente de copa, paseo más o menos multitudinario de acceso al estadio y en los aledaños primeras preguntas complicadas de responder a unos niños de 10 años. Porque resulta difícil justificar como muchos de los espectadores que acuden a un espectáculo deportivo lo hacen envueltos en una nube de marihuana, o de hachis -algo que no es nuevo ni aislado. Las fumadas colectivas hace tiempo que aderezan de efluvios rastafaris la caminata de aproximación a muchos campos de futbol. En eso tampoco somos diferentes.  Y es complicado recriminarles que no lo hagan, imposible frenarles en la calle –que es de todos. Yo lo he intentado alguna vez con espíritu conciliador y con nulos resultados.  Pero la calle efectivamente es de todos y ahí es difícil regular el uso y el consumo de tabaco, con o sin aditivos. Hacerlo en la rue no está penado.   En España el cultivo de cannabis es una actividad que únicamente puede ser sancionada a nivel penal si se lleva a cabo con el fin y el ánimo de traficar, quedando excluido así el cultivo de  marihuana para el autoconsumo. Están los usos terapéuticos, sí, sí… pero no creo que sean tan masivos los fumetas con receta como para justificar unos consumos tan extendidos alrededor del estadio y ojo…también en la grada, donde sí está prohibido el consumo de tabaco y alcohol, tabaco, hachis, marihuana… y si me permiten hasta “aspigarri” que es ahí donde radica mi indignación.  Ocurrido recientemente. Chico joven, rubio, pelo rizado. Comienza el partido, se saca un peta, un petardo, un canuto… un porro de tamaño más que considerable. Poco le importa tener a su derecha a dos hombres –más bien mayores que le recriminan el gesto, y dos niños a su izquierda -los míos que tosen y se cubren la boca con la bufanda para no quedarse ahumados.
Le digo que por favor o lo apague o se mueva unos cuantos asientos (que los hay libres). Me dice que ha pagado su entrada y que puede hacer lo que le dé la gana. De hecho me enseña un par de latas de cerveza que llevaba escondidas en los calcetines y que tambien había conseguido colar en el campo, donde repito ni fumar ni beber alcohol están permitidos.   Resultado, el que se mueve de mi sitio soy yo y el que tiene que argumentar el episodio con cierto sentido común ante las preguntas de mis niños, pues soy yo también. Una lástima, no soy partidario de la represión, ni de la persecución, ni de poner limites a los consumos de cualquier cosa, cada cual que sea responsable con lo que hace con su vida. Ahora bien, si el perjudicado es un tercero, ahí debemos ser mas rigurosos en la prevención y el control. Por lo visto aquél día no parece ser una tarea de fácil solución.   Quizá me equivoqué al llevarlos a un partido a las 8 de la tarde pero la queja tampoco arregla nada, y pasar a la acción con educación y respeto, tampoco funcionó. En lo que a mí corresponde solo queda el recurso de la pataleta.
Por Angel López, periodista de Onda Vasca 

@SesmaAngel