Las verdades de Bosch

Escuchar a Bosch es algo siempre interesante y hasta curioso en este viciado mundo el fútbol lleno de tópicos estúpidos y lugares comunes que no solo es que nadie se atreva a desmontar sino que son utilizados una y otra vez como refugio y excusa.
El administrador del paquete mayoritario es alguien ajeno a este mundo y eso le permite una visión externa y mucho más limpia que la que tienen los llamados hombres de fútbol, empezando por los jugadores y entrenadores, siguiendo por los directivos y terminando por la prensa deportiva. Bosch tiene algo raro, muy raro en este mundo, es racional y aplica la lógica. A veces lo hace con un punto de soberbia que podría limar, eso sí. Pero es sensato y coherente y puede permitirse el lujo de decir lo que piensa. Es la consecuencia de estar en esto temporalmente y de no tener peajes que pagar ni deudas que saldar.
Por eso cada vez que habla muchos se llevan las manos a la cabeza y se tiran a la yugular pero si se analiza lo que dice casi siempre tiene lógica y si todos fueran así otro gallo cantaría en este mundo del fútbol. Para empezar seguramente no estaríamos todos pagando las deudas desorbitadas con Hacienda del fútbol español. Claro que no habría tanto de que hablar en esta nueva era en que el fútbol y la información deportiva a nivel nacional se ha convertido en 'Sálvame'. Cuando habla se dedica, sin proponérselo especialmente, a desmontar tópicos que sirven para que todos intenten irse de rositas.
Cuando habla de asuntos como el del césped de Heliópolis, por ejemplo, dice una verdad como un templo. Evidentemente, es misión prioritaria de un club tener un terreno de juego en condiciones, eso nadie lo duda. Y el no tenerlo debe ser reconocido como un error. Pero que se utilice como excusa para justificar derrotas, que si perjudica más al que ataca, que si cuestan puntos... Depende cómo se mire. Como él dice, si en ese terreno se le gana a Valencia y Villareal, va a ser que, a lo mejor, no influye. O que a lo mejor, hasta beneficia tenerlo mal cuando vienen ciertos equipos, siguiendo esa regla de tres que utilizan los supuestos expertos de este fútbol español cada vez más falso y corrupto.
La cuestión es aferrarse a las excusas y las frases hechas para que entrenadores y jugadores tengan siempre guardadas sus espaldas. Viene a ser como cuando el año pasado se daba por sentado lo perjudicial que era para el Sevilla la guerra entre los Biris y la directiva por el mal ambiente que generó y la supuesta falta de apoyo al equipo. Sería así pero luego donde el equipo respondía y ganaba era en casa y donde no sumaba, y sigue sin sumar, puntos era a domicilio.
Por no hablar, de la actitud de entrenadores, jugadores y prensa ante los errores arbitrales. Es un robo y se pone el grito en el cielo cuando es en contra pero nadie habla ni se acuerda cuando es a favor. En esos casos, lo que es una rueda de prensa en la que todos han visto clarísimo ese penalti increíblemente no pitado se convierte en otra en la que “desde mi posición es muy difícil verlo”. Y lo que es un titular a toda página o un programa entero dedicado al robo a los nuestros se convierte en una mínima reseña cuando los nuestros son los beneficiados. En ese caso ese penalti o expulsión que la semana pasada eran tan claros ya se convierten en dudosos o inexistentes.
O sin olvidar la actitud ante los Diegos Costas de la vida. Todo el mundo lo quiere en su equipo pero cuando escupe, se tira o provoca a uno de los tuyos sí se pone el grito en el cielo. En fin, como él dice en el fútbol cabe cualquier explicación y todos se quedan tan panchos. Es así y ya está. Probablemente porque los primeros que no son racionales son sus espectadores.
Otro tanto, cuando habla de temas como el requisito de ser bético para trabajar en el club por encima de la preparación, competencia o profesionalidad de los candidatos o de la necesidad de que cuanto más se gaste en fichajes y  más ceros haya en las cifras mucho mejor, como si eso fuera la panacea.
¿Racionalidad y lógica? De eso no hay por este mundo. Y desde luego menos aún habrá cuando él no esté.  
 
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