Pido perdón, pero...
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y eso es lo que le ha pasado a Luis Rubiales. El presidente de un organismo como la Real Federación Española de Fútbol se ha equivocado. Y ha pedido perdón, pero... justifica lo injustificable. Un perdón que trae un pero detrás no vale. No vale descargando responsabilidades en Jenni Hermoso.
Es la cabeza visible del fútbol español, masculino y femenino, para aquellos que lo quieran diferenciar. Ha cometido un error. No pasa nada. Todos somos humanos y todos nos equivocamos, y la primera es la que escribe estas líneas. El problema es cuando uno cree no haber cometido ningún error. Y ni por asomo, asumirlo.
El beso en la boca que Rubiales dio a Jenni Hermoso sin su consentimiento ha dado la vuelta al mundo. Innumerables personalidades y entes pidieron en un principio unas disculpas públicas, que llegaron con la boca pequeña. "Tengo que disculparme, no queda otra", reconocía en el vídeo oficial lanzado por la Federación.
Las disculpas se quedaron pequeñas y el terremoto mediático no cesó. Comenzaron a llegar las denuncias, las solicitudes de dimisión y un expediente abierto por parte de la FIFA. Y nada, el ciego sigue sin querer ver.
Cuando todo hacía presagiar que la Asamblea de urgencias de este viernes terminaría desembocando en la dimisión... ¡boom! Una nueva sorpresa. Por llamarlo de alguna manera, porque no dimite y su discurso rancio y patriarcal ha sorprendido hasta aquellos que aún creían que podía arrojar un mínimo de humildad, entre ellos, yo. Su discurso ha superado los límites de la realidad, con aplausos incluidos, y aún horas después de su comparecencia soy incapaz de gestionar y transmitir el esperpento que ha vivido esta mañana toda España.
Por no hablar del "falso feminismo". Ese falso feminismo que le reclama una actitud inapropiada. Sí, inapropiada, y que no ha conseguido su marcha. Porque no es el falso feminismo el que lo ha llevado hasta la palestra, ha sido el propio Luis Rubiales el que se ha encargado de dinamitar su propia imagen pública en un espectáculo de paternalismo.
Tienes una ocasión de oro para pedir perdón, con cientos de medios de comunicación a las puertas, y te vuelves a dirigir al mundo con un nuevo discurso altivo y arrogante. ¡Con lo fácil que hubiera sido un perdón sincero!
Y con todo ello, pido perdón, pero... lo tenía que soltar.
