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La pizarra emborronada de Marcelino en la final de Copa

Marcelino tras la final de la Copa del Rey: "No hemos sido nosotros. Esa será la mayor frustración que tendremos dentro de unas horas"
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"No hemos sido nosotros". Marcelino García Toral, intentando, en sala de prensa, dar a entender 'eso' a lo que nadie daba crédito una vez consumado un fracaso en toda regla. El técnico del Athletic Club, dirigiéndose "a la afición". Queriéndola convencer de que "queríamos con todas nuestras ganas vencer". Camina detrás de un pueblo abatido. Desea, antes de perderlo de vista, que se acueste bien sabido con respecto a "nuestro gran problema". Cuál fue, que yo también necesito una buena respuesta luego de tantas dudas con las que se ha ido sembrando el camino que concluía en una derrota que me ha provocado  una tristeza infinita. "La excesiva responsabilidad y obligación por ganar nos ha jugado una muy mala pasada". La peor. "Nos hemos alejado mucho de lo que somos". Si de alguien me lo esperaba todo antes del inicio de esta final de Copa tan deseada, era de él, del hombre que había puesto la parroquia de Careñes por encima del resto de su concejo asturiano de Villaviciosa. Porque luego del traspiés liguero ante el Eibar, dos semanas para preparar a conciencia la final de Copa que Gaizka Garitano, antes de su deceso deportivo, le había dejado como la más generosa de las herencias. No la podía rechazar. Así rezaba en la letra grande de ese contrato que con alegría firmó subido ya a ese tren que "una vez, y no más", habría de pasar por la estación en cuyo andén, ligeros de equipaje, esperan esos  entrenadores que piensan que "el Athletic es un caso único en el mundo del fútbol". Y Marcelino se enamoró del Athletic. Si es que antes, conquistado por tantos dichos y hechos, no lo estaba.

En un corto espacio de tiempo, la historia del Athletic Club le puso a prueba. Y a la altura, siempre, este entrenador capaz de meterse en los bolsillos hasta a sus más acérrimos detractores. Una 'Supercopa' le forzó a 'casarse de penalti': "en lo bueno y en lo malo; en la salud y en la enfermedad". ¡Era todo tan bonito!. Tan sugestivo resultaba el 'maridaje' que, como un día dijera en distendida 'chanza' un presidente del Portu en pleno derroche de Fortuna y Ocasión, "Cuando se está en racha, hasta tu mujer es capaz de parir hijos de otro". Todo le iba de cine al bueno de Marcelino. La prueba de fuego, sin embargo, a la hora de gestionar el 'contrato leonino' que conllevaba su apuesta por el afamado 'Club de Ibaigane'. Técnico ganador en desafíos a corto plazo. Désele un plazo de dos semanas y este hombre será capaz de levantar la 'Copa del Rey' a fin de liberar a Clemente, Dani y los suyos de ser los últimos que la alzaron remontando en Gabarra azul bilbao "la Ria, la Virgen y el Arenal; Atxuri, tus mujeres, Somera, la Palanca y San Nicolás". Itziar Lazkano, jarrillera de pro, se desnudaba de 'arriba' mientras la Otxoa cantaba sin saber que su voz abriría en Diluvio los cielos que anegarían hasta lo catastrófico un pueblo que sólo el Athletic conseguiría vivificar. Treinta y siete años. Se dice pronto. "Ahí te quiero ver, Athletic". "Ahí te quiero ver, Marcelino", le arenga en desafío Jose Iragorri desde lo eterno. "Responsabilidad". "Obligación". "Ganas de vencer". Cuando todo se vuelve "excesivo" nos juega "una mala pasada". Nos hemos "alejado tanto de lo que somos" que no había ni Dios que nos reconociera. Se mezcla con el grupo Marcelino. Con él se confunde. Pero no confusión de ser un león más entre la manada. Sino de error. De fallo. De equivocación. Y ya que él busca amparo en los montes que rodean el 'Botxo' porque asumir la culpa en primera persona le provoca un vértigo existencial, me veo en la obligación de mostrar hundido en lodo al mismo hombre que antes de iniciarse la final de Copa 2020 era alabado y festejado tanto. Si había algún ente llamado a no desencajar en el complejo entramado previo a una final de Copa entre Athletic Club y Real Sociedad, ése era el llamado "efecto Marcelino García Toral". ¿Dudar? ¡De todo y de todos menos de ti!

Del "no hemos sido nosotros" que manifiesta, al "no he sido yo", que se permite el lujo de deslizar este cronista tras ser conocedor del 'once' del que Marcelino se servía para hacer frente a la Real Sociedad. La intriga residía en el doble medio centro. Mala señal. Indicio de dudas. De que el técnico del Athletic le había dado mil vueltas hasta decantarse por Dani García y Unai Vencedor. La pareja insospechada. Un dúo llamado a actuar requerido por Imanol y la propuesta realista. Su pareja de baile más querida era, sin duda, Mikel Vesga y Unai López. Por el ritmo, por el talento, por el valor, por su equilibrio, por su total convencimiento. Llamados a marcar los tiempos del partido. Presentados como candidatos para imponer su poderío. Tantas dudas como un mar. Y cuando la alineación se le requería, Dani García y Vencedor. Como una columna sosteniendo la bóveda de la Cartuja; con  Vencedor a su lado, que es lo que Marcelino García Toral pretendía. En su sistema 1-4-4-2, contención en la sala de máquinas, apenas margen para la creación. Frente a un equipo del que se alaba el buen manejo de la pelota, lo combinatorio, el ritmo, generar fútbol y peligro a base de la posesión, Dani García y Vencedor. Contención. Apoyo. Acompañamiento. Poco más. Desde que Marcelino garabateó sistema y nombres en su pizarra, de día y de noche, todo ello entre semana, estaba renegando, dejando de ser él mismo, cubriéndose para, llegado el momento, poder confesar que "no hemos sido nosotros". Era la final más deseada y, vas tú, y el miedo a perder, ese sentirte inferior, y todo porque tu mano, tu mando, valen acaso menos que la de un 'Alguacil'. Son preguntas. ¡No me jodas, Marcelino! ¡No me jodas!

Salta a la vista. Un hombre tan valiente. Un entrenador que tiene a su equipo tan bien trabajado. A qué venía tanto miedo. A qué, mostrarte, en una final de esas abiertas, con la mente tan cerrada. Luego de batallas frente al Real Madrid y FC Barcelona, ambas en tan poco tiempo ganadas. Luego de tanto y tanto. Renunciar a todo para terminar provocando impotencia y masivo llanto. Ante un rival vulnerable que, con poco pinchar, atrás hacia aguas. Pero el partido va. Veloz como el tiempo. Apenas pasa nada. Por qué no ir a degüello y luego Dios dirá. Pero se debe ir para tentar a la suerte como sucede en las finales. Todo un pueblo al otro lado de la pantalla. No eras tú, Marcelino. Habías renegado de lo que te había hecho grande, y al Athletic, arrastrado contigo. La Real Sociedad no es gran cosa, y sin embargo... En noche de entrenadores y equipos grandes. De jugadores curtidos en todo tipo de finales. Ese poso a favor. Y sin embargo. Sin embargo, otra vez. Todo resulta inoportuno. El poso pesa. La obligación de ganar agota. Bucarest en la memoria. Somos historia. Desconocida y por eso se repite. Simeone, nos dan patadas, y son ellos los que sobre el verde se retuercen. Como el Getafe, hay que ver, como el Atlético penalizan el error, pérdida, robo, pase, penalti, ahora te expulso y luego no. Por delante. Y ese sentir que no seremos capaces. Y todo porque Marcelino soñaba una y otra noche que la final se jugaba y él no era capaz. La Real Sociedad pega y es el Athletic el que cobra. Ante la mirada de Estrada. Un árbitro que actúa como adrede. Pero entre todos los fracasos, el de Marcelino renunciando a ser él mismo. Tan exigido se sintió. Le pesaba tanto la historia del Athletic, que, en su decaimiento, desfiguró a los leones hasta el punto de mostrarlos irreconocibles al otro lado del televisor.

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