Wikileaks
Quien no haya oído hablar de Wikileaks es que no está en este mundo. El portal de internet más de moda del momento está haciendo temblar la tierra, casi literalmente. Al menos, la que está bajo los pies de sus líderes y dirigentes. Sale en las noticias, en los periódicos, en los telediarios, en todos lados, y cada vez que lo hace hay algún político o empresario se le ponen los pelos de punta. Sin embargo, poca gente tiene ni idea de qué es, de qué pretende o de quién está realmente detrás.
Su historia se oculta entre brumas. A pesar de la información que se puede encontrar, nadie sabe muy bien cómo nació ni por qué. Bueno, esto último sí, al menos en teoría. Ya lo dice su nombre, “leaks”, que significa “filtraciones”, en inglés. Su función es precisamente ésa, la de publicar los documentos más secretos a los que puedan acceder, aunque nadie sabe si lo hacen por dinero, por algún tipo de ideología o si simplemente por el mero placer de poner en jaque a los más poderosos. Tampoco se sabe con claridad cuáles son sus fuentes de financiación. Parece que parten de “donaciones privadas”, sin que se sepa mucho lo que esto pueda significar. Aunque no creo que las informaciones que puntualmente aparecen en unos pocos elegidos periódicos (El País, The Guardian, Le Monde, New York Times y Der Spiegel) hayan sido precisamente gratuitos. Tampoco se sabe quiénes son los que lo dirigen, y estoy convencido que el hombre de moda, el tal Julian Assange, es sólo uno de los eslabones de la cadena. Y, por último, nadie entiende de dónde proceden las filtraciones, cuyos autores quedan sistemáticamente en el mayor de los anonimatos.
La revolución comenzó en 2010. Primero con pequeñas cosas, gravísimas por supuesto, como la publicación de un video en el que se veían a soldados estadounidenses asesinando sin justificación a un grupo de periodistas, pero nada comparado con lo que estaba por venir. Porque lo que llegó después fue un compendio de las mayores barbaridades cometidas por la administración norteamericana en sendas guerras de Afganistán e Iraq. Y a finales de noviembre, nada menos que más de 250.000 comunicaciones entre el gobierno y sus embajadas internacionales, dejando al descubierto todo tipo de cotilleos y valoraciones sobre todos los países y líderes mundiales. Y amenazan con más, en especial con tumbar más de una gran empresa.
En realidad, lo que ha hecho Wikileaks no es para nada novedad. Desde siempre han existido filtraciones. Lo que les hace especiales son dos cosas: la cantidad (y calidad) de documentos que consiguen obtener, y, sobre todo, la repercusión global que obtienen, cosa que nunca hasta ahora fue posible y que se debe a que ahora sí se puede hacer, porque nunca hubo un medio de difusión tan global, rápido y expansivo como internet y las páginas web.
Ya se ha iniciado la veda y los gobiernos, que callan de lo que se les acusan, están a la caza y captura. Por lo pronto han pescado a Assange, que probablemente aconsejado por unos buenos abogados se ha entregado voluntariamente para responder por unos delitos, supuestos, de una naturaleza distinta (violación y acoso sexual) envueltos en una historia de celos tan dudosa y rocambolesca que es difícil no pensar en algo oculto por detrás.
Y además se ha abierto el eterno debate entre los que creen que el secreto debe ser parte de los estados y los que consideran que lo mejor que nos puede pasar es que sepamos la verdad. Por lo pronto, han tumbado el sitio web, que en el momento de escribir esto no existe, pero no lo han conseguido con su página de facebook:
http://www.facebook.com/#!/wikileaks