Tecnología arbitral en la historia
Sábado, 6 de noviembre. Rugby, Gales-Australia. Los oceánicos hacen ensayo pero el árbitro tiene dudas. Conversa con un asistente. En apenas 30 segundos aparece la repetición. Todo el mundo la ve, en el campo y desde casa, todo el mundo escucha la conversación con el asistente a través de un micrófono. El video lo confirma, no hubo ensayo. Nadie protesta. Simple, limpio, rápido y justo. ¿Por qué no se hace esto en el fútbol? ¿Por qué es tan especial?
1890. Un tal John Heinment coloca una cámara de fotos al final de una prueba de caballos: acaba de aparecer la “foto finish”. La idea evoluciona, se llegan a sistemas automáticos de hasta 3.000 fotogramas por segundo. Todas las carreras del mundo usan hoy día un sistema similar, haciendo que saber qué atleta, bicicleta, caballo o automóvil fue el primero en cruzar una meta sea casi un juego de niños. Si se usa hace más de un siglo, si ha podido evolucionar, si es rápido, fácil y seguro, ¿no se puede aplicar al balompié moderno? ¿No se pueden colocar cámaras para saber si la pelota entró o no en la portería? ¿No se puede adaptar para aclarar dudas en casos de fuera de juego?
1986. NFL, la liga de “fútbol americano”. Se prueba el uso de las repeticiones para dilucidar algunas jugadas polémicas. Sólo algunas, para no saturar el juego. Ese mismo año, qué curioso, Maradona mete con su “mano de Dios” el gol ilegal que convierte a Argentina en finalista del mundial de México.
1996. Liga de rugby australiana. Se comienza a aplicar un método similar al de la NFL. El sistema funciona, se usa sólo en determinadas circunstancias, no rompe el dinamismo del juego, no le quita ni un ápice su épica y romanticismo. Simplemente lo convierte en más justo. Funciona tan bien que al poco tiempo se aplica en todas las competiciones importantes de rugby.
1999, de nuevo la NFL. Se aprueba una regla insólita, que redundó en la justicia convirtiéndola en espectáculo: Se crean los retos, los “challenge” que dicen en inglés, que permiten a los entrenadores, bajo ciertas condiciones, “retar” al árbitro a que demuestre que ha acertado en una decisión. El juez tiene 2 minutos para visionar los videos y encontrar una prueba visual de que no se ha equivocado. Si la encuentra, el equipo retador sufre una sanción, y si no, cambia lo que ha decidido.
2002, NBA. Se permite el uso del video. Al cabo de poco tiempo se permiten en algunas competiciones FIBA.
2005, Federación Internacional de Tenis. Se aprueba el “Ojo de Halcón”: varias cámaras de alta velocidad que, con un procesado informático, son capaces de demostrar si una pelota que viaja a más de 200 km/h ha pisado la línea o ha caído fuera de ella. El sistema trae polémica, los fallos se multiplican. Se mejoran, se certifican, se hacen habituales en los grandes campeonatos de tenis.
Y llegamos a 2010. Sudáfrica, mundial de fútbol. El evento mediático más importante del mundo, sólo por detrás de los JJOO. Partido Alemania-Inglaterra, Lampard mete un balón en la portería contraria que sobrepasa la línea por más un metro, el árbitro no lo ve. Partido Argentina-México, Tévez mete un gol tras tremendo fuera de juego. En la tele se ve de lujo. En casa, y en los dos campos. Las pantallas de los estadios ponen la repetición en grande, todo el mundo lo ve clarísimo. Todos, menos una persona: el árbitro. La FIFA no se lo permite.
Si fuera rugby, baloncesto o fútbol americano lo hubiera podido hacer. No digamos en una carrera. Pero no, el balompié es especial. ¿Por qué? ¿Por qué de toda esta injusticia? ¿Qué hace que ni se piense? ¿Que la tecnología arbitral, que está en todos lados, ni siquiera esté en la agenda? ¿Qué intereses hay detrás? ¿Por qué es así, Sr. Blatter?
