Grité cautela, grité cautela...

Quienes se acuerdan de Los Tintos de Verano saben cómo terminaba el cuplé. Esperemos que el protocolo de las entradas y viceversa no acabe igual, que ya no nos cabe más. Cuando el bando contrario cuenta con tres poderes fácticos en sus filas, unidos y aconchabados en histórica alianza —partidos, prensa y banca—, no es prudente inundar las redes con mensajes de euforia, como si hubiéramos ganado la guerra del Carnaval, cuando todo lo que hemos hecho, de momento, ha sido asestar siete certeros disparos, como siete palcos, pero a costa de nuestras credenciales y entradas para familiares y amigos. Y a mucha honra. Los Quijotes del COAS. Siempre he defendido esa actitud. Primero nosotros. Pero inmediatamente después, todos y cada uno de los que entran gratis en el Teatro Falla, cuyos nombres y localidades aún no han sido publicados para su fulminante liberación, me da igual que pertenezcan a una entidad financiera, grupo periodístico o partido político. Si no es así, volverá a aparecer la barra de mortadela ya sabemos dónde. Sigamos luchando, que esto no ha hecho más que empezar. Digamos que estamos haciendo ejercicios de estiramientos. Cautela, sigo gritando, que algunos de los que están ahora llevando las riendas no saben la de hostias que nos hemos llevado los que empezamos a luchar por toda esta reforma en la "clandestinidad", hostias muchas de las cuales en su día vinieron, repito, de algunos de los que ahora están llevando —o queriendo llevar— las riendas. Unión y humildad, o nos vamos al carajo en cero coma dos.

Aunque parezca expedito el camino, todas las putas alfombras de los salones en los que nuestros representantes se reúnen con el enemigo son campos minados. Y las minas están maquiavélicamente dispersas, de modo tal que entre nosotros no debemos ni rozarnos, porque al hacerlo las pisamos, y esta es una de las sutiles formas de provocar la explosión de sus minas. ¿Está claro, compañeros? Lo recuerdo porque algunos tuits de la mañana del viernes, tras la confirmación de los siete certeros disparos, eran cohetes serpenteantes sin dirección definida, que le daban de lleno a cualquiera que se moviese o se hubiera movido ya, como yo, que tuve que esquivar algún petardo envenenado por haberme manifestado contrario a una preselección de tres semanas (algo que he defendido y defenderé ab aeternitas), al igual que un jurado "profesional" u otros pasajes del Quinto Evangelio que, al ser cruzadas —por lo visto— que la mayoría no comparte, ni las llevo a las asambleas. Me limito a expresarlas libremente donde me place, presentado mis argumentos con la mayor coherencia posible y, luego, como un buen soldado, me pongo a las órdenes de mi coronel, me sumo al voto de la mayoría y sigo remando en el mismo barco y en la misma dirección. No pasa nada. El disenso en aspectos puntuales no altera la unidad: la fortalece. Es síntoma de la vitalidad del libre pensamiento. El pensamiento colectivo nunca fue pensamiento. Lo que sí altera la unidad y la sangre es el escupitajo público entre compañeros, directo, personal. Y menos ahora. Todos no podemos gustarnos a todos, ni seducirnos, ni enamorarnos. Pero tampoco podemos mordernos entre nosotros. Ahí tenemos que aprender de ellos. Si hay motivo para la sospecha y la desconfianza hacia alguno de nosotros, el camino no es el pellizquito de monja en Twitter ni Facebook —ni mi artículo de ElDesmarque, por supuesto: por eso dejo esta cuestión aquí y suprimo lo que falta de párrafo—. El enemigo no está en este barco, sino en aquel.
Esta guerra es muy dura y larga. Sólo hemos ganado un par de batallas —inimaginables hace años, cierto—. Una el 30 de septiembre. Otra hace tres días. Vamos bien. Entiendo que se celebre. Estoy muy animado y optimista. Pero permitidme que no descorche la botella hasta que no clavemos la pica definitiva. Costumbre, manía, casi superstición. Hacerlo antes me ha traído mala suerte. Insisto. Siete certeros disparos como siete palcos. Pero la guerra no se gana con siete sino con setecientos. Ahora toca descansar un poco y cantar. Mañana abrimos el mapa de nuevo y analizamos posiciones. Por cierto, ¿tú qué día cantas? ¿No me digas? El sorteo sigue estando “amañao”…
JUAN CARLOS ARAGÓN