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Juan Carlos Aragón

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Supongo que lo echaré de menos. O no. Hace ya muchos años que la enseñanza dista bastante de aquel oficio que estrené en octubre del 94. Al igual que el Patronato del COAC, la Consejería de Educación tiene una macabra habilidad para mantener la involución constante, consentida por toda la comunidad educativa, pero especialmente por el profesorado, gremio con el que nunca he podido identificarme justo por ese motivo, por su consentimiento y sumisión ante las autoridades político-administrativas.

Por otra parte, las directivas de los Centros ya no son más que el brazo ejecutor de la administración, habiendo renunciado voluntariamente a la soberanía y habiéndosela hecho perder al profesorado. Toda la nueva burocracia ha convertido a la enseñanza en un ritual de inoperativas y estériles formas que sólo un maquillan una brutal y lamentable ausencia de contenido. Traducido para que me entiendas, primo, la enseñanza es actualmente una estafa en todos los sentidos. Desde la manipulación de los libros de texto hasta la inobservancia del cumplimiento real de las programaciones. Da igual enseñar bien, enseñar al revés o ni siquiera enseñar. Vas a cobrar lo mismo. Lo mismo que te dan dos patadas cuando no les convienes, o te mandan al carajo pipa sin tener en cuenta si tienes unos hijos pequeños, unos padres mayores, una hipoteca, un alquiler, un edema en las cuerdas vocales o un nódulo en la punta del cayetano. Las condiciones laborales —aunque lleves 22 años en la empresa— no son mejores que las de una mina de carbón, especialmente para los interinos.
El motivo de mi renuncia temporal es por prescripción facultativa. Mi débil garganta actualmente no da para 20 horas de clases a la semana, aunque no fume. Si el año que viene vuelvo a intentarlo y la garganta sigue sin responder, dadas las condiciones actuales de la enseñanza, evidentemente no la echaré de menos. Hasta la fecha soporté la pesadilla porque, cuando cerraba la puerta de la clase y me encontraba ante mis alumnos para enseñarlos a filosofar, a solas, la filosofía, ellos y yo, el mundo parecía detenerse. Entonces hallaba sentido, pues la enseñanza de la filosofía se convertía en un fin en sí misma. De lo último que me acordaba era de si por hacer aquel trabajo me pagaban, pues en esos instantes lo único que realmente me preocupaba era que mis alumnos fuesen capaces de desarrollar el sentido crítico y la capacidad para el libre pensamiento, teniendo que salvar los obstáculos añadidos de un sistema que procura anular justamente todo eso que la filosofía propone y dispone pues, obviamente, su salud depende de que se instale la carajotada acrítica y la ausencia de pensamiento propio. Mas luchar contra eso, durante muchos años me resultó divertido, un atractivo añadido, un morbo mayor que le concedía un punto clandestino a mis clases, recreos de ateísmo y subversión, de sedición en toda regla. Un orgasmo cultural. Un orgullo existencial. Mayor que el de ser comparsista, que ya es.
Pero ya ese encanto se ha ido perdiendo. Por una parte, el sistema va ganando una batalla para la que cuenta con toda su artillería, especialmente la nueva tecnociencia, la gran puta histórica del capitalismo feroz. Por otra, la Lomce del perro Wert, entre una de sus mayores perlas, sacrificó a la filosofía en beneficio de la religión y otras polladas educativas. Como en la Atenas clásica pero al contrario. Es miserable contemplar cómo en un IES público la Religión Católica cuenta con más horas de clase que la filosofía. Humillante. Un insulto. Un atentado terrorista. No hay en la oposición políticos con casta y coraje para impedir este asalto a la racionalidad. Será que a ellos tampoco les conviene. La Junta ha hecho un apaño chapucero con la Historia de la Filosofía que a ver cuánto dura, pero su proceso de reconversión en asignatura “maría” como paso previo a su definitiva disolución es ya imparable. Se puede filosofar más y mejor a través del repertorio de una comparsa que con los despojos de la asignatura que han dejado en el bachillerato.
Muchas veces no sé si la garganta me la jodieron más las clases y el tabaco que las bilis que tragué en los institutos. Sea como fuere, estos centros de adoctrinamiento, mitad guarderías, mitad reformatorios, ya no me ponen. Tiemblo de pensar que mi hijo en breve será requerido por uno de ellos. Menos mal que me tiene a mí, y que ya me pide clases de filosofía, en la merienda, en la playa, en la piscina. Es el último gran alumno de una extensa e ilustre legión de adolescentes que han consentido de mi mano que la filosofía los haga fuertes para protegerse y defenderse de los abusos de este sistema. En lo sucesivo, presiento que se nos viene encima otra nueva Edad Media.
JUAN CARLOS ARAGÓN

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  1. Daniel Jiménez

    Señor Aragón, usted no es más que una sombra de lo que era, ya lo tenía claro, en lo que a "comparsista" se refería, con repertorios vestidos de modernidad que en gran parte carecían de contenido. De lo que sí que los empapa, es de su tan cacareada bilis. Pero ahora, también se enfada con la enseñanza, de la que lleva tantos años lucrándose. De nuevo un simil a su trayectoria comparsista...Juan Carlos Aragón o gana, o se enfada y deja de respirar como los niños pequeños. Me da vergüenza que alguien que dice ser tan ferreo en sus creencias y tan claro en sus planteamientos, se rinda tan fácilmente. Ningún camino alternativo está asfaltado, pero claro, si su espíritu subversivo es otra pose de las que acostumbra, se sentirá más cómodo en una autopista y no allanando un camino para generaciones venideras. Lo dicho, una vergüenza.

  2. Daniel Jiménez

    Señor Aragón, usted no es más que una sombra de lo que era, ya lo tenía claro, en lo que a "comparsista" se refería, con repertorios vestidos de modernidad que en gran parte carecían de contenido. De lo que sí que los empapa, es de su tan cacareada bilis. Pero ahora, también se enfada con la enseñanza, de la que lleva tantos años lucrándose. De nuevo un simil a su trayectoria comparsista...Juan Carlos Aragón o gana, o se enfada y deja de respirar como los niños pequeños. Me da vergüenza que alguien que dice ser tan ferreo en sus creencias y tan claro en sus planteamientos, se rinda tan fácilmente. Ningún camino alternativo está asfaltado, pero claro, si su espíritu subversivo es otra pose de las que acostumbra, se sentirá más cómodo en una autopista y no allanando un camino para generaciones venideras. Lo dicho, una vergüenza.

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