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El cuento de nunca acabar
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El cuento de nunca acabar

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Kuitxi

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Visto el 'Calvario según Valverde', o la 'Pasión según los futbolistas del Athletic Club', o, en ramalazo egoísta, el padecimiento subjetivo y agónico de un socio que ha sufrido cuarto y mitad del santo Job, resultaría, a mi parecer, acto sensato que el cuerpo técnico que adiestra en las aulas de Lezama a los leones se pusiera en contacto con las autoridades cubanas a fin de que mandaran brigadistas a la 'Ciudad Deportiva', que decía Joaquín Caparrós, con el único y obsesivo objetivo de enseñar a leer y escribir a los futbolistas rojiblancos, y, lo que es tan llamativo como primordial, al máximo responsable del primer equipo, el humanista comandante Ernesto Valverde.

La cosa venía de lejos, pero, visto lo que habría podido ser frente al Betis y lo que ha terminado siendo, uno no ha podido menos que acordarse de los sofisticados y efectivos métodos del Ministerio cubano de Educación a fin de, en breve lazo, aterrizar en Loiu con un contrato, basado en el intercambio de bienes, que abarque lo que de liga resta y una prolongación en base a los objetivos cumplidos...
Cuba, más de once millones de almas, entre ellas todas las agnósticas y ateas, es ejemplo mundial a la hora de fijarnos con los ojos en la alfabetización de su población. Excepciones a la cabeza de la confirmación de la regla, en la perla del Caribe, más allá de la soberbia prosa de José Martí y la estremecedora poesía de Milanés y Silvio Rodríguez, el cien por cien de su ciudadanía en edad de merecer sabe leer y escribir. Que no es moco de pavo si nos diera por reparar en la señora del cuarto, el hijo de la Dolores y el vecino de la chabola que se alza en lo más alto del barrio de Presalegi. A pesar de lo hasta ahora dicho, mi historia, en realidad, es distinta, ya que no voy a hablarles de la población civil.
Trataré de hacer la historia de un equipo que es caso único en el mundo, y no ya por aquello que dijera L'Equipe, guardado a buen recaudo en la caja fuerte de Ibaigane, sino por esta estrepitosa y alarmante muestra de no saber leer los partidos. Hablemos del de esta pasada noche, el del bocata de pan duro para el descanso, que escribiera Asís Martín, el de salchichón de marca atrapado por dos trozos de rico pan recién sacado del horno de mi panadería de cabecera. 
Valverde, el bonachón Ernesto, acabará su cuarto curso al frente de la primera clase de Lezama escribiendo en su hoja firmada para su señor presidente que "El Athletic, cuando en el aula de los partidos se desata la rebelión, sufre una pérdida súbita de conciencia y se le olvida del todo leer: leer el partido que está jugando". Los de la clase de al lado, con ganas de chufla, irrumpen en su escenario y montan tal algarabía que la directora del centro se ve obligada a llamar a los conserjes y al cuerpo de bomberos que le queda a cuadra y media si el camión se salta ese semáforo, que parece siempre rojo para ellos y verde para los peatones.
En las dependencias escolares de Lezama las pizarras están llenas de discursos escritos y garabatos. Será por tiza. Y por borradores. Escribir es gratis. Se llena una pizarra, se borra, se vuelve a llenar. La madre del cordero se llama... No, la madre del cordero no tiene nombre. Huérfana. No tiene oficio ni beneficio. Tal estaban las cosas que Ernesto Valverde se vio obligado a adoptarla. Y tal fue el empeño, las ganas, la fuerza que tuvo que dejarse en la faena que, finalmente, a Ernesto Valverde se le olvidó leer los partidos cuando la prosa se enrevesaba, cuando surgían las metáforas, cuando se hacían fuertes las cacofonías y la poesía se volvía tan abstracta que no la entendía ni dios.
Y en una clase donde no manda el profesor, el alumnado se va al garete a la hora de leer, y de lo escrito apenas si queda el rastro difuso del que tanto empeño puso que terminó quedándose dormido. La historia, de tanto como se repite, se torna preocupante en grado sumo. El profesor, al no saber leer, pierde su capacidad para la enseñanza. Escribir se transforma en tarea vana. Qué hacer...
Ante el Betis, el Athletic pudo golear con guarismos similares al del partido contra el equipo guanche de Setién y Eder Sarabia. Al contrario de la goleada contra la escuadra pío-pío, frente a los verdiblancos de Sevilla la máquina de meter goles se estropeó. El cántaro fue a la fuente del Guadalquivir más veces que las que se cuentan en el dicho. Pero fuera porque el barro que acarreaba Aduriz estuviera pastoso, o pinchado el balón al que chutaban sus compañeros, el luminoso quedó atorado en el número dos . Atorado y roto. El Betis, al tanto de la avería en la clase de Valverde, se disfrazó de fantasma y empezó a meterle el miedo en el cuerpo a los alumnos del hombre que fotografiaba a los leones.
El técnico del Athletic, de sobra su temeraria letanía: "Nosotros solo sabemos jugar a una cosa, o de una manera, o en una única dirección", en este Athletic-Betis que cerraba la jornada 34, ha visto como, sus chicos pasaban de desperdiciar una abultada goleada similar a la infligida a los canarios de Setién, a sufrir la penosa angustia del que, por no saber cerrar los partidos, se pierde mirando y mirando sin terminar de ver, creyendo que es presbicia lo que sufre y olvidando que su problema es que no sabe leer. Leer los partidos.
Por orden jerárquico, primero su entrenador, que vio cómo su colega en el banquillo rival ya había hecho los tres cambios cuando él no había hecho ni el primero. Que sigue sin dotar a su alumnado de un manual para saber qué hacer cuando uno ni va ni viene, sino todo lo contrario. Cuando la cosa no va de avances ni retrocesos, sino de manejar hasta la dormidera la pelota en la medular.
Y no fue por falta de "medios", que hasta de cuatro se sirvió en los últimos minutos del partido: Beñat (Iturraspe), San José y Mikel Rico. El problema, señores, el problema, señoras, como canta Jarabe de Palo, estaba en la mezcla, en la mezcla del fútbol puro que antes que puro fue mezcla.
Cuando el equipo propone más y genera ocasiones hasta el hartazgo, pero la distancia se queda tan solo a uno, el nerviosismo y el desconcierto de los leones es directamente proporcional al paso de los minutos. De tal manera que el Betis , más simple que tirarse de pies a una piscina, se viene arriba, no tanto en su juego, ramplón, como en la incorporación de sus hombres de banda y ese pelotón que de una sola patada lo colocan en las estribaciones del área sembrando el pánico en un Athletic incapaz de marcar el ritmo a seguir porque no sabe solfeo, porque su profesor les dijo al ataque que son tribu del sur y tienen miedo, y el miedo lo asumieron ellos. 
Para miedo, el mío. Cuando Rubén Pardo, al filo de lo imposible, disparó y la pelota, mediando rechazo, se fue a córner en lugar de colarse en la portería de Arrizabalaga. Cuando uno ha escrito, y así su prosa y su verso, aunque meritorios, no han conseguido apabullar, léase la partitura, desde el canto hasta el susurro. Y así dormir los partidos. El del Betis. Por ejemplo.
 
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi'. Futbolista, periodista, montañero, pero sobre todo escritor: cuentos, relatos, cronicas, artículos radiofónicos, literatura de viajes. 

@LuismaPrezGartz

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