A Pamplona no hemos de ir

Siempre que llega el partido de El Sadar, el clásico aragonés me tuerce el gesto. Siempre le digo de ir y siempre me dice que no. “Allí lo paso yo muy mal, mocé”, me dice. Cuando le interpelo y le digo que los cánticos zaragocistas suenan más alto que nunca en Pamplona siempre me repite lo mismo: “Cuando un aragonés canta o le han jodido o poco le falta”. Y nunca le saco de ahí.

Será que han sido demasiadas las veces que el clásico aragonés ha escuchado cosas que le hieren en El Sadar. Será que no le gusta ese ambiente prebélico que desde hace un tiempo hay en los Zaragoza-Osasuna-Zaragoza. No sé qué será. Pero el caso es que si antes había una rivalidad sana, unas ganas de ganar fuera de lo común y cierta sorna buena con el amigo osasunista, ahora hay pasotismo y desgana. “Y en Segunda más”, me dice nuestro buen clásico.
Así que a Pamplona no hemos de ir. No podremos viajar con un martillo y unos clavos de juguete para que los amigos de Osasuna se hagan una sala de trofeos. Ni tampoco podremos echarnos unos vinos en el Casco Viejo (esto es lo peor, sin duda). Sólo podremos verlo por la tele y desear que vengan tiempos mejores.
Cuando lleguen, ojalá con los dos equipos en Primera, el clásico aragonés volverá a repetirme una cantinela que por tantas veces escuchada la llevo grabada en la piel. “Mocé, una buena temporada del Zaragoza tiene que tener estos ingredientes: seis o siete partidos buenos en casa, a ser posible mojándole la oreja a algún grande; hacer un buen papel en la Copica del Rey, y si la ganamos, de cojón; y lo más importante, no se te olvide: ganarle a Osasuna aquí y allí”. Pues sea.