Escándalo televisivo
Desde Saint Flour (Francia)
"Es un escándalo", y Pruddhome, el patrón del Tour, tiene razón al decirlo, al levantar la voz. Es un escándalo que un vehículo de la televisión francesa haya destruído las opciones de Hoogerland y Flecha a ganar la etapa. Los dos llegaron, dolientes, un cuarto de hora después de sus compañeros a la línea de meta. El español, golpeado por el coche, arrolló al holandés, que se estrelló contra una cerca de alambre de espino. No pudo tener peor suerte.
Y es un escándalo que los organizadores del Tour deberían haber evitado mucho antes. Los coches con el logotipo de France 2 y France 3 circulan a sus anchas por las carreteras por las que transcurre la carrera y las adyacentes. Se creen con derecho a todo. Son, con total seguridad, la flota más numerosa de la prueba y sus conductores vulneran, desde el minuto uno, el código ético que todos los que conducimos un vehículo en el Tour estamos obligados a firmar cuando recibimos las placas de acreditación para colocar en el coche.
El Tour es muy puntilloso con otras cosas, pero los vehículos de FR2 y FR3 parecen gozar de bula. Cuando asciendes un puerto, cerrado en teoría, siempre hay una docena de coches de la televisión francesa bajando para recoger invitados o a otros menesteres.
Son los amos de la barraca. Si en la autopista te adelanta un coche a 180 kilómetros por hora, sabes que es de televisión; cuando bajando un puerto al acabar la etapa, aparece otro adelantando camiones en línea contínua, sabes que es de televisión. Aparcan donde quieren y cuando quieren. Supongo que, al menos durante algunos días, se les acabarán esos privilegios que tan gratuitamente se han tomado.
Pero a Flecha y Hoogerland nadie les quita el susto, ni el dolor de sus heridas. El coche número 800, que ya no circulará más en este Tour, porque la organización le ha expulsado, alteró gravemente el desarrollo de la carrera.
Al menos, cuando veo a Carlos De Andrés y Pedro Delgado circular por la carretera con la prudencia que se exige en una carrera como el Tour, me doy cuenta de que no es la televisión, sino alguna televisión la que infringe las reglas
