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El valor de los símbolos y la lección del beticismo

El valor de los símbolos y la lección del beticismo

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El manteo a Joaquín Sánchez (Foto: Kiko Hurtado)
El manteo a Joaquín Sánchez (Foto: Kiko Hurtado)

Las leyendas se respetan. Se respetan, se miman, se admiran y se les rinde tributo. Una máxima que cumplió a la perfección la afición del Real Betis con Joaquín Sánchez, quien ponía punto y final estos días a una carrera donde la dimensión del futbolista quedó traspasada. Entraba, ya lo era desde hace tiempo, a la categoría de leyenda.

No cualquiera es una leyenda. No lo es cualquiera que saque un córner, meta un gol o hasta uno que bese el escudo. Es mucho más. Son pocas, pero definen a los equipos. Y solo esas leyendas, las de verdad, merecen el mejor de los reconocimientos. No es que lo merezca, es que existe la obligación moral futbolística de colocarlos en el lugar que les corresponde.

Un equipo de fútbol se define por sus símbolos. Por sus goles, sus resultados y triunfos, pero también por banderas, no solo la de los colores - en este caso verdiblanca-, sino por banderas de personas que han traspasado la dimensión meramente futbolística a la de mito. Joaquín, como Gordillo, Esnaola, Cardeñosa o Del Sol, lo son.

Algo que la afición del Betis, soberana y curtida en el tiempo -los de felicidad y los de vicisitudes-, supo entender y ofreció desde el sentimiento más puro la mejor despedida posible a Joaquín. Es consciente del valor del portuense y su aportación a la entidad. Por eso no fue un despedida cualquiera, fue una despedida a la altura de una verdadera leyenda.

Hay muchos ejemplos fuera de la ciudad de Sevilla de ilustres futbolistas que no recibieron ese reconocimiento y homenaje como el que la afición del Betis le regaló a Joaquín. Merecido. Huérfanos en otros lugares de ese calor de los que escribieron con letras de oro la historia de un club. No fue el caso de los los béticos, también el club heliopolitano con la organización de estos días, no olvidaron a su ídolo.

Es cierto que Joaquín, primero y por encima de todo, es un futbolista excepcional. ¿Alguien le vio fallar un control o un cambio de juego? Su clase en los centros, su capacidad de desbordar que hasta en el ocaso de su carrera, aunque fuera a otro nivel, mantuvo. Su bicicleta, su quiebro, su arte, su manera entender el juego. De pararse, de arrancar y de volverse a parar. La final y el sprint.

Pero esa definición de futbolista con mayúsculas, que no siempre se puede aplicar a todos los que saltan al campo con esa rotundidad como con Joaquín, no es la única virtud del portuense. Su carisma, su capacidad de liderar desde la naturalidad y la sonrisa le dieron un extra. Alguien que sintió el beticismo y que provocó también otros lo abrazaran. La capacidad de evangelizar en verdiblanco.

Mil y una virtudes de Joaquín, que tanto le dio al beticismo. Nadie por encima el escudo, tampoco ninguna leyenda, las de verdad que son contadas, sin el reconocimiento de su figura. Un axioma que la afición del Betis entendió y de ahí que diera la lección que ofreció. Pocos homenajes serán recordados como el de Joaquín, pocas leyendas son como el portuense.

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