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Fin de semana en Bárcena de Pié de Concha (Cantabria)
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Fin de semana en Bárcena de Pié de Concha (Cantabria)

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Kuitxi

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“... Lejos, el río, por la fronda velado, a mi desvío cantando reclamaba a la costumbre. De la montaña al pie verdeaba el valle del sosiego en eterna primavera...”  MIGUEL DE UNAMUNO

Como la segunda parte de mi “Regreso a la escritura” habría sido, al de muy poco de Ruente, aquel fin de semana en Quintanilla ´de Lamasón´. Fue, de hecho, pero como no consta, ya en imagen, ya en palabra, habrá de ser Bárcena de Pié de Concha, No hay dos sin tres, dice el refrán, muy poco afortunado, por ´facilón´, que algo se repita hasta completar el número tres no encierra extrañeza. Pero vayamos al grano ya de una vez, que estos prolegómenos míos se extienden en demasía, que no toca hoy irse por los Cerros de Úbeda, eso será en las Navidades que ya fueron, ¡Oh, qué montes, qué ríos, qué nubes flotando en verdes mares!...
  Luego de las tierras regadas por el Saja y el Nansa, después, en fin, del ´redescubrimiento´ de la escritura, dirigimos nuestra vista a otro territorio y en él fijamos los ojos. Y resultó estar esta tierra no muy alejada, sigue siendo Cantabria, y hay un río, otro, la vida no empieza y acaba donde se inventó la escritura, existe otra corriente que a su paso va provocando la vida, nace cerca de Reinosa, al lado de la cuna de otro río muy nombrado, pero, al contrario de este último afamado, irán sus aguas  a morir al mar Cantábrico, y no al Mediterráneo, aguas míticas y sosegadas le esperan al Ebro, violentas como una tormenta de granizo son las que reciben al Besaya...¡Besaya!, ya lo hemos dicho, que calle el prologuista de una vez y dé paso al narrador, ese que va, de Cuaderno en Cuaderno, “Imaginando Palabras”…  Cantabria por tercera vez y en un espacio muy corto de tiempo. Cantabria la verde. Cantabria la que, no ha demasiado tiempo, era castellana por el capricho de un dictador, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Castilla, en todo caso, qué ocurrencias tienen estos hombres de la guerra, cómo va  a ser de Castilla este territorio de picos feroces y de un mar violento. Y diré aún más para cebarme en la ignorancia: que ´Santander´ le llamaban a todo, ya a la capital, ya a sus numerosos pueblos, diseminados junto al mar, en la vega, en los valles perdidos, Cantabria que vamos descubriendo poco a poco en un mes, es Junio de 2002, algo tiene este lugar que nos atrae tanto, o quizás sea que vamos tan seguido por lo fácil que nos resulta el desplazamiento, autobús hasta Torrelavega y allí mismo coger el tren.

Renfe aprieta pero no ahoga, aquí va ascendiendo desde el mar del Sardinero hasta la montaña de Reinosa. Son los raíles ferroviarios como el río Besaya, paralelas corren la máquina y la corriente, nosotros venimos, ella se va, luego, cuando llegue el momento del regreso, ella y yo seremos como aquel Moisés que en cesto de mimbre se dejó llevar por la inercia de las aguas del río Nilo...  Se dice que mucho cuesta ponerse en el lugar del prójimo cuando éste sufre. Y yo digo que tan difícil, o más, es escribir de los días más largos del año en esta época que nos toca vivir, diciembre, día 11, camino de la Navidad que a sus vísperas nos obsequiará ese día tan especial, el del poco sol y mucha luna, el día más corto del año, Solsticio de Invierno le llaman, así como Solsticio de Verano debía de ser por entonces, los jaros apilados en Sanjuanada para  ser a la noche ´calentín´, saltos por encima de los rescoldos que ha dejado el fuego, chocolate con bizcochos y vino rancio con gaseosa, qué largos son en la distancia los días de un niño, qué cortos resultan ahora para este hombre que no es ni joven ni viejo, sino todo lo contrario, que no es decir nada en realidad. Qué soy…
  Soy, tenéis que creerme, por favor, el que sufre  cada vez que con su pensamiento quiere instalarse en el pasado. Soy, ahora mismo lo estoy siendo, el que se desespera mirando la hoja del almanaque que hoy, jueves 11, San Dámaso, le ha tocado en suerte, mala habrá que decir, las hay de dos clases y Fortuna no me sonríe. Leo, buscando en la frase a pie de número, ese bálsamo, esa alegría, y mi esperanza, eso que llaman “lo último que se pierde”, me mira haciéndome un gesto como de extravío. No entiende la esperanza, así como yo tampoco entiendo, a qué viene eso de decir “No pierdas el tiempo mirando atrás, cuando tanto te queda por delante”.   El que escribió, cuando lo hizo, no estaba pensando en mí, en este preciso momento, en esta tarde noche que el vulgo ha dado en llamar desapacible, se le ocurrió decirlo a Blas en una noche como ésta, y, como se dice, “punto redondo”, en adelante todas las tardes de diciembre en las que llueva con frescura serán llamadas desapacibles, por no decir “día de perros”, que también se dice, aunque no creo que en esta ocasión la cosa sea para tanto. Que no mire atrás, se me dice, que es pérdida de tiempo. Y si no miro hacia el pasado, cómo imaginar estas palabras que imagino, cómo no hacerlo si el tiempo se quedó en el pretérito estancado a la espera de unos ojos como los míos, redes verdes arrojadas a un oscuro mar, a ver lo que cae.
  Seguiré, digan lo que digan, mirando atrás, al menos hasta que logre enlazar el pasado con el presente. Quizás algún día lo consiga. Y si llega, entonces, mientras ella y yo caminamos, iré al mismo tiempo imaginando las palabras que poco más tarde, en la serenidad de una casa, luego de una ducha reparadora, pasaré a papel, directamente, que no me sirvo yo de borradores previos para evitar errores, ya dije un día que mi arte, si algo de artístico tiene lo que  hago, es una cosa parecida a lo que el trapecista realiza en un circo: sin red a sus pies por si un desliz.  Soy yo, sin intermediarios, lo sucio y lo limpio a la vez, el hombre que ya no sabe qué cara poner cuando ella le mira, Abro la boca, la cierro, sonrío, pongo cara de circunstancias, son las dudas que nadie me resuelve. Y así nos van saliendo las cosas, al natural, aunque empieza ya Truman a desconfiar, a sospechar que en esta trama de la vida hay un previo guión del que nadie puede salirse, o sea que, venga, manos a los bolsillos, mire usted al pajarito, ¡flash!, la mujer, como se dice en periodismo añejo, inmortaliza, quedará lo suyo en los anales de la historia, dirán, cuando otros ojos que no saben de nosotros lo vean.
  He ahí a un hombre delante de una alambrada, qué hará en medio de un paisaje tan verde, quieto, ropa clara, oscuras botas, si no fuera por las estacas, los alambres con espinas y aquella torreta de luz, se diría que habita el Paraíso porque nada se ve que haya sido alterado por las manos del ser humano.  Era un día muy luminoso aquél. Era junio, ya se ha dicho, junio derrotado que se entrega al verano enemigo. Será, antes de sus vacaciones, el último viaje corto que ella y yo haremos. Ayer, 10, Santa Eulalia, camino de esta casa, se me ocurrió algo así como el comienzo de un relato. Os lo voy a contar, pero no preguntéis el por qué de un inicio tal porque ni yo mismo lo sé. Así empezaba mi narración...
  ...”Cuando se hace de noche, ella se acerca hasta su casa a visitarlo. Lo toma. Lo acaricia...y lo saca a pasear, y en las farolas levanta la pata y orina; y en los jardines ancha sus patas traseras y defeca. Cuando llegan sus vacaciones (las vacaciones del ´ama´), lo libera de su correa, le quita el bozal...y allá van los dos, campo a través, y pareciera que el perro es completamente humano, como ella, nadie diría de él que en los cortos y largos días del año, los de la espera, se transforma en un can, Cerbero, acaso, guardando las puertas de su propio infierno”...  No es llegado el tiempo que el calor del verano dilata, pero este ser, como si lo intuyera, qué diferente es a sí mismo, a como era hace tan sólo unas horas, cuerpo en cama, atacado por el dolor en todos sus costados, reflejábase en sus ojos una profunda tristeza, y ahora, ya ve, con ese pelo recién cortado que su peluquera favorita tiñó como de cobre, da la impresión de que va a comerse, eso sí, con sosiego, de que va a comerse, decía, el  mundo entero. Y lo hará, sus ojos son la boca gigante de Gargantúa, Pantagruel que mira y mira y no se sacia, y si no lo hace, es porque en cada cosa que ve descubre matices diferentes, ya en altura, ya en color, ya en distancias, así como en densidad, y, sobre todo, en sentimientos.
  Hace no mucho tomó un panfleto de la Oficina de Turismo, y, creyéndolo de suma utilidad, se lo enseñó a su grata  compañera. Ésta lo vio, le dio el visto bueno... y allá que se fueron los dos a la orilla del río Besaya justo cuando éste pasa por Bárcena de Pie de Concha, localidad que se encuentra, dentro de Cantabria, a mitad de camino entre el mar, desde el que todo se mide, y la Montaña Palentina a la que este mismo mar va dando altura, tanto el Curavacas tanto el Espigüete, tanto el Pico Murcia, y el que quiera seguir midiendo que  busque un mapa y mida hasta que no le quede ya nada que su vara pueda medir. Bárcena de Pie de Concha: hubo un día en el que la tierra de este pueblo fue el fondo del mar, en aquellos  tiempos remotos en los que las aguas lo cubrían todo.   Poco a poco, en regresión, el mar que se retira, y la tierra que aparece, y de ella sus llanuras, las depresiones, las mesetas, las sierras y los picachos sueltos. Qué lejos queda aquello, qué pena que ningún testigo, si es que había humana vida, sobreviva para contarnos fantasías de proezas de un dios, o cataclismos de la Nada. Conformémonos con el nombre que la historia nos ha legado, el nombre de este pueblo, reparemos, en concreto, en su última palabra, Concha, qué más queremos, concha de mar, concha marina, lecho, antaño, para extraños peces, hoy en día, casa agradable al pie de los montes, uno de los cuales se llama Jano, y constituye el ´leimotif´ de una aventura, excursión o recorrido, en concreto la primera, o número 1, de las ocho que el Gobierno de Cantabria ha diseñado en un librito muy mono, de fácil manejo y gran utilidad.
Tanto de esto último que el caminante no tiene más que escoger la que más le gusta en apariencia. Del resto se encarga el que escribió, también el fotógrafo, sin olvidarnos del que dibujó tan bonitamente.
  Antes del ser luminoso que ella vio en mí, fue necesaria una partida desde el mismo pueblo, y eso nos gusta: que las excursiones tengan su inicio a las puertas de nuestra casa, que el felpudo sea ese olímpico aparato en el que fijemos nuestros pies antes de que el juez lance al aire sus palabras ceremoniosas, Preparados, Listos... ¡Ya!... Los nervios previos al pistoletazo de salida se desvanecen cuando el cuerpo ya no está quieto sino corre, caen desde las frentes sus primeras gotas de sudor, carrera de dos participantes tan sólo, pero... ¡qué carrera tan hermosa... y alegre!...
Y no habrá pugna, nadie atacará a su compañero, nos pusimos a andar al mismo tiempo y al alimón, estrechadas nuestras manos llegaremos a la meta, que es idéntica al punto de salida, ya que el recorrido es circular, vamos por un sendero, regresaremos por otro hasta un punto en el que, desde él, coincidiremos con el camino de ida. Sería ese lugar la ´Fuente de los Cuadros´, bebimos, beberemos, sería lo normal, el agua es gratuita, y esta de la montaña, además, sabe a gloria por su frescor y pureza...  Dicen que a veces la gente habla por hablar sin incluir en su discurso una ocurrencia o una frase feliz. Es gratis hablar, como el agua de los montes, y de manera gratuita se puede también escribir, como yo lo hago, divagando, como el alumno que en un examen, por no tener la idea clara de una respuesta, se marca un rollo de cuidado con la cercana intención de no dejar el folio en blanco, y con la lejana de sorprender al profesor corrigiendo su trabajo en la cama, poco antes de dormir, Qué barbaridad, qué fluidez la de este hombre, qué parrafadas tan singulares, una sola duda tengo: la que va del notable al sobresaliente.
  Como el alumno que no se estudió la lección soy yo. También resulto como aquel que perdió su memoria parcialmente, la de estos días, y me ocurre como al compañero que encuentro en la calle y me recuerda que, tras el accidente que traumatizó su testa, su conciencia olvidó demasiados episodios de su vida y se muestra en la actualidad remisa a retener los números y determinados vocablos. No hubo en mi vida un choque como el que sufrió él, no sé muy bien lo que me ocurre y su por qué, pero me siento, en este preciso momento, como el hombre que en una hermosa catedral oficia a modo de guía de un grupo de personas a la espera de ser enriquecidos con sus explicaciones.   Pobres, me digo, si supieran que sé yo tanto como ellos saben, que visito y recorro este templo por primera vez, como lo hacen ellos. Y entonces, por su condición de extranjeros, creyendo que el engaño está a mi alcance, busco en la entonación el impresionismo. Y digo, ¡Estas columnas, Estos cuadros, Aquel retablo!... y al sentir mis palabras tan emocionadas, por la fuerza e intención que pongo en mis adjetivos demostrativos, el grupo, todo él, cae al suelo arrodillado, y eleva su mirada a la bóveda que les parece celeste, y rayos de luz penetran en la iglesia por sus vidrieras, los he convencido, por eso repiten, como alelados, ¡Ésto, Ésa, Aquél!... y salen a la calle sintiendo que saben más que antes de entrar a la ´Catedral´ que para mí se convierte en este viaje en el que mi papel es guiaros por vericuetos que ya tengo olvidados.
  Valga, entonces, más el continente que el contenido, no esperen, por tanto, el lector y la lectora, lecciones de Historia, ni de Geografía, escribo por escribir, no me suele suceder, pero hoy ese día me ha llegado, cuando os debo relatar la ´Ruta del Pico Jano´, seis puntos de referencia, cinco horas en total, y en la mitad del recorrido, un  monte, 1.288 m., no está mal, Bárcena de Pié de Concha está situado a 295 metros sobre el nivel del mar, así que tendremos que salvar un desnivel aproximado de mil metros, demasiados me parecen para el poco cansancio que recuerdo, o creo recordar.   Lo que sí cabe destacar, y debo, es la presencia en esta expedición de de un monte, Jano es, en el nombre de todos sus compañeros de la accidentada orografía, esa guinda del pastel que a mí me gusta, o, dicho de otra manera más natural, el orgasmo con el que termina una sesión de amor, ese sentir por dentro que uno ´se va´, su esencia, su energía, el último esfuerzo que me instala sobre la cima.
Guinda, orgasmo, y, en este caso, como en tantos otros, el punto más elevado de una montaña, allá donde se instalan el buzón, el cohete, la casita, y, casi siempre, una Cruz. A veces, cuando ella se queda a las faldas de un monte viendo cómo yo inicio la escalada, siento que soy, enteramente, ese animalito que la astuta naturaleza, para perpetuarse en la vida, arrastra hasta el amor con el engaño o señuelo del placer. Porque las ´cimas del amor´ son para mí eso exactamente: la consumación de un acto puro...
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi', exfutbolista, mendizale, narrador de viajes y periodista

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