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Ascensión al Teide desde Montaña Blanca (II)
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Ascensión al Teide desde Montaña Blanca (II)

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VIAJE A LA GUARIDA DE GUAYOTA  Ascensión al Teide desde Montaña Blanca

Viaje a la guarida de Guayota (I)
Segundo ´TRAMO´: …(TE)...y DE... ¡TEIDE!  …Qué mal pudieron hacer aquellos guanches, Guayota fue, con sus caprichos, sumamente endiosado, el que provocaba hecatombes y pánico. Así que, atrás, en  lugar de fuego, está el mar, pero no las aguas del Atlántico, sino un mar de nubes, a mi espalda, en la lejanía, mas debajo de mis pies están flotando. Como un avioncito que las nubes hubieran superado camino. Mas, no siendo mi destino el territorio algodonado de los ángeles, vuelvo mi visual frente y me topo, para mi sorpresa y alegría, con una negra lengua de lava petrificada que no es sino el reguero, que hasta mis pies llega, de aquella última erupción de 1798.
Como si hubiera sucedido ayer parece; como si adrede unos obreros la hubieran conformado. Más allá de aquel vestigio, como a posta colocado, el último tramo por el sedero abierto, seco y duro. Polvo, sudor y, aunque involuntaria, alguna que otra lágrima: el que habrá de imaginar camina, intactas aún sus fuerzas, encanecidas sus botas por el polvo del sendero, rígido calzado que, con el paso de las horas, habrá de reblandecer hasta la herida uno de mis pies, tan delicados ellos desde que los calzaba con mis botas de fútbol…
…Por variar de decorado, la naturaleza es amable con los seres, llega de repente un momento en el que el ancho y polvoriento sendero se acaba y empieza la verdadera ascensión, con todas sus letras. Y así, lo que fuera amplio se vuelve angosto; lo liso, pedregoso, y, sobre todo, los porcentajes de la pendiente se vuelven acusados. No siendo yo una bicicleta, no cabe un cambio de desarrollo que facilite mi pedaleo, y sí respirar profundo, y potenciar la zancada, pasos más cortos, pero enérgicos, con la ayuda siempre del bastón, mi necesario cayado…

…En ocasiones, como más atrás también lo hacía, miro hacia atrás buscando el consuelo de apreciar que es más largo el trecho que he dejado a mis espaldas que el que me queda por recorrer hasta la cima, Y en mi visión, desde las alturas que deben rondar ya los 3.000 metros sobre el nivel del mar, arbustos verdes y sufridos se hacen hueco entre la roca, entre la piedra, entre la tierra…
…De vez en cuando, muy esporádicamente, alivio mis espaldas de lo mochila y la pongo en tierra. La abro, y de su interior extraigo una de las cuatro botellas, seis litros, de bebida isotónica que en la habitación cargué. Y me pongo a  beber, aunque sin ansia, no es mucha la sed aunque la empresa, en principio, así lo prometiera.
Debe de ser porque en las altísimas alturas que mis pies domeñan un ligero y fresco viento refresca mi piel hasta el extremo de ataviarme con un ligero impermeable que impida que el sudor, que mi cuerpo derrama, se enfríe bruscamente. Bebo poco, como he dicho, porque mucho beber no necesito. Respirar, sin embargo, a medida que progreso, es una empresa que se vuelve ardua. Debe de ser, eso supongo, por efecto del llamado mal de altura. Y es que no es moco de pavo, como se dice, la altitud en la que me hallo. Por ello, cada porción de aire que tomo por la nariz se me vuelve un viento frío y huracanado que hace mella en mis fosas nasales dejándolas doloridas. Y  me resulta curioso, porque jamás había pensado que respirar doliera tanto. Aparte de mi nariz, nada raro siento: ni mareo, ni dolores de cabeza. Con cierta fatiga, eso sí, alcanzo el refugio de Altavista, una casa de piedra y metal en la que algunos montañeros hacen noche para, con las primeras luces del día, acometer el último tramo de la escalada. Yo, sin embargo, que no tengo tiempo para perder porque una hora de llegar tengo fijada, dejo atrás Altavista para irme sumergiendo paso a paso en un caos de rocas, piedras y morrillos. Caos, he dicho, pero un caos muy ordenado. Algunos, hace ya tanto, aquellos pioneros, hicieron camino al andar, senda, vereda bien marcada por las rocas por doquier desparramadas..
…Cuando se camina a ciegas, el que lo hace ansía una luz. Y cuando tienes un objetivo claro, como es la cima de un volcán, a fuerza de no verlo, desesperas, hasta que, de repente, como un sol entre las nubes, el mágico cono de Echeyde, la guarida de Guayota, se me muestra a los ojos como el mejor de los regalos de aquella mañana. Y pienso, diciendo para mis adentros, Qué belleza, sentir que a no mucho tardar estaré allí yo, en lo más alto. Y por eso miro a lo alto del cráter una y otra vez, no siendo mis ojos los únicos que lo miran: otro montañero debí alcanzar porque si no, no se entiende que yo aparezca en la imagen…
Aunque me siente y pegue un trago, ver la cima me da fuerzas. Bebo  muy poco y a pequeños sorbos, demostrándose así que el león de la sed no es tan fiero como lo habían pintado. Sed, poca, y falta de hambre aparte, reseñar que la vista que domino no me permite apreciar que el último tramo, el de verdad, el más empinado, no será caótico y de rocas, sino, desde la distancia,  aparentemente liso y claro, como si fuera una duna gigante en un desierto imposible y fascinante…

…Dejando atrás la “escombrera” de rocas, buscan mis pies, como si a ciegas, el empinamiento de la cumbre. Se mueven por sí solos, es la inercia, o las ganas de llegar. Habrá que pasar, sin embargo, mientras la senda se vuelve escalera, la frontera que separa, o une, el camino que escogieron los valientes y aquel otro de los que hasta estas alturas llegaron en teleférico, cómodamente. Y es que resulta que,  y ya lo había olvidado, en la mitad de la senda, apostados cual bandoleros o recaudadores de impuestos por pisar el montañero unas tierras privadas, dos hombres de no mucha edad me detienen. Alto no dicen, con su presencia les basta, intimidan. Y entonces, sin un cortés saludo que el trámite preceda, se muestran tal como son, Su nombre, y yo me identifico. Y entonces, entre los papeles que manejan buscan el permiso que me habilita para atravesar esa frontera. Se pidió para dos personas, una de ellas mujer, según nos consta,  No ha podido  venir, motivos personales. Discretos, no hacen preguntas, como si no quisieran hurgar en la herida del querer y no poder.  Me dan, entonces, una hoja, amarilla ella, especie de salvoconducto, a la vez que me dicen, Tiene, tienes, media hora para subir, llegar, estar y volver…
…Recorreremos juntos la senda final que habrá de llevarnos hasta la cima, un camino, casi todo en escalera, conocido con el nombre de Telesforo Bravo, Quién fue este hombre, oh, no lo sé, quizás un pionero, un héroe, en cualquier caso un aventurero…
Un ultimo arreón…y la cima, la cumbre, que alegre piso, corono y hoyo. Se trata del punto más alto donde el que empezó a contar termina: 3.718 metros, qué barbaridad. Una cadena, en este caso protectora, nos separa a los montañeros del peligro que supondría una caída al seno del cráter, o al otro lado del monte. Habiendo en la cumbre gente, no me es difícil pedir, Una foto, Una foto, por favor. Y no una, sino dos, primero de pie, cañadas y mar de nubes en lo más bajo que la mirada domina, luego sentado en la roca que intuyo la más alta. A continuación, la máquina ya en mis manos, un frenético pulsar y pulsar para que al mundo le quede claro que llegué hasta lo más alto, que en este viaje a la guarida de Guayota no hay trampa ni cartón. Obsesionado, tal vez, por la leyenda de los guanches, miro en especial al seno del cráter como buscando una puerta, o tan sólo un resquicio por el que el “Destructor” entrara y saliera. Para mi desilusión, cualquier entrada o salida, si es que la hubo, que así fue cuando el volcán ejercía, está sellada, muchos años han pasado ya desde aquel 1.798 como para que la tierra muestre hendiduras…
…Mi cara, mi rostro, denota serenidad, ese gesto de satisfacción por el trabajo bien hecho: el Teide me prometí… y en su cráter me hallo, no en el fondo, sino en su cresta, bajar hasta su boca está terminantemente prohibido a toda persona que no sea funcionaria del Cabildo afanada en tareas de inspeccionar, husmear con sus artilugios, cual sabuesos de fino olfato, a fin de  medir el nivel o la cantidad de azufre que el volcán por su boca, aunque cerrada, expide. Es verdad que huele, pero es un aroma excitante que le hace a uno sentir que se halla muy cerca de la puerta de los infiernos, o del inicio del camino hacia el centro de la tierra. Si el Averno es lo que nos espera, uno echa de menos al can llamado Cerbero; y si es el centro de la tierra lo que nos aguarda, qué hace Julio Verne que no resucita para acompañarnos en su increíble aventura.
Debo decir, en honor a la verdad, que cuestiones como estas es ahora que escribo cuando se me ocurren. Entonces, lo que me embargaba era el placer de haber cumplido con mi cometido, el Teide buscaba…y en el Teide estoy, aunque, qué pena la mía, sin guanches a los que saludar con mis manos en sus faldas o laderas; sin Guayota al que cuestionarle, Por qué atemorizas a estas buenas y nobles gentes. Y de Abor, aquel dios bueno, nada se sabe, quizás porque, cesada la actividad del volcán, ya nadie lo necesite. Y de animales, ni uno, no es éste territorio propicio para las bestias, invertebrados cuentan que hay, pero deben andar volando y saltando entre las flores invisibles a mis ojos, muy abajo se encuentran, allá donde a veces llueve y la humedad permite que florezca el tajinaste azul o picante, “una de las especies más raras y espectaculares del Parque Nacional”.
Aunque, según me cuentan, “la joya de la corona de la flora teideña es la delicada  violeta del Teide (viola cheiranthyfolia), fundamentalmente debido al inigualable colorido de sus suaves pétalos”. Y volviendo a la fauna, que haberla “hayla”, alrededor de 700 insectos de especies diferentes, y de lagartos, Cómo olvidar a la “Gallotia intermedia”, o la gigante de Tenerife, y al “galloti” o lagarto tizón, y al “perenquén de Delande”, voraces in- sectívoros “que en los lejanos tiempos de los guanches, del culto al dios Abor y el temor al maligno Guayota, y aún mucho antes, ya correteaban por los áridos parajes, entre Roques y Cañadas, señores de una tierra nacida del sol, de la luz, del fuego…y  de la lava”…

Por Luis Maria Pérez, 'Kuitxi'. Periodista. 

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