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Macizo y valle de Peñarrubia, a las puertas de los Picos de Europa
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Macizo y valle de Peñarrubia, a las puertas de los Picos de Europa

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MACIZO Y VALLE DE PEÑARRUBIA  Ascensión al Gamonal (1.125 m.) y a la Braña de los Tejos: Comarca ´Saja Nansa´ (Cantabria).

Lo de esta muchacha, cuando llega a su hogar, es llegar y besar el santo, Toma el carrete, Ven a la tarde…Y a la tarde están, y por la noche me las trae. Las fotografías. Y si esa noche, por fatiga dolosa, las fuerzas no le dan más allá de quedarse abrazada a su gato, se abre un espacio de espera, muy breve, en el que sueño con revivir lo que recién vivido ha sido, Cicera, pueblecito de Saja-Nansa, al pie del Macizo de Peñarrubia, a las puertas de los Picos de Europa, y así, no es de extrañar que encima del macizo se encuentre el puerto de Las Llaves, y que a la izquierda del Gamonal, monte perseguido, se halle un collado que lleva también el nombre de Las Llaves…

… Cicera, pues, noroeste de la comarca de Saja-Nansa. Cicera, y no sabemos si es recurso o tierra deseada, o prometida, quién sabe lo que nos espera más allá de donde alcanzan  nuestros ojos, qué tipo de paisaje se esconde en la tierra que nuestras botas aún no han pisado…
Y así, partiendo de Unquera (paraíso de las ´corbatas´), habrá un momento en que penetremos en terruño asturiano, Panes es ejemplo; Mier, aunque mucho pese en mi historia por aquello de la Garganta del Cares que descubrí en Semana Santa de la ´Uni´ de Leioa, no habrá de atravesar el conductor, que girará a la izquierda porque sabe que el Desfiladero de La Hermida, con sus curvas sinuosas y los torrentes de agua que se precipitan por sus paredes, es carretera obligada camino de Potes, antes La Hermida, pueblo, donde girará (el taxista) de nuevo a la izquierda buscando, por orden de aparición, ante sus focos, Linares, Navedo, Roza, Piñeres, y, por fin, en una hondonada rodeada de montes, Cicera.
Pueblo sin tienda, pero con bar, en el que Asun es mujer que emula al pulpo, ya que tanto tiene manos para servir el vino de la tasca como la comida en el comedor, amén de, como es su verdadera obligación, abrir con la llave  las puertas para que la clientela que busca posada sepa de las delicias de la estancia que nos tiene preparada: televisión, cocina, dos habitaciones, pulcro baño, sofás por doquier por si el sueño te pilla a desmano. Puro lujo lo que tiene Asunción en la casa de un indiano…

Pasa la noche, pasa, como todas las noches lo han hecho hasta ahora, nadie sabe de ninguna que, a día de hoy, se haya detenido, Sherezade se murió, quién nos contará los cuentos a fin de que la muerte no venga a visitarnos.
Y porque pasó la noche, llegó la mañana, con un plan ya concebido desde nuestra tierra, que Asun, a pesar de sus historias  fantásticas de viajes, no puede cambiar, la palabra es prometida, la palabra debe ser cumplida, no en vano se guardó con mimo la fotografía de un periódico, no en balde se llevó, como parte del bagaje, el libro que la repite porque en ella se imparte, Oh, Gamonal, montaña injustamente olvidada por mor de esos picos, llamados ´de Europa´, que, junto a ti, por levantarse algún día, son las piedras que constituyen el techo de historias disímiles.
En efecto: nada tiene que ver el Macizo de Peñarrubia, del que el Gamonal es el más alto, con Tresbiso, ya más allá de la raya, de color sangre apagado, discontinua. Tresbiso, pueblo de camino tortuoso, 925 metros, y en medio, el Balcón de Pilatos; ella, aludiendo a las adversas condiciones meteorológicas, se lava las manos, como el preboste aquel, y asunto solucionado, que otros hagan justicia, que otros suban, escalen, suden y se ganen en la cima la gloria, que ella, como prueba de conquista, ya tiene entre sus manos: un trozo de queso picón fabricado en las alturas, tipo cabrales, demasiado fuerte, por cierto, para mi gusto, que es suave, sutil, delicado…

…Y el día, por fin, como todos mientras hay vida, amanece. Asun, que no pudo convencernos, a pesar de su verbo fácil y fantasioso, se ofrece amablemente a acercarnos hasta Roza, pueblecito que es inicio oficial de la excursión…
Nuestro viaje, antes de llegar a Roza, pasa por un mirador llamado Santa Catalina que a Asun la tiene cautivada. Y como a ella la hechiza, porque desde él se ve el desfiladero de La Hermida, las crestas afiladas de los Picos  de Europa y un cielo apocalíptico, está convencida de que debemos compartir con ella las mismas emociones.
Y sucede que fingimos, tan completamente que hasta parece que es verdad el encogimiento que en verdad sentimos: cielo morado, como las llagas de un Dios herido; montañas verdes, marrones, grises, manda la luz, que sin sombras nos ilumina en el rincón de este ´ring´ con cuerdas de madera, bien abrigados, ella sonríe con sonrisa de un cierto frío, yo aprieto mis labios, mis labios pintados de blanco como si fuera el payaso listo, Dónde está el tonto, No vino, y si lo hizo, andará por los pueblos haciendo relojes, la montaña, con su dureza, enseña a vivir con maestría…
…El viaje va a comenzar. Y lo hace recorriendo, de derecha a izquierda, la mitad del Macizo de Peñarrubia, siempre por su base. Como los 1.125 metros del Treslajora no entran en los planes del que diseñó esta aventura, los evitamos sin el menor sentimiento de culpa de montañeros. Lo que sí hacemos es, antes de torcer a la derecha camino del primer promontorio, prolongar nuestro recto camino de subida hasta un enorme menhir, que, según cuentan los papeles, no fue descubierto hasta el año pasado.

Camino de él, nuestros pasos, más allá de la tierra, irán pisando, más bien tentando, el suelo debajo del cual descansan los restos de aquellos seres que nos precedieron, muchos siglos atrás, en el tiempo. Todo el collado es, debido a su estratégica situación, una necrópolis donde la piedra, ora túmulo, ora dolmen, es la señal de la vida muerta.
Pasado tanto tiempo, sin embargo, lo que falleció parece que ya no duele, quién se acuerda de aquellos difuntos, quién queda en esta tierra que los llore, ella, al menos, no, queda bien claro, ella, que saltó al interior del redil donde se alza en piedra este precioso menhir que, con sonrisa abierta, abraza, o, simplemente, en él se apoya, o tan solo palpa, la piedra es muy poderosa, y con sólo tocarla te trasmite todo el sabor de las edades perdidas.
Otros hubo, antes que nosotros, que, por entretenimiento, curiosidad o empuje del destino, ´crestearon´ este macizo hasta ganar de él su máxima altura, y no digo Gamonal porque, entonces, en aquella prehistoria, las cumbres no tenían nombre, y ni siquiera, quizás, el habla estuviera inventada, un grito, una señal, subir más alto, imposible, y luego regresar, por el borde del abismo o por la base boscosa que da al otro lado del valle, hasta el collado sagrado donde reposan los muertos y esperan su vez los vivos.

Nosotros, gracias a su vértigo, gozaremos de un regreso delicioso, donde el escarpe es adorno y no peligro, donde el suelo es de hojas muertas por el otoño…y no de piedra, donde el paisaje es de árboles enrevesados y no de aire.
Luego, alcanzado el collado en subida por la cara que desde el valle de Peñarrubia no se ve, dejarse llevar por la pista, facilona pero dura, gusta más el pasto tierno que la tierra impenetrable, al menos para unas botas, que se doblan, flexibles son, cuando el que las calza se agacha, se pone en cuclillas para que las cabras que corretean por la ladera se puedan ver.
Y se ve, al fondo, el bosque denso y poblado, pero mucho mejor cuando el hombre, que manso obedece su orden, desaparece. Y entonces son ellas, ellas por entero: ya la marrón, ya la negra, ya la moteada, todas ellas, con sus cuernos, que, aparentemente, no dañan por estar doblados hacia atrás. Y antes de llegar a Cicera, cuando el pueblo se adivina, precioso, en la hondonada, detenerse ella y reflexionar es todo uno: “¡Qué maravilla de otoño, qué estación más fascinante, donde el tren verde, que ya venía cambiando con el sol de septiembre, se convierte, cuando octubre fenece, en un dorado vagón que habrá de llevarnos lentamente hacia el invierno”…
…Aunque el Gamonal sea la cumbre más  alta de esta zona llamada Peñarrubia, no es por ello la excursión o la senda estrella. Hay otra que la supera. Una ruta que por nombre lleva “ Braña de los Tejos”…

… Subiendo, subiendo, el camino se estrecha como selva tropical o parque nacional de Garajonay en la Gomera canaria. Árboles con pocas hojas ya, pero árboles de mil ramas que se entrelazan como en un baile de cintas. El suelo, de enormes piedras verdes, por aquello de líquenes y musgos, semeja el lecho seco de un río que se murió. Y es en este escenario donde se sienta ella, más que a posar, a descansar, arrastra una fatiga inescrutable, dentro de sí la lleva, por fuera parece una rosa, fíjense bien en su cara, gotas de rocío le caen por sus mejillas, Oh, Dios, qué manera la suya tan dulce de fingir, ni una queja, ni un lamento, será el bosque, que con su encanto la encandila y le hace sacar las fuerzas de la flaqueza…
… Ábrese el bosque, de repente, y amanece un claro, una majada. Miramos hacia adelante, a la izquierda y a la derecha, buscando una señal… y ésta, salvadora, aparece, es un poste de oscura madera clavado en la tierra al lado de una piedra. En su parte superior, una placa, ¿de metal?... ¡de lo que fuera!... con un nombre en letras mayúsculas escrito, BRAÑA DE LOS TEJOS.

Reparando únicamente en su presencia, uno no puede dejar de sentir que, en escenario tan bello (pradera de helechos y una muralla rocosa al fondo), esta mujer es el animal que quisimos ver y nunca aparece, es decir, el unicornio azul que un poeta perdió y a mi lado encontró cobijo…
… Fíjate en el bosque. El suelo es un rompecabezas de hierba, piedras y hojas otoñales, y el cielo, que no se ve, es un ´enramaje´ festivo de tonos delicados. Y si asciendo un poco más, y ella, dócil, me acompaña, como un pájaro gigante me planto delante de un acebo en flor, verdes y picudas ramas, frutos rojos, no habrá avecilla en peligro mientras este árbol siga en pie, y que lo haga por muchos años, diez, veinte, treinta, que cuando seamos viejecitos volvamos a él y lo encontremos como es ahora, tan verde, tan rojo, tan fresco, y tan alto también, que sus últimas ramas están rozando el cielo, este cielo que, de repente, y uno no sabe muy bien el por qué, se vuelve oscuro, muy oscuro, robándole el verde a los campos, y a los picos, su blancura.
Será, pienso ahora, que, camino de la Braña de los Tejos, el tiempo empeoró, que empezó a llover y tuvimos que buscar cobijo debajo de un pequeño pino, y ella, alarmada, No, aquí, no, mira que si un mal rayo nos parte…No obstante, miedos a un lado, allí, bajo sus copas, comimos como buenamente se pudo, y, engañada la tripa, iniciamos el descenso hacia el pueblo, primero campo a través, y, finalmente, por no repetir senda, aunque senda hermosa fuera, por la pista de tierra, ancha y marcada, buen camino para un coche, que no para nosotros, que hemos aprendido a odiar el asfalto impenetrable y empinado de nuestras ciudades.

Antes, sin embargo, un poco antes de iniciar el regreso por la pista, habiéndose desprendido de todo su equipaje, se planta, brazos cruzados, delante de mi presencia, bien peinada, entre seria, contenta y enfadada, ataviada, como gruesa prenda, de un blanco jersey que rivaliza, eso parece, con la difuminada blancura de las rocosas montañas del fondo, y que brutalmente contrasta con la hierba que pisa, con el brezo que crece más allá de las estacas y con algún que otro breve helecho que crece junto a sus pies…
…Después de la comida y de las compras, un par de fotografías, las últimas: ella, sentada sobre el pretil que la salva del río (al fondo, lo  viejo de Potes), y yo recostado en la roca que sirve de pedestal a la escultura ecuestre que este hermoso pueblo lebaniego ha dedicado al médico desconocido, Y así, junto a los hombres que hicieron el  bien por estos pueblos, pueblitos y barrios diseminados entre los Picos de Europa, me vino a la memoria la tormenta de la noche y primeras horas de la mañana.
Agua, mucha agua, me dije…mientras pensaba en el collado de Las Llaves, vetusta necrópolis del Macizo de Peñarrubia, lamentando que aquella tierra, ´verde sudario de muertos´, no estuviera dotada de una capa impermeable, como el ´goretex´ de mis botas, para que aquellos que nos precedieron, y que son, y serán siempre, como dice Saramago, “más que nosotros” (los por ahora vivos), para que los inhumados, les decía, los innombrables, no se calen, ni se sigan calando, hasta los huesos. 
“IMAGINANDO PALABRAS”. Cuaderno de viajes  Escribe: Luis María Pérez García, 'Kuitxi'

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