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La cicatriz tiene ya cinco años
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La cicatriz tiene ya cinco años

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ElDesmarque

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El Málaga se precipita hacia un alunizaje en Segunda División. Puede ser ya cuestión de días que sea matemático. Habrán pasado poco más de cinco años desde la cima histórica de la entidad malaguista. Y es que justo hoy, 9 de abril, es la efeméride de lo de Dortmund. Cada malaguista tiene un sustantivo o un adjetivo para aquello, para lo que sucedió en el Westfalenstadion o Signal Iduna Park. Pero lo de Dortmund será algo que se transmita de generación en generación y de lo que se hablará pasadas varias décadas.

De alguna manera, aquello es una cicatriz que el malaguismo porta, con mitad orgullo y mitad pena. La sensación fue que le robaron algo y que desde entonces, por más que haya habido alegrías posteriores, se inició un declive. Es un luto que cumple un lustro. Al Málaga no le dejaron jugar unas semifinales de Champions pese a una trayectoria imperial. Camino de Segunda, aquello parece ahora casi ciencia ficción. Pero ocurrió, claro que ocurrió. En Europa se preguntan qué fue de aquello, incluso a día de hoy...
Cinco años después sólo queda un jugador de aquella plantilla como futbolista profesional en el club, Manuel Iturra. Las salidas durante 2017 de Weligton, Duda, Kameni y, por último, Camacho eliminaron los nexos con aquel día, aquellos tiempos felices, en el plantel malaguista, que volvieron mínimamente tras el fichaje del chileno en el mercado invernal.
Demichelis forma parte del cuerpo técnico y Recio, capitán actual, estaba cedido en el Granada. Entre aquellos héroes, como en botica. Hay jugadores retirados, hay estrellas relucientes como Isco o veteranos que aún jarrean calidad, como Joaquín. Jugadores de gama media, como Portillo o Antunes en el Getafe. Otros en grandes, como Eliseu, que metió el otro gol, en el Benfica. Toulalan apura sus últimos días, Jesús Gámez está en Newcastle igual aguardando un regreso, igual que Sergio Sánchez en el Espanyol. Caballero debutó hace semanas con la selección argentina... Entonces La Rosaleda era un clamor pidiéndolo.
Joaquín, autor de uno de los goles, recordaba hace poco la calidad humana que había en aquel vestuario con Baptista. Empezaba a haber ya serios problemas económicos. Se fue Fernando Hierro de la dirección general, pesó desde diciembre una sanción para competir en los siguientes años en Europa y Pellegrini supo hacer virtud de la necesidad para apiñar el vestuario. Después de noches mágicas con Panathinaikos, Zenit, Anderlecht, Milán y Oporto se cerró el círculo con el Borussia Dortmund.
El equipo alemán era la sensación de Europa. De hecho, acabaría en la final, que perdería en Wembley ante el Bayern, eliminando en semifinales al Real Madrid tras meterle un 4-1 en Dortmund y resistir en el Bernabéu. "Esa eliminatoria con el Madrid era nuestra y había que jugarla", diría tiempo después Joaquín. En la ida, en La Rosaleda, el Málaga había conseguido dejar su meta a cero. Caballero se agigantó ante Lewandowski, Reus y Götze, que le pusieron a prueba. Weidenfeller le sacó a Isco el que podía haber sido el 1-0. No era mal resultado, cualquier empate con goles daba el pase.
En Dortmund, con un gran desembarco de malaguismo, esperaba uno de los estadios más imponentes de Europa, pocos tienen mejor acústica e impresionan más. Un mosaico hiperrealista asustaba, pero el Málaga jugó un partidazo. La presión era toda para el Borussia y Pellegrini supo jugar con ello. Alineó a Duda de titular como gran sorpresa en el once. El chileno se había cruzado media mundo para ir a Chile al sepelio de su padre. Desde Anoeta, partido de Liga previo, se desplazó hasta su país para regresar directamente a Alemania. Ello le dio más emotividad a todo.
Joaquín abrió el marcador con un zurdazo mordido y raso, Lewandowski igualaba tras una combinación vertiginosa de todo el Borussia. 1-1 y al descanso. Tras él, Weidenfeller y Caballero se hacían enormes. El alemán sacaba un cabezazo de Joaquín, un taponazo lejano de Toulalan. El argentino era un pulpo. Sacaba un pie milagroso a Reus. Bastante avanzado el segundo tiempo, en medio de las balas, Isco, zarandeado y golpeado en la barra libre final que concedió Thomson, se fabricó una jugada para habilitar a Baptista, que remató para superar al portero rival. El balón iba fuera y Eliseu, que había salido por Duda, lo empujó a gol. En situación dudosa, quizá. Era el minuto 82 y había dos goles de colchón.
"Desde entonces no hubo árbitro en el campo", dijo después Pellegrini. El escocés Thomson dejó hacer al Borussia, que empezó a colgar balones al área. Pellegrini sacó a Portillo y Santa Cruz. Intentó variar el guión. Un revisionado del partido recuerda que el Málaga seguramente fue demasiado honesto. Toulalan estaba con un dedo del pie roto, como se demostró a continuación, y no se tiró al césped para aplacar. Lo haría el Dortmund semanas después en el Bernabéu cuando el Madrid le atosigaba al final sin que hubiera lesión seria. 
Ya en el descuento, el Málaga estaba virtualmente en semifinales, el rival necesitaba dos goles. Demichelis midió mal un salto y el equipo alemán lo castigó con el 2-2, obra de Reus. Creció la presión. Y llegó la jugada infausta. Falta lateral con cinco jugadores en fuera de juego. El linier no levantó el banderín. La línea del área ejercía de marca infalible para medir que los rivales estaban adelantados. No quisieron verlo. Una serie de rechaces y Santana, otra vez en fuera de juego, remachaba el 3-2.
La cara era el espejo del alma. Desazón, incredulidad, llanto y lamento. El mejor Málaga de la historia fenecía en Westfalia, en la poblada cuenca del Rhur. Un arbitraje infame expulsaba al equipo de la Champions, una aventura maravillosa. El equipo era recibido de madrugada en el aeropuerto por miles de hinchas. Días después, tras un recibimiento que puso la carne de gallina, el Málaga le ganaba en La Rosaleda al Osasuna en el descuento, un partido de Liga que servía para poner muy cerca el puesto en la Europa League que no se pudo jugar por la sanción de la UEFA.
Seguramente había empezado a caerse algún tiempo atrás el mágico proyecto del jeque, era ya algo terrenal con demasiados boquetes de quien quiso aprovechar la coyuntura. Pero los vestigios de aquella ensoñación permitieron disfrutar de algo real, del mejor equipo de la historia de esta ciudad. Un bloque repleto de internacionales, con un técnico de referencia. Pero con fecha de caducidad.
La cicatriz de Dortmund cumple cinco años, justo en el peor momento deportivo de la era Al-Thani, de la última década. Una cicatriz que se ve significa que se está vivo. No es poco.

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