De la confianza inicial a las dudas finales

El pasado 21 de octubre Miguel Ángel Portugal llegaba al Real Valladolid. Tras el duro varapalo que significó el adiós de Gaizka Garitano, la piedra angular de este proyecto de Braulio Vázquez, el equipo necesitaba tranquilidad y sosiego. El Pucela cambiaba radicalmente el perfil de su entrenador por las necesidades de la temporada y daba, en un principio, con todo aquello que necesitaba el equipo.

 
Las formas del técnico y su educación eran las condiciones que necesitaba el equipo y el entorno en esa situación, después de haber sumado nueve puntos en nueve partidos. Como él mismo se ha encargado de repetir en varias ocasiones en las últimas semanas, recogió al equipo en descenso a Segunda B y el Pucela necesitaba tranquilidad. El entorno tenía prisas. Exigía resultados para ya y la plantilla no estaba en condiciones de darlos. Había muchos problemas y muy poca confianza. Había que formatear al equipo y Portugal estaba dispuesto a hacerlo pero no en dos días. Necesitaba quemar las fases de la creación de un equipo pero sin el bagaje de una pretemporada. Sería un costoso trabajo pero él quería asumirlo. Las ganas que mostraba por el proyecto en el Real Valladolid eran altísimas.
Si los primeros días del ya exentrenador pucelano estuvieron marcados por un discurso, éste fue que quería cumplir como entrenador todo aquello que no pudo hacer como jugador. Ya en su presentación hablaba de la espina que tenía clavada por la lesión que no le dejó disfrutar de su etapa como jugador en Valladolid. La temporada 1987/1988 en la carrera de Portugal servía para enlazar con la actual en sus primeros días e iniciarla con buenos resultados y grandes sensaciones.

El gol de Juan Villar

Cuando un jugador se atreve a jugar una pared en el área con un taconazo es que tiene confianza. O mucha chulería. Un equipo que se juega el objetivo a final de temporada no se atreve a tal circunstancia. Bajo esta sensación, Portugal otorgó confianza al equipo en sus primeros días como se vio en el gol de Juan Villar ante el Mirandés en el debut del burgalés en el estadio José Zorrilla. Entró bien en el vestuario. Utilizó un discurso lógico y sembró semillas importantes. El problema se encontró a los meses. Los frutos no eran los esperados.
Los fichajes de invierno no le ayudaron. Además de porque no le mantuvieron una regularidad en el juego, el problema llegó al ver que le hicieron dar demasiados cambios bruscos. Los desconvocados eran titulares a la semana siguiente y al revés. Salvo piezas muy definidas, el resto podía ser ensalzado como señalado. En cambio, algunos tenían el puesto definido, marcado y remarcado. El desnivel de trato en el vestuario le marcó y así se perdió mientras el equipo ya no le miraba igual de bien. Tristemente, con la reforma de la plantilla, no estuvo a la altura. 
En lugar de aprovechar la inercia que podía dejar la salida de David Timor, al perder al jugador con el que menos cómodo estuvo y con el que más tiranteces se ha hecho público que ha tenido, la salida del valenciano al Leganés generó dudas en su forma de actuar y dirigir. Dio bandazos y esa confianza en el equipo se transformó en miedo y recelo. Él dudaba y el equipo lo notaba. No había una línea férrea y esa confianza ya no existía. Ni los jugadores confiaban en ellos mismos ni en el entrenador. Su etapa parecía señalada a su fin, aquel que se ha producido tras poco más de seis meses.

186 días

Durante estos seis meses en el Real Valladolid, Portugal ha sido feliz. Ha vivido una época que quería vivir con ahínco. "Ojalá pueda arrancar un proyecto aquí", decía en su despedida. Miguel Ángel Portugal ha disfrutado de la experiencia. Ha vuelto al mercado español y lo ha hecho en un estadio del que guardará siempre buen recuerdo. No han sido dos etapas de grandes cifras ni de elevadas alegrías y es que ésta, la de entrenador, ha estado marcada por un final costoso. Con dudas en el tramo final, aquel decisivo en la temporada, el burgalés ha estado superado. No ha hecho frente a los problemas y éstos le han comido a él. Esa motivación de los primeros 100 e, incluso, 150 días, se perdió en el último mes y así, Carlos Suárez y Braulio Vázquez tenían que tomar las riendas. No podían esperar más.