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El granjero que llegó a Antequera cumplió su promesa
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El granjero que llegó a Antequera cumplió su promesa

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Móntese en el DeLorean, con o sin Marty y Doc, sitúese usted en el verano de 2007, Antequera. El Málaga, después de salvar la categoría (¡en Segunda!) en el primer proyecto de Fernando Sanz como presidente y con Juan Ramón Muñiz en el banquillo, estaba en una etapa de economía de guerra. Ascender era una quimera por aquel entonces y el asturiano también era el encargado de la dirección deportiva. Realizó once fichajes, casi todos procedentes o ligados al fútbol portugués, gracias a los contactos de Fernando Gaspar (que fue su ayudante y también de José Antonio Camacho entre otros).

El Málaga tiró de ingenio, fichó mucho y barato. No está para más. Aferrado al concurso de acreedores hasta la pretemporada fue low cost, en el Hotel Antequera Golf, ahora recordado como el primer paso del éxito de aquel equipo que cuadró un vestuario de una calidad deportiva interesante, pero sobre todo, humana. Y ya, ya vamos con Weligton. Pero había que contextualizar, que el que ahora deja un hueco muy difícil de cubrir no siempre tuvo galones. Se los fue ganando paso a paso, partido a partido.
Un caluroso mes de julio apareció en el cuartel general de Antequera un tipo alto, bastante delgado y no muy elegante. Su presentación fue discreta, en una oscura sala del hotel, acompañado por un reducido grupos de periodistas que, casualmente, eran todos más o menos de su misma edad. "Se parece a Anderson", nos decíamos, recordando a otro jugador brasileño que jugó en el Málaga cedido por el Everton.
No se sabía apenas nada de él -créanme que en esta década el acceso a la información ha evolucionado mucho-, sólo que venía del "Grasope", como él decía de una manera casi aspirada. Se intentó bromear un poco con él en esa primera rueda de prensa, entendía casi todo. Hablar, ya era algo más complicado. Parecía serio pero accedía. Firme, educado. Fue el primer contacto con Weligton.
Existía la creencia a priori, por aspecto y edad, que de los dos el bueno era Hélder Rosário. Defensa central físicamente imponente, que recordaba en sus maneras a Jorge Andrade, y osado con el balón. Y lo cierto es que era realmente complementarios. Pero el paso de los partidos fue dejando una evidencia sobre el verde. El bueno en realidad era Weligton. Zurdo, rápido, con salida en corto y en largo, siempre atento al fallo del compañero. Un descubrimiento.
En una de sus primeras entrevistas íntimas, ya asentado como jugador importante no obstante, aseguró que le gustaría jugar hasta cerca de los 40 años. Pensaba que el fútbol le había llegado tarde, como tarde empezó a jugarlo, y tenía que aprovechar. Además, era ambicioso, soñaba con algo más que estar en Primera División, que se podía aspirar a más. El tiempo le dio la razón en todo. El granjero de Fernandopolis cumplió su promesa

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