Golete de Nolete

Así lo hubiese cantado el David Lorenzo de la época. Pero el Celta de aquella no tenía speaker, ni dinero, ni nada que le asemejase al equipo de hoy en día salvo el celeste y la cruz de Santiago en el pecho. Pero lo que si tenía en común con el de ahora es un goleador, un ídolo, un crack al que todos los niños admiraban. Manuel le llamaron su padres. El fútbol le llamó Nolete.

En los años 30 los jugadores no tenían tatuajes en los brazos ni trataban de tú a los directores de los bancos. Era una época de balones de cuero y cintas en la cabeza, donde los futbolistas no tenían más privilegios que poner sus pies en el asiento del tranvía porque, como decía Mekerle "mi piernas valen más que usted". Nolete era uno de ellos, en sus piernas había oro.
El pequeño Manuel nació en Gondomar y pronto demostró que lo había hecho para marcar goles. Pasó por el histórico Eiriña de Pontevedra antes de que una llamada cambiase su vida y la del club que lo contrató, el Celta, que más de una vez caminó sobre el alambre en aquella época y al que siempre mantenía con vida aquel muchacho. Era 1932.
Durante los siguiente años se dedicó a lo que mejor sabía, destrozar la redes de todos los campos de España. Inolvidable sobretodo el año del ascenso en 1936 donde anotó 46 goles en 36 encuentros, Pichichi en la Liga y en la fase de ascenso para llevar al club de sus amores a la máxima categoría por primera vez en su historia. Era su mejor momento, su plenitud futbolística. Pero el muchacho grandote de Gondomar no contaba con un tipo bajito de Ferrol que ese mismo verano cortó en seco a un país y nos dejó sin fútbol y con una generación de cunetas llenas y niños huérfanos. 
Tres años después el club había sobrevivido de milagro, como el propio Nolete reconoció al Faro de Vigo poco antes de su muerte, lo hizo en buena parte a la generosidad de unos futbolistas que habían renunciado a cobrar lo que se les debía por no estrangular más a un equipo que se moría. Era la segunda vez a Nolete le costaba dinero el Celta, la primera fue cuando le dijo no a todo un Real Madrid que le ofrecía resolver su vida y la de sus hijos. Pero claro, el Madrid no jugaba de celeste y no hacerlo con esa camiseta era algo que Nolete no contemplaba.
Tuvimos que esperar a 1939, con un país que aun lloraba a sus muertos, arrancaba de nuevo la Liga. El Celta debutaba en Primera frente al Zaragoza y el Dios del fútbol quiso ser justo con quien más lo merecía, Nolete estrenó nuestro casillero. Ese año anotaría 20 más, incluido el histórico gol del partido de promoción por la permanencia jugado en Chamartín frente al Deportivo de A Coruña que osaba intentar arrebatar la plaza en la máxima categoría al Celta, pero Nolete estaba ahí para impedirlo, y cuando mejor sabe, en el minuto 90. Volvía a salvar al Celta, esta vez de un descenso.
Fue su último gran año en el Celta. Aun le faltaba unos cuantos goles por marcar hasta alcanzar los 153 con los que se convirtió en el segundo máximo goleador de nuestra historia solo por detrás de Moncho Polo. En 1943 se retiraba el goleador del Celta, el hombre del cañón en la cabeza aunque a él le gustaba recordar que hasta Lángara admiraba también su fuerte disparo con el pie: "en un partido contra el Sporting llegué a meter un gol de fuerte chut desde el centro del campo. Ni yo mismo me lo creía. En una ocasión Lángara me llegó a decir: Nolete, tienes el chut más fuerte que el mío"
Habían pasado once años y una guerra de por el medio que le había arrebatado sus mejores temporadas, pero dejó a su equipo en Primera y su nombre en la eternidad. En 1965 fue alcalde de Bayona, en el 87 falleció y hoy, 22 de noviembre, hubiese cumplido 104 años. Allá donde esté seguro que hoy también habrá marcado.