No pasa nada: el Athletic es una epopeya

Un amigo y yo siempre nos consolamos cuando el Athletic Club pierde, entre bromas y veras, diciéndonos que “no pasa nada: el Athletic es una epopeya”. Sin saber muy bien por qué, es una coletilla que usamos para restar dolor a la derrota. Ambos sabemos que la historia del equipo rojiblanco es una colección de momentos agridulces.

Además, no somos ingenuos y reconocemos que desde la llamada “Ley Bosman” (1995) y con nuestra particular filosofía, es muy difícil cosechar los mismos éxitos de épocas pretéritas, muchos de ellos -desgraciadamente, la mayoría- pertenecientes a años en los que ni mi amigo ni yo habíamos nacido.

Hoy día las victorias hay que ganarlas con sangre, sudor y lágrimas ya que jugamos “contra el resto del mundo”, como solía resumir con genial sencillez el ya mítico Aritz Aduriz.

Eso mismo hace que las victorias tengan más mérito que nunca y, a la vez, que las derrotas sean fácilmente justificables. Quizás, demasiado.

Si ganamos, tenemos más valor que cualquier otro equipo pero si perdemos es natural porque nuestra manera de entender el football es como hace un siglo: once contra once, sin ayudas de estrellas de cualquier parte del planeta que resuelvan individualmente un partido en contra.

Pero si se normaliza la excusa, el jugador va a caer en la vacuidad, en un estilo conformista y el público de La Catedral se va a enfriar -si no lo ha hecho ya- para animar a su Athletic ex-txapeldun.

¿Para qué? “Total, para perder casi seguro...” dicen muchos. Por eso, tal vez haya llegado el momento de hacer un breve análisis sobre este concepto. ¿Qué es exactamente la epopeya? ¿Es engañosa? ¿Qué podemos esperar de ella?

Si mezcláramos la segunda y tercera acepción del diccionario de la R.A.E, (y excluyendo la primera, estrictamente literaria) la epopeya sería algo así como el conjunto de hechos gloriosos que forman la tradición épica de un pueblo. Vayamos por partes.

-“Conjunto de hechos gloriosos”.

Creo que aquí no hay apenas dudas. Las 8 ligas, 24 Copas y 3 Supercopas han llenado de alegría a millares de corazones zurigorris.

El balompié ha sido el deporte rey en la historia de Bilbao y Bizkaia y es innegable que esos éxitos se han celebrado como memorables eventos sociales: baste recordar las imágenes de la famosa gabarra surcando una ría absolutamente abarrotada de gente en las últimas Ligas ganadas por Clemente para hacerse una idea de la dimensión de este deporte en el imaginario popular vasco. Un “caso único en el mundo”, como decía el famoso L'Equipe francés no hace mucho.

-“Que forman la tradición épica de un pueblo.”

Es probable que no haya habido ninguna entidad política ni religiosa ni cultural que haya dado tanta cohesión social -como apuntaba 'El Chopo' en una entrevista- que el Athletic de Bilbao. Incluso en años críticos (dictadura, ETA en activo, crisis industrial,...) ese factor de unión no ha cesado.

No ha sido casualidad. Es fruto de una transmisión oral de valores desde hace 124 años hasta ayer. “Aritz zaharraren enborrak loratu dau orbel barria,...” como canta el himno.

Y si la tradición se respeta hoy es porque la inmensa mayoría del entorno rojiblanco siente como propias las hazañas logradas por los once jugadores que saltan al campo de La Catedral. Más específicamente: se siente ligada a lo que representan los colores que viste el grupo de personas que saltan al verde de San Mamés.

Es eso lo que les hace héroes. Pero esos hombres o mujeres no son nada importantes individualmente sino en cuanto destinatarios del sentimiento común de un pueblo. Un auténtico abrazo colectivo.

Gloria, tradición, hazañas, pueblo... epopeya.

Si defienden el escudo con el esfuerzo y la ambición con que Pichichi o Guerrero cosecharon éxitos,  ese pueblo, que ha creado y creído en el proyecto durante todo un siglo, lo seguirá apoyando. Y es que mientras existan estas condiciones de juego, tan real como simbólico, lo lógico es que el Athletic gane. Y si no, no pasa nada. Ganar no es realmente lo que importa. Porque perder, si la epopeya se cumple, puede ser una digna victoria.

· Por Miguel Suaña, redactor y traductor de textos, guionista y profesor