El Athletic, un ensayo del caos

Primero fue la oscuridad. Tras ella, devino el caos, ese estadio primigenio previo a la existencia. "Una suerte de hendidura entre el cielo y la tierra" que los descendientes del mito utilizamos para referirnos a la confusión, al desorden absoluto. Existió un 'protofutbol', también, de ello nos hablaron mis profesores en la escuela de entrenadores de fútbol. Algo esférico con lo que se jugaba, pero sin saber muy bien a que, de qué manera, con que normas, convengamos en que la única intención de aquellos jugadores era la diversión.

En el 'Ciutat de Valencia', el Athletic Club ha retrocedido de manera vertiginosa hasta alcanzar, en cuestión de segundos, y durante 93 minutos 'calvarianos', la oscuridad a sabiendas de que tras ella, y de seguido, devendría el caos, ese desorden, esa confusión absoluta en la que la esférica pelota, con la que tanto disfrutábamos en la infancia, ha pasado a convertirse en un objeto maltratado, clavo ardiendo, el balón quema a pesar del cuero de la bota, de las medias y de las espinilleras que protegen esa tibia tan expuesta, tan a flor de piel: "¿Qué he hecho yo para merecer esto?", se preguntaba en lamento el desdichado balón...
  El fútbol es un juego muy bonito. Tanto que, si me dieran a escoger los tres mejores inventos del ser humano, yo, y por orden cronológico, preferiría el pan (paradigma del alimento), el teléfono (adalid metafórico de la comunicación) y el foot-ball. Balompie. Siempre y cuando este deporte y juego, más allá de su normativa reglamentaria, no sea interpretado de la manera más mezquina, zafia, ruin, miserable, triste, lamentable, necesitado de pañuelo, de seda, nada de clinex, estoy rompiendo a llorar porque aquel fútbol de mi infancia en La Florida y este de hoy en la Valencia de Toni Cantó y 'Ciutadans' se parecen entre sí como Quimera y el David de Miguel Ángel.  Como eximente para la existencia de lo espantoso, como excusa para entender el horror más absoluto, debería haber comenzado este artículo diciendo que la paupérrima imagen con la que nos ha castigado el Athletic está, quiero creerlo, directamente relacionada con los menos de tres días que iban de la noche ucraniana a la tarde valenciana. Cansancio. Que, con el paso de los minutos, deriva en agotamiento. Quiere llegar el león antes que el 'granota' a la pelota. No lo consigue. Sin posesión, toca correr detrás del cuero y desmembrarse. Y cuando la pelota es del Athletic, un pase, dos, dar tres y que sean seguidos es objetivo quimérico, adjetivo de aquel monstruo mitológico que líneas arriba ya fue citado como la antítesis de la hermosura.  "Y sin embargo, se mueve", musitó el sabio Galileo para librarse de la hoguera. "Y sin embargo, el Athletic le ha vencido al Levante", cierto es, uno a dos goles, tantos a la altura de un partido caótico, como si, luego del ojo por ojo, los futbolistas, en especial los rojiblancos, se hubieran  movido por el verde sin el sentido de la vista, ciegos, 'Ensayo sobre la ceguera', título muy apropiado de no haber sido porque el Caos y lo caótico le habían tomado la delantera a la hora del encabezamiento de esta contra crónica de un partido que se libró como si fuera batalla brava que pretendiera aniquilar las esencias más puras del fútbol. Ucrania, si. Menos de tres días, también. La tropa esta muy trotada. La musculatura, atrofiada. El equipo, su propuesta, hecho unos zorros.
  Al cronista, como al bardo de Linares Baeza le sucediera a la hora de componer una canción, le gustaría, también, escribir la Crónica más hermosa del mundo. Mientras ese día llega, lo que hay, lo que toca, ¡venid a mí, plañideras!, es escribir la "Crónica del partido más feo del mundo". Y he aquí que ese partido ha tenido lugar en Valencia entre Levante y Athletic. Y como este Desmarque es de Bizkaia, que no 'levantino', la fealdad, lo horrible, lo oscuro, lo caótico ha corrido a cargo de los leones. De ahí que, si me piden análisis, yo les entregue un rosario de barbaridades que, de ser rearbitrado el partido, podría dar con Ziganda y sus muchachos en la celda más húmeda de la trena, esa prision en la que purgan sus penas los que delinquen en el mundo de la liga del fútbol profesional.  Un gol de penalti y dos en propia puerta. Acude a mí la cuestión: ¿Cómo es posible que el Athletic se haya llevado los tres puntos luego de haber arrastrado su fútbol de mercadillo sobre el césped de un estadio levantino?... Existe una 'ley de las probabilidades' llamada. A ella me aferro. Desnudo de argumentos a favor de mi equipo, de inmediato a haber protagonizado el fútbol más decadente de los 20 equipos de la Liga Santander, de no agarrarme al físico derrumbamiento  de los leones, les tendría que decir, y les digo, que para este viaje o expedición a la luna de Valencia no hacían falta las alforjas en las que Kuko Ziganda cargaba ha no mucho un fútbol de alta escuela, un fútbol, una manera de interpretarlo que, desde que entrena leones y no cachorros, le fluye de noches de pesadilla y despertares sombríos, que no de cielos imaginados y paraísos por descubrir. La "Crónica del partido más espantoso del mundo".   Pretendía ser sincero conmigo mismo. No engañarme. Ni mentirles a ustedes. La verdad quiere cetro. Quizás luego del partido frente a la Real Sociedad les escriba sobre un fútbol de alta escuela hilvanado por los sastres más virtuosos de la 'corte de Lezama'.
Por Luis María Pérez, 'Kuitxi', exfutbolista y periodista