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'Hasta los c… de volver con las manos vacías', por Toni Abad
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'Hasta los c… de volver con las manos vacías', por Toni Abad

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El Desmarque

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Suele decirse que la vida es impredecible. Y si estamos de acuerdo en que la vida NO es sueño, tal y como nos contaba el gran Calderón sino que la vida es juego, tal y como yo defiendo en mi ensayo de próxima publicación (o eso espero), Las lágrimas de Roger, habrá que admitir entonces que el juego es impredecible y que, como parte de él, el fútbol es asimismo impredecible.

 
Y si suelto este preámbulo lo hago a cuenta de la Final de Copa que el sábado disputaron el Athletic, como equipo local, y el F.C. Barcelona, como visitante, en el ¡Nou Camp! (aunque sobre esta desafortunadísima, como se pudo finalmente comprobar, circunstancia ya habrá tiempo de hablar en otro momento). Y el partido, sobre las 23,30, concluyó con el resultado sabido ya por todos de 1-3. Y así el Athletic tuvo que conformarse con la bandejita plateada que distingue a los subcampeones. Y el Barcelona hizo lo propio con el “Copón” de los Campeones. E Iniesta y Xabi: Tiqui y Taca, como les llamó uno de los comentaristas de la retransmisión, la levantaron por encima de sus hombros (pequeños pero sólo en altura) ante la algarada de su afición. Y los nuestros con esa indudable mezcla de envidia y tristeza en sus miradas. No en vano ésta era la tercera Copa que desde 2008 el F.C. Barcelona nos arrebata en la Final, en el último suspiro. En ése que es donde más nos duele perder las cosas porque es el instante que ya no tiene vuelta atrás.
 Luego compuestos y sin novia. Y otra vez a casa con las manos vacías. Una maldita costumbre a la que nadie se acostumbra. Y de la que ya empezamos a estar hasta los c… Porque no nos resignamos. Hemos sido un equipo ganador. Y tenemos un orgullo que podríamos dar y regalar, y aún nos sobrarían unos cuantos kilos. Por eso estas derrotas finales nos duelen tanto.  Pero, ¿qué podemos hacer ante tanta adversidad? ¿No habíamos quedado en que el fútbol, como el deporte, como la vida misma, era impredecible? A eso nos hemos agarrado, y más cuando nos enfrentamos a un equipo que casi multiplica por diez nuestro presupuesto, con una plantilla increíble y un jugador, Lionel Messi que sin duda es el mejor futbolista de todos los tiempos; un compañero de Oliver y Benji, un jugador de dibujos animados. Aunque en 1984, hace 31 años, el F.C. Barcelona también jugaba con Bernd Schuster y Maradona, dos de los mejores futbolistas de aquella época y, sin embargo, el Athletic le ganó 1-0 en aquella memorable final de Copa en el Santiago Bernabeu; la de la tangana, sí, pero también, y sobre todo, la del doblete porque unos días antes habíamos ganado la Liga.  Y ahora ya empiezo a comerme el tarro. Mi blog, lavueltaylatuerca, es eso: una invitación a comerse el tarro, un ataque frontal contra los lugares comunes. Y me pregunto, por ejemplo, ¿son el fútbol, y el deporte, y la vida, tan impredecibles como dicen… algunos amiguetes de esos lugares comunes? ¿O es esta afirmación la que es ciertamente predecible?  Porque seamos sensatos y honestos. El Athletic de la Final del 84 era un gran y excelente equipo. Repasemos sino el once que presentó Javier Clemente: Zubi, Urkiaga, Rocky, Goiko, Txato Núñez, Patxi Salinas, De Andrés, Urtubi, Dani, Endika y Estanis Argote; y en la recámara, Gallego y Manu Sarabia. ¡Coño, casi nada! Y ya teníamos en las vitrinas la Liga del 83´ y la del 84´. Y cierto que el Barcelona jugó con Urruti, Tente Sánchez, Alexanko, Julio Alberto, Víctor, Marcos, Juan Carlos Rojo, Carrasco y además con Schuster y Maradona, y que también era un gran equipo. Pero entre dos grandes cualquier resultado es posible. Y en aquella ocasión la moneda cayó de nuestro lado.  Y sin embargo, 31 años después, ¿qué pasa? Que el F.C. Barcelona de Messi es también el F.C. Barcelona de Neymar, de Suárez, de Mascherano, de Piqué, de Iniesta, de Rakitic, de Alves y de Alba, de Busquets. … y de quién sé yo: un equipo no grande sino grandísimo. Y si en la Liga de 1984, con 18 equipos y dos puntos por victoria, el Athletic había sido 1º con 49 puntos y 53 goles a favor y el Barcelona 3º con 48, y 62 goles, en ésta del 2015, con veinte equipos, y tres puntos por victoria, el Barcelona ha ganado la Liga con 94 puntos ¡y 110 goles a favor! Y el Athletic ha sido 7º con 55 y… 42 goles. La duda y las diferencias ofenden. Y si además jugamos la Final, y sin desmerecer a nadie por Dios, con Herrerín, Bustinza, Etxeita, Laporte, Balenciaga, Iraola, San José, Beñat, Mikel Rico, Aduriz e Iñaki, las distancias con el once, que sacó Clemente en aquel bendito día de 1984, se hacen dolorosamente mayores. Demasiada diferencia para cualquier cuerpo. Así que mientras ellos ahora no son un “gran equipo” sino un “grandísimo equipo”, nosotros habríamos dejado de ser “grande” para ser, simplemente, un “buen equipo”. Y eso de vez en cuando. Porque aunque me duela decirlo, durante la Final del sábado, y durante muchos minutos, ni siquiera fuimos “buenos” y adolecimos de furia y mordiente; de esa garra que afloraría rabiosa después del gol de Iñaki. Y que sólo sería un canto del cisne.  Y esto fue todo. Cuando un grandísimo equipo juega contra uno que es simplemente bueno y de vez en cuando, el resultado quizás no sea imprevisible y responda, por el contrario, a la realidad más cruenta: a recoger la bandeja en lugar de la Copa, y a maldecir en el regreso al Botxo la mala suerte de encontrarnos siempre con este F.C. Barcelona al que nadie quiere ver ni en pintura en estas ocasiones. Pero no saquemos las cosas de quicio. Cuando fuimos excelentes, cosechamos excelentes resultados. Y ahora que somos simplemente buenos y de vez en cuando, tenemos lo que nos corresponde: simplemente buenos resultados y de vez en cuando.
Y el Subcampeonato de Copa forma parte de ellos, de los buenos resultados de vez en cuando. ¿Impredecible? Y desgraciadamente me temo que no. Y digo “desgraciadamente” porque detrás de la previsibilidad siempre vienen de la mano la monotonía, el aburrimiento, el bostezo y el siempre-lo-mismo. Por eso no nos queda otro remedio que continuar regocijándonos con aquella soleada tarde del 84. Y no es que David, en estos tiempos que nos tocan sufrir, no pueda ya derrotar previsiblemente a Goliat sino que además el gigante abusón, y por si acaso, le ha quitado hasta la honda.    

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